viernes, 28 de noviembre de 2014

Casual Friday: Sinouj





Después de varios meses de barbecho, retomo mis entradas musicales de los viernes. Que en realidad son apuntes para mí misma, porque no son precisamente las más populares del blog, pero qué importa; son mi propia banda sonora, mis descubrimientos o mis recuerdos, mi lista de reproducción.




Estas entraditas que casi nadie lee en muchos casos no son más que apuntes de cosas que voy encontrándome por ahí y que me animan a buscar más en esa inmensidad de Internet. Quién canta esto, por qué, de dónde sale, por qué me gusta. Y aquí queda constancia, y luego en mi lista de reproducción de youtube.


Hoy le toca a Sinouj (o ajenuz, si lo tradujéramos al castellano, esas deliciosas semillitas que encontramos en el pan en el Magreb), un grupo autodenominado "afromediterráneo" de Madrid, con cuatro discos a sus espaldas (todos ellos disponibles en spotify), al que llegué a través de una colaboración con Javier Paxariño. Se clasificaría dentro del World (Arab?) Jazz, pero es que las denominaciones son tan restrictivas... Es curioso, porque la génesis de la banda se encuentra en Argelia (al final, el mundo está lleno de coincidencias), aunque en la actual composición encontramos músicos de origen tunecino y nigeriano, junto al saxofonista y líder Pablo Hernández.


Dada la composición del grupo, es lógico que beban de todas las fuentes y, aunque en ocasiones no resulte especialmente rompedor, el resultado suena la mar de bien. Melodías africanas y armonías funk. La canción que os propongo es "Yekermo Sew", que seguro ya conocemos en la versión original de Mulatu Astatke (¡ese vibráfono!) y que aparecía en la banda sonora (ideal para conducir, lógicamente) de Broken Flowers. Si las comparamos, notaremos las similitudes, claro, pero también una gran fuerza en el directo, con ese bajo tan presente, por ejemplo. Una forma excelente de empezar el fin de semana. Que lo disfrutéis.




jueves, 27 de noviembre de 2014

Queen: cine indio para todos los públicos




A pesar de la aparente inocuidad del cine indio, tan alegre y tan decente, no todas las películas son para todos los públicos. Pese a lo que pueda parecer, en este blog no hablo ni de la mitad de los filmes que veo. Unos son directamente malos; otros, no me han dicho gran cosa. 



Finalmente están esas películas que creo que no he entendido porque me faltan referencias culturales. En muchas ocasiones tengo la impresión de que se me escapan elementos fundamentales. Hay elipsis que para mí no tienen sentido, menciones que no logro captar y no sé si se debe a un problema de los subtítulos o a que hay que conocer muy bien la cultura para saber de lo que están hablando.



Como algunos sabéis, la India es mi asignatura pendiente. Es un país que siempre me ha atraido pero que aún no he tenido la suerte de visitar (lo sé, soy una triste, obsesionada a mi edad con un país que no conozco). Su comida y su cine son pequeños sucedáneos hasta que, algún día, el binomio tiempo-dinero me permita hacer ese viaje que tantos cuentan que cambia la vida. Entre tanto, seguiremos soñando.


En fin, que con la película que recomiendo hoy no corremos riesgo alguno. Para empezar, porque es Bollywood, pero va mucho más allá. Yo la considero, de alguna manera, heredera de aquella Monsoon Wedding de principios de este siglo XXI y, después más claramente, de la estupenda English-Vinglish. Pese a su bajo presupuesto y a su tibia recepción inicial (que fue creciendo a medida que pasaban las semanas), ha sido una de las películas más populares de este año en el país, con éxito de crítica y público, y no me extrañaría verla proyectada en alguna sala o en algún ciclo en España o en otros países fuera del círculo de exhibición habitual de las pelis indias.


El argumento, como sucede en tantas ocasiones, es bastante simple: Rani (fantástica Kangana Ranaut) es una tímida joven de familia conservadora. Un par de días antes de su boda, su prometido la deja plantada, ya que considera que él ha cambiado y que sus estilos de vida ahora son demasiado distintos. Como la luna de miel ya estaba organizada, Rani decide decide aprovechar el viaje a París, la ciudad de sus sueños, y se marcha sola. 


Vikas Bahl (director también de Lootera, una de mis pelis favoritas del año pasado y de la que tengo pendiente un post) deja de lado las historias de amor para ofrecernos una dramedia de crecimiento personal y autoconocimiento. No en vano se estrenó la víspera del 8 de marzo. La película es convencional, pero no tanto si tenemos en cuenta su punto de vista y la cultura en la que se enmarca. Además, va un paso más allá que, por ejemplo, English-Vinglish a la hora de retratar el empoderamiento de la mujer. Rani evoluciona, aprende y se libera. Es capaz de abrirse a otras ideas y de apreciar lo que tiene a su alrededor, sin perder su identidad en ningún momento, pero reafirmándose como mujer cueste lo que cueste. 


La película nos muestra la capacidad de adaptación de la protagonista, alejada de esas diosas del cine indio que solemos encontrar y que, por desgracia, aportan poco más que una cara bonita. Aunque su inocencia le juega alguna que otra mala pasada, no tarda en hacerse con la comprensión y la amistad de quienes la rodean. Los distintos encuentros que tiene, la forma de relacionarse con mujeres y con hombres, con indios y con personas de otros países, nos enseñan que algunos sentimientos son universales, independientemente de la procedencia y el bagaje cultural de cada uno. Es cierto, a la película le pesan en ocasiones muchos clichés (supongo que es inevitable; nosotros tampoco somos un ejemplo a ese respecto), pero tenemos que asumir que es parte del encanto de este tipo de pelis, que hay que ver con candidez y desvergüenza.


En definitiva, una película divertida pero con alma. Sencilla en su planteamiento y en su ejecución, cumple con creces su objetivo y deja buen sabor de boca. Muy india y muy multicultural. Muy hija de su tiempo y muy atemporal en sus pretensiones. Ojalá caiga pronto otra película de su estilo, porque aunque no tenga tantos colores (aunque toda la película es un festival para la vista), ni bailes (aunque la banda sonora de Amit Trivedi es deliciosa y está perfectamente integrada), ni historias de amor (aunque rebosa sentimientos), me ha encantado.






lunes, 24 de noviembre de 2014

La vida secreta de los libros


He de confesaros una cosa: a veces tengo miedo. Tengo miedo, entre otras cosas, de terminar sabiendo más sobre la vida cotidiana en la época isabelina que bajo el reinado de Felipe II. O más sobre la biografía de Purcell que sobre la política actual de mi país. Y la culpa de todo la tiene la BBC. Claro que de vez en cuando les soy infiel y me voy a otros canales, pero hay que reconocer que los británicos son únicos a la hora de enganchar, con pasión y cierta desvergüenza, en sus contenidos culturales. Algo tienen sus documentales que atrapan y que, por desgracia, otras producciones no consiguen tan fácilmente.


Estos días estoy disfrutando de lo lindo con The Secret Life of Books, una serie de seis documentales de BBC4, el canal "alternativo" del ente británico. Y no puedo dejar de recomendarlo por aquí, incluso sin haberlos completado (llevo cuatro de seis). En ellos, distintas personalidades de la cultura británica descubren aspectos no demasiado conocidos de sus grandes de la literatura, de Shakespeare a Mary Shelley, de una forma amena y muy didáctica.


En el primer documental, por ejemplo, Tony Jordan, guionista televisivo y responsable, entre otros, de la archiconocida telenovela EastEnders, indaga en los motivos que llevaron a Charles Dickens a modificar en el último momento el final de Grandes esperanzas. En otro de ellos, el actor Simon Russell Beale se adentra en la polémica cuestión de la autoría en las obras teatrales del Bardo de Avon. Les acompañamos a examinar las fuentes y nos maravillamos ante las joyas que esconden la National Library o el entusiasmo con que los estudiosos de distintas universidades nos regalan sus conocimientos.


Solo por la calidad de las obras comentadas, estos documentales ya serían una delicia, pero es que esa "vida secreta" que nos descubren arroja luz sobre temas que quizá aún no conozcamos o que no nos hayamos parado a analizar, como sucede con la relectura adulta y contemporánea que la periodista Bidisha hace de Jane Eyre.


Para completar la experiencia, los documentales se enmarcan dentro de un proyecto de "universidad abierta" de la BBC, que incluye una aplicación gratuita para móviles y tabletas, así como unas breves introducciones en formato electrónico (epub y pdf) a los autores y las obras que se examinan durante los episodios.


No tengo mucho más que decir, solo animar a todo el que se deje caer por aquí a dar una oportunidad a estos fantásticos documentales; en el mejor de los casos, quizá nos lleven a volver a leer a los clásicos o a descubrir aquellos con los que aún no nos hemos atrevido. En el propio iplayer de la web de la BBC aún está disponible el último episodio, pero en Youtube podemos encontrarlos sin problemas. Aquí os dejo el primero, espero que os guste tanto como a mí.






jueves, 20 de noviembre de 2014

Brasilia, ¿ciudad del futuro?



No es que ya hayamos visto todo lo que Río tiene que ofrecer, pero nos apetecía ir haciendo una excursión y desde pequeña a mí me ha atraido Brasilia. Había en mi casa hace ya muchos años una enciclopedia para niños y en una de las entradas se describía a la capital de Brasil como uno de los hitos de la modernidad, un referente para las ciudades del futuro. Así que no cabía duda de que tenía que ser el destino de nuestro primer viaje.


Brasilia provoca opiniones encontradas: a mí me encantó y a mi marido le pareció un poco el horror. Lo primero que sorprende, al ir llegando al centro desde el aeropuerto, es su uniformidad, con esos edificios de viviendas sobre pilotes con fachadas acristaladas, tan típicos de una época muy concreta (viví en uno de ellos en Alemania y me encantan, aunque no estén exentos de polémica). Y, al llegar al centro, sorprende la amplitud, las grandes distancias y el vacío.


En una ciudad que vive por y para la administración, los fines de semana deben de ser la muerte. Según me contaba un conocido hace tiempo, a pesar de que Brasilia es la capital del país desde 1960, muchos de los funcionarios y trabajadores de alto nivel mantienen su residencia en Río de Janeiro y apenas pisan la capital para ir a trabajar de martes a viernes.


Después de dejar los trastos en el hotel, lo primero que hicimos fue darnos de alta en el sistema municipal de alquiler de bicicletas. Sigue exactamente el mismo esquema que en Río: con tu teléfono móvil te registras y se te cobra una fianza de diez reales. Se dan de alta tantos usuarios como bicicletas se vayan a necesitar. La primera hora de alquiler es gratuita y da de sobra para desplazarte por la zona turística. Aunque las distancias no son inmensas, resulta mucho más cómodo moverse en bici, aunque solo sea porque no hay sombras bajo las que pasear (en una mañana me quemé toda la piel del escote, la cara y los brazos, y eso que estaba bastante nublado). 


En Brasilia es imposible perderse: nuestro hotel estaba, por ejemplo, en la SHN Quadra 01, Bloco C. SHN corresponde al Sector Hotelero Norte. Otras calles son la "Via SL1" o la "ERW Sul". Todo sigue una perfecta lógica, así que no hay manera de extraviarse. Y es que la distribución de la ciudad corresponde al llamado "plan piloto", proyectado por Lúcio Costa en 1957: la ciudad se alza sobre un plano en forma de avión, en el que su cuerpo formaría el llamado "eje monumental", que va de Este a Oeste, y las alas (Norte y Sur) serían las zonas dedicadas a viviendas. Entre dicho eje y las "alas" se encontrarían los sectores de servicios (hoteles, sanidad, etc., más información aquí) y todo estaría rodeado de amplias zonas verdes y un gran lago (más fácil de ver si giramos la imagen de la derecha 90 grados hacia la izquierda). Evidentemente, la ciudad se quedó pequeña al poco de su fundación y una línea de metro actualmente conduce a los barrios periféricos. Además, Brasilia posee una de las mayores favelas del mundo, solo superada por Rocinha, en Río.



En la parte Este del eje monumental se concentran, como ya podemos adivinar, los edificios más representativos de Niemeyer, que hicieron a la ciudad merecedora de entrar en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco en 1987. Si consideramos la torre de TV el centro del eje, bajando por la izquierda y dejando atrás la estación de autobuses, llegamos a la Biblioteca Nacional, el Museo Nacional, la Catedral metropolitana (más pequeña de lo que  imaginaba, aunque parte del edificio sea subterráneo), los edificios de los ministerios, el Palacio de Itamaraty (o sea, Asuntos Exteriores) y, finalmente, la Plaza de los Tres Poderes.


Conceptualmente, todo el diseño de Brasilia es muy potente, pero esta última plaza es realmente sobrecogedora. En realidad no es más que una esplanada cuyo trazado conforma un triángulo equilátero en cuyas esquinas encontramos el Congreso, que domina sobre el Palacio de Planalto y el Supremo Tribunal Federal (en este último pudimos disfrutar de una visita guiada muy interesante). Junto a los palacios representantes de los tres poderes vemos, entre otras, la escultura de los Candangos, los trabajadores que llegaron a Brasilia desde el resto del país para su construcción.


Regresando por el lado norte del eje monumental, encontramos el Palacio de Justicia, otra serie de edificios de ministerios, y el Teatro Nacional. Hacia el otro lado de la torre de TV se encuentra el Club do Choro, el estadio de fútbol y algunos memoriales, como el de Juscelino Kubitschek, el presidente de Brasil que fue artífice de la fundación de la ciudad. Lo malo es que un domingo a las ocho de la mañana, con lluvia, no os podéis imaginar la desolación que ofrece ese lado del eje monumental; lo único que había era algunos mendigos y un par de coches en uno de los aparcamientos (las distancias son tan grandes que cada edificio tiene a su alrededor un enorme aparcamiento, lo que aumenta si cabe la sensación de aislamiento). Así que decidimos que mejor volver a la zona civilizada, no fuera que no encontrasen nuestros cuerpos hasta una semana después...


En cuanto a restaurantes, poca cosa y casi todo agrupado en  centros comerciales. En la parte Oeste del eje monumental, por cierto, no hay ni un bar ni un restaurante; la única forma de sobrevivir es comprando algún refresco a los vendedores ambulantes. No sé cómo será en los barrios periféricos, pero en la zona centro no hay comercio de proximidad. Solo en el Sector hotelero Sur hay una churrasquería Fogo do Chão (superrecomendable, por cierto, aunque hay que ir con la visa bien preparada). El sábado terminamos comiendo en un restaurante megacutre y malísimo en un centro comercial y tomando café en una especie de MacDonalds...


La última sorpresa y uno de los lugares que más me gustaron fue el santuario de San Juan Bosco, patrono de la ciudad, adjunta a un colegio de salesianos ya dentro de los sectores residenciales. Es una iglesia rectangular, cuyo diseño recuerda al palacio de Itamaraty y al de Justicia, y cuyas vidrieras azuladas crean una sensación de paz y espiritualidad muy fuertes. Cuánto me alegro de no habérmelo perdido.


Brasilia, más que ciudad del futuro, yo diría que es la ciudad del futuro pasado, el futuro que se imaginaba en los años sesenta, cuando no había miedo y todo era posible (caminando alrededor de la catedral, por ejemplo, no cuesta imaginarse a una dentro de una peli de ciencia ficción de la época, con sus monstruitos a lo Doctor Who). Pero merece mucho la pena visitarla. Está apenas a una hora de avión desde Río y da de sobra para un fin de semana. Lo que creo que no me habría gustado tanto es tener que vivir en ella; la misma grandeza que sobrecoge por su monumentalidad, por su modernidad y por su atrevimiento, resulta un poco deshumanizada. Justo lo contrario de lo que seguramente sus creadores buscaban.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Serie cancelada: bien por mí



Ya hablé hace tiempo por aquí de Witches of East End. Una serie sin demasiadas pretensiones, "para mujeres", con una primera temporada entretenida que parecía que iba a recoger el testigo de Embrujadas. El otro día leí que la habían cancelado. Y la verdad es que me alegré. Pero, ¿cómo se pasa de disfrutar de una serie a acoger con gusto su cancelación? En realidad, es sencillo, y es que la segunda temporada ha heredado lo peor de la primera y ha ido descartando lo interesante. 


Todos sabemos lo complicado que es adaptar libros. Cuando el libro es bueno, el lenguaje cinematográfico o televisivo suele quedarse corto, sobre todo si quien se encarga de la adaptación tiene demasiado miedo a alejarse del original o lo respeta demasiado como para hacerlo. No sucede lo mismo con la literatura de bolsillo. Recuerdo haber leído Los puentes de Madison o Bailando con lobos y haberme arrepentido de acabar con el buen sabor de boca de las películas con unos libros que no estaban a la altura de sus propias adaptaciones.


En su momento ya cometí el error de leer los tres o cuatro primeros libros de True Blood. Y aún no tengo muy claro si me arrepiento de haber leído los dos primeros de Outlander (aunque están bastante bien, muy por encima de las otras dos sagas y, además, hay que comprender que son pioneros en su género; la basura y el hastío vinieron después). Tanto en la historia de los vampiros como en la de la verdadera señora Beauchamp (¿por qué se repiten los nombres?, ¿hay algún motivo que desconozco?, ¿es Beauchamp un nombre "fantástico" en el sentido más literal?), considero que la adaptación para televisión corrige y mejora algunos de los fallos de los libros, como aquel personaje de Bubba, que me provocaba urticaria cada vez que aparecía en las novelas de Charlaine Harris o el tema de la boda de Claire (que en el libro es una horterada como un pino).


Así que con Witches of East End no corrí riesgos. Al fin y al cabo, tampoco era una serie que me gustase tanto (aunque creo que tengo el primer libro por ahí). Al empezar a ver la serie era tan evidente que iba a encajar en su género de Contemporary Adult Fantasy Romance que me dio hasta pereza ponerme con los libros. Estaba bien para pasar el rato, la carnaza estaba racionada y no era especialmente desagradable. Punto para ellos. 


El problema no es que para condensar todo un libro en diez o doce episodios haya que sintetizar bastante. Al fin y al cabo, en la primera temporada la serie lo consiguió. La cuestión es que en la segunda temporada los personajes no solo evolucionan, sino que se convierten en otra cosa. Se supone que la serie iba a ser más oscura, pero nada más lejos de la realidad. Si acaso, más absurda, pero sin gracia. Ni para unas risas ha dado tanta tontería junta. Las actitudes no tienen sentido, las tramas me han dado mucha pereza (unas cuantas siestas me he echado viendo la serie, así me duraba cada episodio hasta tres días) y la magia se ha utilizado como excusa para que la historia se saltase sus propias reglas.Y no creo que sea un problema de la serie; estoy convencida de que en los libros sucede lo mismo, lo que pasa es que cambios que a lo largo de cincuenta páginas pueden resultar más o menos lógicos, se suceden con tal rapidez en la serie que rozan el ridículo.


Creo que a estas alturas de la historia de las series hay que ofrecer al menos un mínimo de coherencia. No pido que la serie sea buena, pero no es posible que pasemos del luto por la pérdida de la pareja a una relación lésbica con un antiguo amor, que te está dando el pésame, y luego a olvidar tanto a uno como a la otra: la nada en cuestión de minutos... Y además de toodo esto, la maldita capacidad de resurrección. ¿Qué interés puede despertar el peligro que corre un protagonista si como espectador sabes que nunca va a morir? ¿Dónde quedan el interés, la intriga, el miedo, la empatía? Se supone que lidian con sentimientos fortísimos, pero apenas les rozan. Y eso no solo es ridículo, es que es molesto.


Así que, en ese sentido, me alegro de que se me hayan adelantado cancelando una serie que había perdido todo el encanto (trash) que podía tener. Lo siento por los fans de los libros, pero a mí me han ahorrado la decisión. De hecho, creo que ya se me ha olvidado el cliffhanger del final de temporada...

jueves, 13 de noviembre de 2014

Río (aún) no es lugar para perros



Río está lleno de perros; es una de las primeras cosas que llaman la atención al llegar a la ciudad. Perros preciosos, lustrosos, da gloria verlos. Es evidente que los cariocas adoran los animales de compañía. Paseando por Copacabana se ven un montón de establecimientos dedicados a los bichines. Montones de peluquerías caninas: parece que el mismo culto al cuerpo que los cariocas profesan para sí mismos lo aplican al cuidado y la belleza de sus mascotas. 



Pero luego vas descubriendo que no todo es tan sencillo. Primero alucinas por ver que hay gente que pasea a sus perros con zapatos y luego descubres que muchos días tienes que lavarles las patas al tuyo al llegar a casa (la suciedad en la calle, sobre todo en un barrio al que mira el resto del planeta, es otra de las sorpresas que aguardan al visitante).


Río está lleno de perros, sí, pero no hay mucho que hacer con ellos. Aunque es una ciudad muy verde y tiene varios parques nacionales en plena urbe, los perros tienen el acceso terminantemente prohibido (así que despídete de hacer senderismo). Al menos en nuestro barrio no hay demasiadas zonas ajardinadas y apenas hay recintos donde los perros puedan disfrutar sueltos. Preguntando por aquí y por allá descubres la existencia de algún que otro parque para perros, y uno de ellos a una media hora de casa, aunque luego te explica la veterinaria que ¡cuidado! porque están plagados de pulgas. Y resulta que no exageraba...


Playas habilitadas directamente no hay. En Arpoador y en Leme a primera hora de la mañana de los fines de semana se juntan grupos de dueños y perritos, que disfrutan de la playa y las olas, pero sobre las siete tienes que irte si no quieres que la policía te dé los buenos días con una multa.


Supongo que esto explica en parte por qué te cruzas por la calle con labradores agresivos o shih-tzu medio pirados. La gente no tiene donde socializar a los cachorros y muchos dueños ni siquiera se lo plantean; mucho baño, mucho corte de pelo, mucho lacito y mucha corbata, pero ni un lugar donde pegarse unas carreras como dios manda.


Es inevitable que todo mejore con el tiempo. En el parcão de Lagoa, a donde nos hemos acostumbrado a ir para poder librarnos un rato de la correa, hemos hablado con varios dueños que nos explican que las cosas están cambiando, pero es evidente que la ciudad aún no está preparada para la avalancha de perritos que Río está experimentando.