jueves, 21 de noviembre de 2013

Bridget y Lizzie



Ayer, las chicas de El salón de té de Jane Austen tuvieron la amabilidad de invitarme a un chat sobre El diario de Bridget Jones. Como siempre que coincido con ellas, pasé un rato muy ameno y se me hizo cortísimo. Lo bueno que tienen estos encuentros es que combinan cierta banalidad y erudicción, por lo que resultan muy muy divertidos. Espero que la próxima ocasión llegue pronto.


Como hacía ya varios años que había visto por última vez la película (a volver a leer el libro no me daba tiempo), aproveché para hacerlo de nuevo. Y me llamaron la atención varias cosas a las que en las dos anteriores ocasiones quizá no había prestado tanta atención.


Seguro que todos habéis leído el libro o visto la película. En mi caso, leí el libro allá por el 98 o 99, recomendado por una compañera de la universidad que en aquel entonces estaba obsesionada con Bridget. La película es de 2001 y causó sensación. Ambos supusieron un resurgir de la chic-lit, la literatura romántica contemporánea, cuyo principal exponente seguramente fue Marian Keyes y su Sushi para principiantes.


No estoy segura de haber leído Orgullo y prejuicio antes que El diario de Bridget Jones, aunque probablemente habría visto alguna película. De lo que sí que estoy segura es de que no había visto La (sí, con mayúsculas) adaptación de la BBC de 1995, así que muchas referencias se me escapaban. Lo curioso es que disfruté muchísimo de la novela y me divertí de lo lindo con ella. Lo mismo sucedió con la película la primera vez que la vi.


Sin embargo, la gracia está precisamente en el paralelismo y en todas las referencias de que hacen gala tanto el libro como la peli. Aunque hay diferencias evidentes entre ambos, como el hecho de que la Bridget de la novela sea mucho más paranoica y enfermiza que la protagonista de la peli, o algunas tramas secundarias, como la historia de la madre, libro y film son muy parecidos, así que podemos tratarlos como una unidad.


Así que cuando volví a ver El diario de Bridget Jones unos años más tarde, todo un mundo meta se me reveló: los padres de la heroína, Mark Darcy, Daniel Cleaver y la propia Bridget adquirieron una nueva dimensión para mí. Es lo que tiene seguir el orden contrario al lógico... No sé si a alguien más le habrá sucedido.


A pesar de todo, considero que la inspiración de Hellen Fielding en Orgullo y prejuicio es más superficial de lo que parece a simple vista. Es evidente que la autora pretende hacer una actualización del clásico de J. Austen, pero convertir a la inteligente y orgullosa Elizabeth Bennet en una metepatas redomada como es Bridget no sé si se debería considerar un homenaje o una simple herramienta para que cuadren las piezas de la comedia. Por el contrario, creo que el resto de personajes principales sí se ciñen mejor a aquellos en los que se inspiran: el señor Jones, al igual que el señor Bennet, intenta vivir al margen de lo que sucede a su alrededor, aunque el padre de Bridget resulta mucho más pasivo que el cínico e ingenioso patriarca Bennet. La señora Jones sí es una réplica de la sra. Bennet aunque en algunos momento más parece una mezcla de esta con la atolondrada Lidia y probablemente sea la que ofrece una actualización más convincente del carácter de los personajes originales.


¡Qué decir de Wickham-Cleaver y Darcy-Darcy! Hellen Fielding tenía un material de partida tan bueno que era difícil no conseguir un triángulo perfecto. Además, convertir la trama de Georgiana en una infidelidad por parte de la mujer de Mark me parece un acierto sobresaliente. Y conseguir que Colin Firth aceptara el papel de Mark Darcy es la cuadratura del círculo. Envidio enormemente a quienes vieran la película en el cine conociendo ya la adaptación del 95. Es una locura porque, como es lógico, Firth interpreta exactamente el mismo papel, aunque el Darcy de los noventa sea mucho menos altivo y mucho más vulnerable que el protagonista de Orgullo y prejuicio. La escena en que Mark le enumera a Bridget todos sus defectos para terminar diciendo que, a pesar de todo, le gusta es absolutamente deliciosa. 


Es cierto que donde la novela de Jane Austen hace uso de un humor fino e inteligente, El diario de Bridget Jones es mucho más directo y grueso, pero supongo que es el tono de los tiempos que corren. Y también es cierto que para creerse la película y que el romance funcione hay que dejar de lado ciertas reticencias (ayer se comentaba que, después de esa escena final en la nieve, lo que no nos enseñan es la pulmonía de la protagonista), pero como comedia romántica funciona a la perfección. Algunos de los elementos añadidos, como los amigos de Bridget que sustituyen a las hermanas Bennet y a Charlotte Lucas, son geniales. Por no hablar de una banda sonora perfecta que, según comentamos en el chat, a más de una nos acompañó durante una buena temporada.


En definitiva, Firth, Grant y Zellweger están estupendos a pesar de la polémica que hubo en su momento por elegir a una estadounidense para interpretar a la heroína (cuestión de marketing, supongo). La película no ha envejecido nada mal a pesar de tener ya más de diez años y yo diría que podemos considerarla un clásico del género. Lástima que la señora Fielding haya querido seguir haciendo caja con una tercera parte que ha enfadado a los fans y que no estoy segura de querer leer...



martes, 19 de noviembre de 2013

Amor y trabajo




[Aunque no hay spoilers propiamente dichos, en esta entrada se mencionan, aunque sea por encima, algunos temas y tramas de varias series, como Bones, The Good Wife, Parks and Recreation, Homeland, Secret Diary of a Call Girl, Mad Men y Masters of Sex]


Aunque mezclar la vida laboral con la personal nunca ha sido la opción más inteligente, parece que es un tema recurrente y nuestras series bien nos lo demuestran. La verdad es que es una cuestión complicada y pocas series que cubran el ámbito profesional se han resistido a entrar en ese conflicto, si acaso no hacen de él directamente uno de los pilares de la propia serie. Lo interesante, supongo, es hacerlo con elegancia y no caer en el culebroneo más rancio al estilo serie de hospitales.


The Good Wife, por ejemplo, se apoya en ese tema para construir todo este entramado que lleva cinco años apasionándonos. Alicia ha intentado consciente e inconscientemente separar su vida profesional de su vida personal, pero es evidente que en su caso es imposible. Lo interesante, además, es que no es solo su relación con Will lo que hace que ambos ámbitos sean difíciles de separar: el conflicto que la serie nos presenta es también una cuestión de conciliación familiar: sus hijos, su marido, su suegra, su madre, su hermano... todos se mueven a su alrededor, interactuando, cruzándose e influyendo en una especie de efecto mariposa que hace tambalear una y otra vez el microcosmos de la serie y que en esta última temporada ha llegado al culmen en el momento en que el hogar de los Florrick se ha convertido en improvisada sede.


Dejando de lado este caso que, lamentablente, es excepcional (en serio, ¿no sería la conciliación familiar un tema interesante? ¿no sería una forma de dar mayor visibilidad a la mujer en todas sus facetas, más allá de la meramente sentimental?), hay muchas otras series que juegan con esta dicotomía entre vida personal y profesional, aunque ya no es tanto una cuestión de conciliación familiar como de la atracción con algún compañero de trabajo. A diferencia de la serie del matrimonio King, ya no se trata de explorar las dificultades a la hora de intentar separar o de equilibrar ambos mundos, sino de utilizar el ámbito del trabajo como contexto en el que desarrollar tramas amorosas.


Dependiendo de la pericia de los guionistas, podemos tener la típica atracción entre personajes, que podrá resolverse o, con un poco de mala suerte, se arrastrará temporada tras temporada hasta que realmente ya no quede mucho más jugo que sacarle, como sucedía en Bones. Es cierto que al resolverse se pierde un polo de atracción para muchos espectadores, pero series como Parks and Recreation o Raising Hope han sabido ver cómo seguir explotando las relaciones de pareja desde otros puntos de vista, dejando que la serie respire y que los personajes no se queden estancados.


Aunque dejé Homeland al finalizar la segunda temporada y no sé por dónde habrá continuado, gran parte del conflicto venía de la incapacidad por parte de Carrie de separar su vida personal de su trabajo, lo que hacía que, a pesar de ser una excelente analista con una intuición fuera de lo común, cometiera errores imperdonables. Salvando las distancias, algo parecido sucedía con Secret Diary of a Call Girl, donde el interés de la serie era precisamente la incapacidad de su protagonista de separar a Hannah de Bell. Por no hablar de Mad Men, donde los altos cargos directamente utilizaban las oficinas como coto de caza personal, aunque alguno de ellos fuera el que terminase cazado, por amor o por ambición.


Todo esto viene a que me pica la curiosidad sobre cómo explotarán este tema en Masters of Sex. Una vez que se quitaron de encima el "lo harán o no lo harán" me resultan mucho más interesantes los problemas que plantea el hecho de si serán capaces de separar lo científico de lo personal. Es un riesgo importante y una cuestión que puede dar bastante de sí.


Podríamos poner más ejemplos, pero creo que con estos serían suficientes. En resumidas cuentas, ya sabemos que no es una buena idea dejar que ambos mundos se mezclen. Aunque quizá deberíamos limitar el consejo a la vida real porque, como acabamos de ver, en nuestras ficciones esta cuestión da para horas y horas de entretenimiento, ¿no?

lunes, 18 de noviembre de 2013

En la órbita del jazz



Si hay algo que no podemos negar es que los británicos saben hacer series de época. Da igual si ilustra el siglo XIX o los años cincuenta del siglo pasadao, un drama inglés siempre tiene una factura técnica envidiable (iluminan mejor sus ficciones históricas que cualquiera de sus comedias actuales). Así que la serie que hoy os presento no se iba a quedar atrás.


Dancing on the Edge llevaba tiempo en mi disco duro (se estrenó en febrero de este año), así que ya iba siendo hora de que le echase un vistazo. No me resulta fácil describir la serie sin entrar en spoilers, sobre todo teniendo en cuenta que comienza pareciendo una cosa y termina siendo otra, así que me limitaré a deciros que trata sobre la creación de una banda de jazz en el Londres de los años treinta y lo que le va sucediendo a medida que alcanza cierta notoriedad.


Pero no es solo eso. Como ya os digo, la serie de Stephen Poliakoff empieza mostrándonos las dificultades que la banda tiene para formarse y darse a conocer, sobre todo teniendo en cuenta que sus miembros son de color. Por suerte, un grupo de aristócratas la acoge bajo sus alas y se ocupan de promocionarla hasta llegar a la propia familia real. Pero en el segundo episodio se desencadena una serie de acontecimientos que cambian el tono y el desarrollo de la serie.


Sin haberla terminado, aún es pronto para emitir un veredicto. La ambientación y las interpretaciones (podemos ver a Joanna Vanderham en un papel totalmente distinto de su protagonista en The Paradise o al gran John Goodman) me están gustando, aunque la historia me está resultando un poco previsible y para mí no habría sido necesario incorporar ese hecho del segundo episodio para hacerla avanzar. Aun así, entiendo que esto no es un documental sobre cómo los ricos e influyentes ejercen el mecenazgo sobre los artistas, así que comprendo por qué se introduce.


Otro problema que le veo a la serie es la duración de sus episodios, que superan la hora. Quizá me estoy haciendo vaga y busco una satisfacción más inmediata, pero a priori los episodios tan largos me echan para atrás. No me importa ver una peli de dos horas (ni de cuatro, dicho sea de paso) un sábado o domingo por la tarde, pero las series las veo entre semana y el tiempo disponible no es tanto.


Visto lo visto, cualquiera diría que no me está gustando, y eso tampoco es cierto. A pesar de todo, los episodios no se hacen demasiado largos y la fotografía de la serie, rodada principalmente en localizaciones reales, es una absoluta delicia. No se la recomendaría a todo el mundo y no entrará en el olimpo de las grandes series, pero es entretenida, así que seguiré hasta el final, más que nada porque si otra cosa saben hacer los británicos es controlar la duración de sus ficciones y esta finaliza al cabo de seis episodios. Y tiene buena música.





viernes, 15 de noviembre de 2013

Casual Friday: Vanesa Muela



En esta entrada os tenía que haber contado mi experiencia en el concierto que Vanesa Muela ofreció en la sala Galileo el viernes pasado, pero por una serie de contratiempos que no vienen al caso, al final no pude asistir y, aunque yo no soy muy de conciertos (eso os lo explicaré otro día), me dio mucha rabia perdérmelo (aunque anoche me vengué en cierto modo yendo a ver a Kroke, que también les tenía ganas). Espero tener más suerte la próxima vez que coincida con una de sus actuaciones. Mientras tanto, aprovecho para presentárosla por si no la conocéis.


Vanesa Muela es una cantante y percusionista (y también historiadora) de Laguna de Duero (Valladolid). Comenzó a cantar con cuatro años y, desde entonces, no ha parado, dedicando su vida a recuperar y dar a conocer la música tradicional de Castilla y León dentro y fuera de nuestras fronteras, tanto con sus conciertos como con un programa de actividades de divulgación en centros educativos.


Últimamente ha colaborado con el grupo madrileño Hexacorde, pero en sus canciones también podemos encontrarnos con el laúd del sudanés Wafir Shaikh El-Din o el acordeón de María Eugenia López. En mi opinión, Vanesa tiene una calidad vocal excepcional entre los folcloristas, técnicamente limpia y muy conmovedora, y es una delicia escuchar sus jotas, charras, corridos, etc. Además, es espectacular ver cómo domina la percusión con panderos, cucharas, conchas y otros objetos tradicionales (en youtube hay un montón de vídeos, no dudéis en verlos).


Si queréis saber más de ella, en el programa La Tarataña de Radio 3 le dedicaron un especial celebrando sus treinta años de trayectoria, que podéis escuchar aquí (a partir del minuto 21). La pieza que yo os propongo escuchar hoy se titula "La pandereterita" y podéis encontrarla en su disco Garabítense, de 2010 (en realidad la canción entronca con el folclore asturiano; si os apetece, luego podéis compararla con esta versión, esta o esta otra). A mí es una pieza que, en su sencillez, realmente me emociona. A veces estamos tan ensimismados descubriendo nuevas músicas, que se nos olvida lo que más cerca tenemos. Que la disfrutéis.




miércoles, 13 de noviembre de 2013

Cuarto y mitad de maldad



La felicidad no vende en la ficción. La gente feliz puede tener una historia que contar, pero es el conflicto lo que mueve una trama y lo que la hace interesante. La felicidad crea un limbo en el que lo más deseable es la permanencia. Supongo que por ese motivo es ahí donde terminan las películas, en el final feliz, irreal e irrelevante.


Si dejamos de lado a las personas felices y, lógicamente envidiables pero a la larga aburridas, en mi opinión nos quedarían otros dos tipos. El otro día hablábamos de antihéroes, que es de algún modo la forma que ahora se considera "inteligente" o profunda de contar una historia. En esta tipología también agruparía a los personajes ambivalentes. Estos personajes grises nos gustan porque, sin llegar al extremo de la maldad crean conflicto, sus decisiones y sus actos pueden sorprendernos, revolucionar la trama y hacer temblar los cimientos sobre los que se asienta la ficción. Además, son más humanos y, en consecuencia, nos permiten una identificación más o menos clara con sus historias y sus motivaciones, incluso cuando no las compartamos.


Por último, tendríamos a los malvados. Esos villanos de manual que encontramos en las historias que explotan la lucha entre el bien y el mal o cuya mayor satisfacción es desestabilizar la tranquilidad de los personajes "felices".


Puede que no sea el recurso más elaborado y en ocasiones puede resultar facilón, sobre todo si no se da profundidad al villano, pero hay que reconocer que un buen malvado nos gusta. Al menos a mí. Las brujas de Disney son tanto o más interesantes que las princesas y otros malos de película, como los de las sagas de Batman o James Bond, resultan tan carismáticos como los protagonistas. Por no hablar de la ternura que nos despiertan algunos malos de Doctor Who, serie capaz de provocarnos empatía con un salero. Revenge se sostiene por la lucha entre Victoria y Emily (con el interés añadido de que la supuesta heroína tampoco es inocente y es de un gris bastante oscuro) y gran parte del atractivo de Downton Abbey reside precisamente en el peso de sus villanos.


[A partir de aquí caerá algún spoiler de los últimos episodios de Downton Abbey]

Aunque Downton Abbey siempre ha sabido quemar trama sin necesidad de explotar la dicotomía bondad-maldad, es cierto que la pareja formada por Thomas y O'Brien y sus maquinaciones para fastidiar a sus semejantes eran un regalo para el espectador. Nunca nos explicaron por qué eran así, qué les llevaba a ese estado de envidia y rencor permanente cuando vivían en unas circunstancias que muchos de sus vecinos habrían deseado para sí. Pero no importa, lo divertido era verlos liándola en el piso de abajo y metiendo cizaña en el piso de arriba. Con la marcha de Siobhan Finneran nos quedamos un poco huérfanos de maldad, porque conflictos como el "cuadrángulo" entre Daisy, Jimmy, Ivy y Alfred resultan bastante descafeinados. Y la incorporación de la nueva doncella, Baxter, todavía no ha dado frutos, aunque su alianza con Thomas y su incipiente relación con Molesley prometen. A ver si deja la Singer y se pone a maquinar.


Cuando hablaba más arriba de la felicidad y lo mortalmente aburrida que puede resultar en una ficción, pensaba precisamente en la historia de Anna y Bates. Una vez que superaron los obstáculos que impedían su amor y consiguieron casarse, se convirtieron en un lastre para la serie. No aportaban nada interesante y supongo que para sus más fieles seguidores seguirían teniendo algún interés, pero a mí, que tampoco me gustaron nunca demasiado, se convirtieron en insoportables.


No obstante, los acontecimientos escabrosos de los últimos episodios, de la violación al asesinato en menos que canta un gallo, han vuelto a hacer temblar Downton y a despertarnos del letargo (porque los amoríos de Mary y los combates dialécticos de la condesa viuda y la señora Crawley son divertidos, pero dudo que fueran capaces de sostener por sí solos la serie). Así que aplaudo esta conversión de Bates en malvado (aunque tendríamos que debatir, ya sabéis, si el fin justifica los medios, etc.); de hecho, me encantaría que el personaje se pasase al lado oscuro y se convirtiera en un nuevo villano. Su mirada de ternera enamorada me aburre, pero ahora que vuelve a ser sospechoso sus ojos achicados me divierten, el halo de maldad que lo rodea me interesa y su historia me genera expectación de cara al especial de navidad (para el que aún falta más de un mes, ¡maldita sea!). Aunque no llegue a ser un verdadero villano, aunque se quede en cuarto y mitad de maldad.

martes, 12 de noviembre de 2013

La hora del sexo



Cuando, allá por septiembre, hice la lista de las series que tenía pensado ver esta temporada, la única serie nueva que me inspiraba cierto interés era Sleepy Hollow. Por desgracia, no tengo demasiada tolerancia a las series y pelis de miedo, así que la dejé en el piloto, aunque me dicen por ahí que no es para tanto y quizá vuelva a retomarla. En cualquier caso, la que no entraba en absoluto en mis planes es la serie que podría convertirse sin problemas en "la primera del lunes".


Las series de Showtime no son para mí. Ese afán de la cadena por llamar la atención, por hacerse notar con protagonistas excesivos y rompedores me repele un poco. Así que una serie que lleva el sexo ya en el título y en una cadena por la que no siento un cariño especial tenía muy pocas papeletas de acabar en mi pantalla. La verdad es que ni sé por qué empecé con ella. Creo que leí en alguna parte una comparación con Breathless (en principio quería haber visto el piloto de ambas, pero finalmente me desaconsejaron la serie británica y ni lo intenté) con la que comparte temática y poco más, y con mi adorada Mad Men, y decidí echarle un vistazo, más para poder despotricar de ella a gusto que por un interés real.


Al final, de despotricar, nada. Resultó que, efectivamente, hay mucho sexo, pero podría incluso llegar a afirmar que, en esta serie, el sexo no es más que un macguffin. Si de algo trata esta biografía "retocada" del doctor William Masters y Virginia Johnson es del amor y la soledad, la comunicación y la incomprensión, la búsqueda de la felicidad y el encuentro con el dolor. Poco importa si sabemos lo que va a suceder, porque el concepto de spoiler desaparece en el momento en que el argumento es la propia biografía de una persona real. Y la serie se disfruta igualmente, si no más.


No he leído el libro de Thomas Maier en que se basa la serie (aunque seguramente termine cayendo), pero Michelle Ashford, que antes de crear esta serie trabajó como guionista en John Adams y The Pacific, nos cuenta una historia atractiva en su detallismo, intimista y atrevida. Es imposible no enamorarse un poco de ese doctor altanero y vulnerable o de esa asistente ambiciosa y solitaria. Es imposible no sentir empatía por esa nueva Betty Draper y su incapacidad por inspirar pasión en su marido, por ese decano que sufre por él y por su esposa, por ese médico incapaz de olvidar a quien le ha hecho conocer el verdadero placer o a esa joven que ve como su amor se le escapa de las manos...


Por supuesto que la serie trata de sexo, pero el sexo es aquí es un símbolo y un medio para hablar de cosas tan importantes o más que el mero acto físico, aséptico y cuantificable con máquinas y cables. No obstante, y a diferencia de otras series, aquí el sexo sí está más que justificado y funciona como fin en sí mismo y como vehículo para hacernos comprender qué les sucede a los personajes.


La apuesta era arriesgada, pero el público y la crítica han acogido con entusiasmo este experimento. No hay medio que no alabe la serie y considere que es no solo lo poco rescatable desde que la temporada comenzó en septiembre, sino que podría ser el estreno del año. La serie ya está renovada para una segunda temporada a la que solo podemos pedir que mantenga el nivel de la primera. Y, entretanto, yo casi me he reconciliado con Showtime. Y digo casi porque me será imposible perdonarles hasta que cambien ese horror de títulos de crédito.


lunes, 11 de noviembre de 2013

Un cerdito caído del cielo



Muchas veces hemos hablado de que cuanto más altas sean las expectativas, más difícil es que se cumplan. En el caso de la peli que he visto esta semana, no tenía ninguna expectativa concreta en cuanto a la calidad, pero la sensación final ha sido bastante agridulce.


Un cerdo en Gaza, que acaba de estrenarse en nuestro país, es una coproducción entre Francia, Bélgica y Alemania de 2011. Escrita y dirigida por Sylvain Estibal, se trata de una comedia en la que Jafaar, un pobre hombre que malvive de la pesca en Gaza, por casualidad atrapa en sus redes un cerdo que debió de caer de algún carguero. Para el Islam, el cerdo es un animal impuro, pero Jafaar decide intentar sacarle un beneficio económico a la situación, aunque deberá hacerlo a escondidas de su comunidad.


El actor Sasson Gabai, al que ya conocía por la muy recomendable La banda nos visita, está estupendo en este papel cómico y sus caras, su inocencia y la creatividad con que intenta moverse entre judíos y yihadistas son conmovedoras. El resto de personajes no brillan tanto, pero son correctos. El equilibrio entre los momentos dramáticos y los cómicos está muy bien llevado y hay escenas realmente hilarantes y otras muy conmovedoras por su sencillez y cercanía.


Así que me parece una lástima que una peli con un desarrollo tan bien llevado pierda parte de su encanto con un final que no está a la altura y que desvirtúa bastante todo lo visto hasta el momento. El tema de la película me parece interesantísimo y tratar desde la comedia algo tan escabroso como las diferencias culturales y la relación entre israelíes y palestinos me parece valiente y loable, pero esta peli es como una tela sin rematar. Y toda la valentía y las buenas ideas del autor se devalúan con un final bastante descafeinado.


Y no creo que mi problema con la peli haya sido de expectativas, la verdad. Pero sí que es cierto que yo quería que la peli me gustase y estaba encantada con lo que pasaba ante mis ojos, pero he terminado un poco decepcionada. Y aunque la película es muy recomendable y hay elementos que me han gustado muchísimo, espero que para la próxima, el señor Estibal sepa dar un final coherente a su película.

Os dejo el trailer en español, aunque para mi gusto cuenta demasiadas cosas. En youtube podéis encontrar el tráiler en versión original con subtítulos, que siempre es mejor, pero no sé por qué no me deja subirlo al blog...







viernes, 8 de noviembre de 2013

Casual Friday: Purcell



Hoy vuelvo a proponeros una pieza de música antigua, por la que ya sabéis que siento debilidad. Pero es que, además, la entrada de hoy viene acompañada de una invitación. ArteSonado, el coro de cámara en el que tengo la inmensa suerte de cantar desde hace un par de meses, ofrece un concierto junto a la orquesta Ritornello este domingo en Coslada. Además de la sinfonía 104 de Haydn se interpretará una selección de arias, danzas y coros de Dido y Eneas, de Purcell.


Este mes tenemos varias oportunidades de disfrutar de la obra de Henry Purcell, el máximo exponente del barroco inglés y uno de mis autores favoritos. Seguro que muchos conocéis el rondó de su ópera Abdelazer, que se escucha en multitud de bandas sonoras (ahora mismo, que recuerde, en Orgullo y Prejuicio y en Moonrise Kingdom). Ahora que lo pienso, también encontramos una versión de los funerales para la reina Mary en La naranja mecánica (un día tendríamos que hablar de la música en las pelis de Kubrick). No me extraña que los cineastas tiren de Purcell, porque sus obras tienen una emoción y una fuerza que llegan muy dentro.


Como no quiero aburriros y hay muchos lugares donde conocer la biografía de este autor inglés, solo diré que murió muy joven, a los 36 años, pero que, como véis, dejó un legado que probablemente ningún otro autor británico haya sido capaz de ensombrecer. Y como decía antes, este mes, además de nuestro pequeño homenaje, tenéis la oportunidad de ver Dido y Eneas en versión concierto el día 18 en el Teatro Real. Y desde este pasado martes y hasta el día 19, en ese mismo teatro podemos ver The Indian Queen, la última ópera (inacabada) de Purcell, en una puesta en escena moderna e impactante de Theodor Currentzis (quien, por cierto, dirige una de las versiones de Dido y Eneas que más me gustan) y Peter Sellars. Si no tenéis opción de ir a verla, el mismo día 19 Radio Clásica la emitirá en directo y creo recordar que también podréis verla en el canal Mezzo.


El lunes, durante la presentación de The Indian Queen a cargo de sus responsables, Sellars hablaba de la tradición del humor inglés, entroncando a los Monty Phyton con Purcell. Y, aunque a primera vista, parecería un poco cogido con pinzas, sí que es cierto que hay algunos elementos cómicos en sus obras que podemos reconocer como eminentemente ingleses: esa mezcla de humor y drama, esa risa que de repente se convierte en mueca de dolor, sin paso intermedio. Y ahí es donde podemos colocar la pieza que os propongo escuchar hoy.


Como seguro que muchos sabéis, Dido y Eneas es una tragedia. Sin embargo, tiene varios elementos divertidísimos. Y precisamente uno de los momento cómicos más crueles es el aria y coro "Come away, fellow sailors". En él, uno de los marineros que acompañan a Eneas exhorta a sus camaradas a levar anclas y abandonar a las mujeres que conocieron en Cartago, prometiéndoles que regresarán a ellas, aunque sin intención de hacerlo. En este caso, se trata de la versión de William Christie y Les Arts Florissants. Al marinero lo interpreta, con metedura de pata incluida, Ben Davis. El vídeo abarca bastante más que esa pieza, así que no dudéis en verlo entero, porque merece la pena. Y si os animáis, os esperamos este domingo en el centro cultural La Jaramilla de Coslada. Entretanto, disfrutad.





Come away, fellow sailors,                                          Vayámonos, camaradas marineros,
Your anchors be weighing,                                            levad vuestras anclas,
Time and tide will admit no delaying.                           el tiempo y la marea no admiten más retrasos.
Take a boozy short leave                                                despedíos rápidamente brindando
Of your nymphs of the shore,                                        con vuestras ninfas de la orilla,
And silence their mourning                                           y silenciad su duelo
With vows of returning,                                                con la promesa de vuestro regreso
But never intending to visit them more.                       aunque sin intención alguna de volver a visitarlas.

jueves, 7 de noviembre de 2013

From zero to antihero



Ayer, a Pere se le ocurrió lanzar el siguiente mensaje en twitter mientras redactaba su entrada sobre The Good Wife: "Alicia Florrick no es una antiheroína: es una mujer ambiciosa y compleja. Hay que diferenciar". Marina y yo recogimos el guante y comenzamos una breve discusión que acabó derivando en qué es un antihéroe.


Parece que cada uno tiene una idea bastante personal sobre qué es un antihéroe y quién lo es (aquí podéis consultar un trabajo bastante extenso que he encontrado al respecto), pero no estaría de más ver si la idea que tenemos es la correcta, si hay una definición clara o si, por el contrario, es un concepto laxo que admite matices o que puede abarcar distintos tipos de personaje. Al fin y al cabo, esta idea no nos ofrece más que otra manera de identificar, etiquetar o clasificar la ficción.


Lo único que parece evidente es que para hablar de antihéroe, al igual que en el caso de su antagonista, el personaje debe ser el protagonista de la ficción. Pero a partir de ahí, la cosa da lugar a distintos puntos de vista. La definición que da el DRAE no me convence por ambigua y la descripción de la wikipedia (en inglés; el artículo en español es aún menos claro) abarca dos vertientes que creo que dan lugar a confusión:


  • Ha de carecer de las cualidades propias del héroe, como altruismo, idealismo, valentía, nobleza, fortaleza de espíritu y bondad moral. Incluso será típicamente inferior al lector en inteligencia, dinamismo u objetivo social.
  • Por otro lado, el término también se utilizaría en ocasiones de una forma más amplia, abarcando al héroe imperfecto o parcialmente malvado, según la tradición literaria del héroe byroniano.

Y creo que es esa doble definición lo que hace que no nos pongamos de acuerdo. Mientras que algunos, como Pere, identifican al héroe con la bondad y al antihéroe con la maldad, con la voluntad expresa de hacer daño al prójimo, otros vemos al antihéroe como alguien imperfecto, pero no necesariamente maligno.


Volviendo al mundo de las series, no he visto aún Breaking Bad, así que desconozco si el descenso a los infiernos de Walter White  constituye un acto volitivo o si el protagonista es víctima de las circunstancias y de una toma de decisiones desacertada, pero en el caso de Don Draper, no creo que haya un deseo expreso de hacer daño al prójimo, igual que no lo hay de hacerse daño a sí mismo. Creo que Don Draper es un producto de su época (o más bien, de la idea que Mathew Weiner tiene de lo que sería el hombre por antonomasia en esa época) y un improvisador nato cuyo narcisismo le impide ver las consecuencias de sus actos más allá del corto plazo. Pero eso no lo convierte en un ser malvado, por mucho que sus acciones emponzoñen todo lo que le rodea. Y por algo parecido creo que sucede con Hannah Horvath, la protagonista de Girls, que para mí también podría calificarse de antiheroína.


Sin embargo, me parece evidente que Alicia Florrick no lo es. Quizá la conclusión sería que, al igual que hay tantos libros como lectores, hay tantas series como espectadores. Algunas personas han visto en Alicia esa "buena esposa" del título hasta hace muy poco y el shock de los últimos acontecimientos les ha llevado a odiarla, despreciarla o no comprenderla. Y a colgarle ahora un calificativo que no le corresponde, como si los últimos episodios le dieran un vuelco a todo lo visto hasta ahora. Y no me vale, entre otras cosas, porque la Florrick siempre ha sido así. Es cierto que el personaje ha ido madurando y ganando en matices (como esos vinos que se sirve al llegar a casa) en paralelo a la evolución de la serie, pero nunca ha sido una "buena" persona. Ni siquiera estoy segura de que lo fuera antes del comienzo de la serie. Muchas veces hemos comentado que es un personaje complejo, que comete errores y que le ciega la propia idea elevada que tiene de sí misma. Que aunque ella seguramente sí está convencida de estar haciendo las cosas "bien", esta opinión evidentemente no tiene que ser compartida por los que la rodean, ni por los espectadores.


Alicia es ambiciosa, sobre todo desde que ha visto que tiene cierto nivel de poder al alcance de la mano. Y cuanto más avanza, más se olvida de los escrúpulos y más se centra en sí misma. El problema es que, de una u otra forma, hasta ahora siempre habíamos terminado justificando sus actos. Pocas voces se levantaban contra la famosa "santa Alicia". Sin embargo, ahora nuestras lealtades están divididas más que nunca. Pero de ahí a calificarla de antiheroína hay mucho trecho, queridos. Alicia, lo que es, es una mujer, humana e imperfecta, o mejor aún, una Señora.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Historias en la historia



Hoy, después de ver un episodio de Mad Men, me puse a pensar en el fenómeno de las ficciones históricas. Por supuesto que no es nada nuevo y, teniendo en cuenta la moda de la novela histórica que culminó hace unos años, era lógico que las series de televisión se apuntasen al carro (¿es una moda que no se está experimentando en el cine? Ahora mismo no recuerdo que haya un boom de cine histórico, pero que alguien me corrija si me equivoco).


Pero, ¿por qué ese afán por recrear el pasado? ¿Qué se busca? ¿Una evasión a épocas más felices? ¿Una metáfora del presente? ¿Una representación fiel de otros usos y costumbres? ¿Contar la misma historia de siempre pero en otro contexto?


Supongo que hay tantas formas de acercarse a las series históricas o de época como series que se atreven con ello. El otro día alguien hablaba de Reign que, sin haberla visto, me da la impresión que va a ser un culebrón CW en una feria medieval.


Salvando pocas excepciones, la novela histórica me parece un artificio poco creíble, aunque muy entretenido, en el que se otorgan a personajes de otras épocas actitudes y reacciones propias de nuestros días, artificiales y anacrónicas en el contexto que se pretende representar. Algo, por otro lado, muy posmoderno. Entiendo lo que Faber quería hacer con Pétalo carmesí, flor blanca, pero no deja de ser un ejercicio de estilo. Si queremos saber cómo era el Londres victoriano, ¿no sería más fácil recurrir a Dickens? Cada época tiene sus códigos y sus restricciones, pero siempre será más honrado acudir a las fuentes coetáneas, aunque nos resulten ajenas, que al filtro que supone una recreación, por muy fiel que quiera ser, si es que acaso la fidelidad entra en los planes del autor.


Visto así, ¿para conocer los años sesenta tendría más sentido ver Mad Men o una película de Doris Day? ¿Cuéntame o El verdugo? Pues probablemente lo segundo y por eso no dejó de sorprenderme el revival sesentero que provocó la serie de AMC. A veces se nos olvida que lo que el señor Weiner pretende es un análisis del hombre actual con la distancia que le otorga la pátina de análisis histórico. Toda la serie es una metáfora de lo que somos ahora, por mucho que al espectador le guste perderse en los muebles de Saarinen y el humo de los cigarros (que, para seguir regodeándonos en la metáfora, son de mentira, por cierto). O que otros la critiquen por no mostrar otras realidades de la época).


Una ficción histórica no solo no es un documental, es que directamente es una estilización, una elección consciente desde nuestra óptica actual de aquellos elementos históricos que queremos destacar, rescatar o criticar (¿Curro Jiménez nos habla de las guerras napoleónicas o del ansia de libertad en la España de los setenta?) Y eso, en el mejor de los casos. En el peor, supongo que no iría más allá del escapismo de una fotografía colorista y sonrisas profident. Solo hay que pensar en lo que prometía algo como Llamen a la comadrona y en la cursilada en que terminó convirtiéndose. Y ahora que esa moda de las ficciones históricas está asentada en España, ¿dónde nos situamos? Sin entrar a analizar engendros como Águila Roja, ¿dónde colocamos aquellas series que sí tienen aspiraciones, como Isabel o El tiempo entre costuras? Porque ni siquiera son adaptaciones de obras antiguas, como se hizo en otros casos.


No sé, no acabo de tener una opinión clara al respecto. Es evidente que una recreación histórica nos es más cercana y más accesible que acudir a un "original", igual que es más fácil ver una peli que leer el libro que adapta. Y yo soy la primera que disfruto con los miriñaques o un buen cardado, vengan de donde vengan. Pero seamos conscientes de que, partiendo de que todo es ficción, una recreación tiene que ser, por su propia naturaleza, aún más artificial. No pensemos que la gente era así o que vamos a aprender historia; por suerte, para eso, siempre nos quedarán los clásicos.

martes, 5 de noviembre de 2013

Cernuda



Hoy se cumplen 50 años de la muerte de uno de los grandes poetas de la Generación del 27, Luis Cernuda. Descubrí su obra en el instituto y, en plena adolescencia, me abrió los ojos y el corazón con su estilo carnal y exquisito. Después, cuando fui alejándome de la poesía, acomodándome en otros géneros menos oscuros, él y otros pocos siempre siguieron junto a mí. Y esta es la excusa perfecta para volver a él, sin más. Disfrutemos.








No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque solo sea una esperanza,
porque el deseo es una preguna cuya respuesta nadie sabe.
                          (Los placeres prohibidos, 1931)

lunes, 4 de noviembre de 2013

Mañanas de radio



Si alguno de vosotros se traslada por carretera con frecuencia, sabrá que una de las claves que distingue si el viaje será tolerable o una absoluta tortura es la compañía. Pero no me refiero a la persona que se sienta a tu lado, también es importante la música que elegimos o la emisora que sintonizamos.


Escuchar música es muy agradable (qué os voy a decir yo, jeje, si vivo obsesionada con esa arte), pero la radio ocupa un lugar especial. Este medio me acompaña desde siempre. En mi casa es un eco que te llega desde la cocina y mi mp3 tiene unas cuantas emisoras de referencia para los desplazamientos y  los paseos.


No sé cuáles serán los hábitos radiofónicos habituales, si la gente elige una emisora y ya no la abandona en la vida, pero yo suelo escuchar magazines por la mañana y música por la tarde, y suelo cambiar bastante entre tres o cuatro emisoras. En el caso de los magazines, en un país donde los medios están tan politizados como España, es difícil encontrar un programa que no se escore hacia una ideología determinada, así que es absoluto placer disfrutar de un programa como el que la radio pública nos ofrece los fines de semana desde hace más de catorce años.


No es un día cualquiera, el programa que los sábados y domingos dirige y presenta Pepa Fernández en Radio Nacional, ya va por su decimoquinta temporada. Seguro que lo conocéis, pero aún así, os lo recomiendo vivamente: creo que es de lo mejor que hay en la radio de nuestro país. Y vista la calidad de sus colaboradores e invitados, creo que no soy la única que lo piensa.


Es un programa ameno, informativo y formativo, con un buen ritmo y muy variado. Utiliza un humor sutil y un enorme respeto para tratar todos los temas que podamos imaginar y ofrecer opiniones encontradas. Con sus continuos viajes para retransmitir el programa desde los lugares más recónditos (este fin de semana han estado en Tánger, pero te los puedes encontrar en el sitio más insospechado), son una potente arma de promoción de nuestra producción económica y cultural, que lo mismo presenta una exposición sobre Miguel Hernández como peras con denominación de origen.


Para cada uno de los bloques que conforman el programa, Pepa Fernández ha sabido rodearse de los mejores y, aunque no todos los colaboradores me resultan igual de interesantes, es una maravilla disfrutar de profesionales como el latinista Emilio del Río, el profesor de comunicación Manuel Campo-Vidal, el periodista Andrés Aberasturi, el diplomático Inocencio Arias, el experto en ajedrez Leontxo García, el divulgador científico Manuel Toharia o la lingüista Pilar García Mutón, por nombrar solo a algunos de mis favoritos de esta temporada (aquí, el equipo al completo, para que veáis).


Las tertulias quizá no sea lo que más me gusta (aun así, dada mi aversión por las tertulias en general, es de agradecer que participen algunos expertos en el tema que se trata y no se limiten a los típicos "opinadores profesionales" que tanto me molestan); sin embargo, las entrevistas me resultan deliciosas. Pepa es capaz de sacar jugo a los invitados más adustos y lo mismo te topas en su programa con Mario Vargas-Llosa o Iñaki Añúa que con un peluquero tangerino de noventa años.


Y no olvidemos la música, que ocupa un lugar especial en el programa. Todos los fines de semana disfrutamos de "música de gasolineras" con el fantástico José María Íñigo, del consultorio musical de José Ramón Pardo y de novedades musicales, dentro del espacio "De lo nuevo, lo mejor". Por último, me parece importante destacar que es de esos programas en que la lengua española es cuidada con mimo y esmero, algo que lamentablemente no podemos decir de todo lo que se escucha en la radio. Entiendo que es un medio rápido y efímero, pero precisamente por ello hay que alabar el primor con que Pepa y su equipo cuidan nuestro idioma, tanto dedicándole secciones concretas como en el desarrollo general del programa.


Como véis, me encanta y, aunque muchas veces no puedo escucharlo entero, procuro no perderme algunos de los apartados. Además, sus cuentas de Facebook y Twitter son de lo más activas y comunicativas (ya podían aprender otros CM, cuyas cuentas parecen teletipos) y todo el equipo es de lo más accesible y amable con los "escuchantes". Con su compañía, da lo mismo disfrutar del fin de semana en casa que en la carretera, porque la mañana se te pasará volando.