Tengo esto últimamente un poco abandonado. Podría justificarme diciendo que la Copa de Mundo me ha tenido sorbido el seso, pero ya sabéis que no soy nada futbolera, así que ni esa excusa me vale. Simplemente he estado con otras cosas... Ya sabéis, la vida...
Hoy quería hablar de la última peli india que vi. Me encanta echar la tarde del sábado viendo pelis indias: tres horitas de peli con su intermedio como Dios manda, en pleno cliffhanger. Terminas de comer, media hora de paseíto con el perro, preparas un cafelito y un dulce, te pones la peli y ¡hala! ya está la tarde amortizada.
Veer Zaara ya tiene unos añines: es de 2004. Lo que no sé es cómo aún no la había visto. Sus protagonistas son "el rey" Khan y Preity Zinta, en la última película que dirigió el prolífico Yash Chopra. Conviene recordar que Chopra fue, además, fundador de Yash Raj Films, la productora de este film y de muchas de las pelis que más me han gustado del cine indio. Tienen un sello especial, así que lo raro es que esta no hubiera caído antes.
Se trata de un drama romántico, lo cual tampoco es ninguna sorpresa. Aunque el cine indio se ha renovado mucho últimamente tanto en las historias como en la forma de contarlas, estamos hablando una peli de hace una década. El director busca deliberadamente una película "a la vieja usanza". Además, creo que Chopra, indio nacido en Lahore (Pakistán), ofrece con esta película un alegato personal sobre la necesidad de comprensión entre indios y pakistaníes. Pero vayamos por partes.
Shah-Rukh interpreta al piloto de las fuerzas aéreas indias Veer Pratap Singh, encargado de dirigir labores de rescate. Cuando lo conocemos, lleva 22 años en una cárcel paquistaní, sin hablar y olvidado por el mundo hasta que la abogada y activista Saamiya Siddiqui (interpretada por Rani Mukerji) se interesa por su caso. Ahí comienzo un largo flashback en el que descubrimos el amor imposible de Veer, hindú del Punjab, y Zaara (Preity Zinta), musulmana de Lahore. Ambos se conocen cuando esta cruza la frontera a espaldas de su familia para ir a esparcir las cenizas de su aya a Kitrapur, ciudad santa para los sikh. El autocar en el que viaja sufre un accidente y Veer tiene que rescatar a los ocupantes. Al ver que Zaara está pasando por algunas dificultades, decide acompañarla en su viaje al Punjab y así enseñarle la belleza de la región. Como es de esperar, se enamoran, pero su historia no puede tener un final feliz.
Supongo que al hacer una película de tres horas de duración es imposible no mezclar géneros, desde lo musical (con unas canciones muy bien integradas en la trama, por cierto) hasta el drama judicial. También es cierto que, como ya sucede otras veces, si le damos demasiadas vueltas a la trama vamos a encontrar algún que otro fallo. Pero la historia en sí es deliciosa, la fotografía es muy bella y los protagonistas inspiran ternura.
La película carece de cualquier tipo de cinismo y, en ese sentido, también podríamos compararla con el cine más clásico. De hecho, el director busca deliberadamente ese tono hasta en lo musical, aprovechando melodías antiguas y olvidadas. La pátina de la imagen también tiene cierto aroma antiguo. Su protagonista es un galán por antonomasia, de los que ya no quedan y, aunque el argumento es un melodrama que casi roza el camp, es un alivio ver una peli sin pretensiones, sin antihéroes ni grises. Este tipo de filmes ya no se hacen en occidente y probablemente nuestro yo más resabiado esbozaría media sonrisa si al final de un discurso durante un juicio en una película americana el público aplaudiera. Pero eso mismo resulta inocente, cálido y reconfortante en una película como Veer Zaara. Y eso, en ocasiones, es perfecto.