jueves, 22 de enero de 2015

Togetherness: pequeñas miserias cotidianas




La verdad es que no había oído hablar demasiado de la nueva serie de HBO antes de ponerme con ella. Cuando hace unos días leí en algún lugar (lo siento, pero no consigo recordar dónde) cómo se comparaba con Girls, pensé que tenía que darle una oportunidad a Togetherness. Después en Twitter negaban tal comparación, pero yo ya me había quedado con la intriga. Y después de la época de deserción que llevo últimamente (he dejado hasta Downton Abbey,  y Parks and Recreation la tengo ahí abandonadita, la pobre, que me da pena retomarla porque se me va a acabar), me venía bien encontrar una comedia nueva...



Así que por fin me puse con ella. Y cuánto me alegro de haberlo hecho. Sí, definitivamente como comedia entra perfectamente en el nicho de HBO. Además, creo que la comparación con Girls, pese a lo que pueda parecer, no va nada desencaminada.



Como comentaba Pere Solá en su blog parafraseando a @basuraandtv, una vez más nos encontramos con los "white people's problems", solo que esta vez, se trata de las pequeñas miserias de los hermanos mayores de Hannah y compañía. Que en muchos casos, son las mismas.


Togetherness arranca cuando Brett y Michelle, una pareja de treintañeros con dos hijos pequeños, tienen que abrir las puertas de su casa a Tina, la hermana de Michelle, y a Alex, el mejor amigo de Brett. Los actores que interpretan a los personajes masculinos son Steve Zissis y Mark Duplass (al que ya conocíamos por ser uno de los "comadrones" de The Mindy Project). Junto con Jay Duplass (hermano de este último), forman uno de esos tándems de creadores que gozan de cierto prestigio en los círculos del cine indie (se consideran creadores del movimiento mumblecore), así que no era de extrañar que acabaran recalando en la HBO, ese canal que se nutre del prestigio que le otorgan ciertas series, más allá de su popularidad y su audiencia. Las protagonistas femeninas son Melanie Lynskey y Amanda Peet (a ver si por fin esta mujer tiene un proyecto con algo de éxito).


La inseguridad profesional, los problemas de pareja (¡el daño que 50 sombras de Grey ha hecho a las expectativas sexuales de las mujeres!) y el miedo a envejecer son algunos de los temas que se han tratado en los dos episodios emitidos hasta el momento. Sus protagonistas descubren que al llegar a la edad adulta, los anhelos y los problemas siguen siendo los mismos, que la vida no lleva un manual de instrucciones, sino que todo es un continuo ensayo y error, y que incluso cuando has seguido el camino "normal" y eres moderadamente feliz con tu trabajo, tu pareja y tus hijos, sigue habiendo una parte de ti que continúa insatisfecha. Sí, definitivamente, es muy clase media. Si no me equivoco, la primera temporada consta de ocho episodios, así que quizá sea pronto para emitir un veredicto definitivo, pero por el momento, me la quedo.


Al igual que sucede con Girls, no es una comedia para reir a carcajadas, sino que busca más bien la identificación en el día a día de unos protagonistas que bien podrían ser nuestros vecinos. Aquí no hay glamour ni grandes pasiones ni puñales envenenados. La serie muestra escenas del día a día, sus intimidades, sin alharacas ni artificios. Plantea más preguntas que respuestas y parte de su atractivo está en vernos reflejados en tramas que, si bien no hemos llegado a experimentar, podrían formar parte de nuestra vida. Son patéticos, pero resultan adorablemente comprensibles. Casi te ríes por no llorar. Y acabas pensando lo mismo que con Girls, "mierda, esa podría ser yo"...







miércoles, 14 de enero de 2015

La batalla de los lectores electrónicos



Hubo un tiempo en que yo era defensora a ultranza del papel. Desde el olor de los libros nuevos (¡nunca prestes un libro antes de haberlo leído tú!) pasando por el diseño de la portada y hasta su ubicación en la biblioteca de casa (en el salón o en la oficina, en el último estante o a mano por si apetece echarle un ojo), no hay nada como un libro.


Hasta que mi media naranja, aficionado a casi cualquier cacharrito electrónico que aparezca en el mercado, me regaló mi lector digital Sony y se desató la locura. Se acabó lo de terminar un libro porque "ya que lo has empezado...", se acabó lo del estante de libros sin leer (bueno, ese sigue ahí, para qué nos vamos a engañar, sigo comprando libros como una posesa), se acabó lo de ir a la FNAC a comprar lo que sea que tengan en alemán, se acabaron los libros de segunda mano a un euro en ebay.


Todo un mundo de lecturas se abría ante mí, y sobre todo en lo relativo a la literatura de pacotilla, esa de usar y tirar: desde los lotes de bestsellers en la bahía pirata hasta la chic-lit para practicar idiomas en Amazon. Por no hablar de las maravillas de la Biblioteca Cervantes o del Proyecto Gutenberg. De repente tenía todo Dickens para mí, y sin que se me doliese la muñeca por el peso.


Por desgracia, y después de dos años de fiel servicio, el conector mini-USB se murió y, como Sony no comercializa su lector en Brasil, nadie se ha atrevido a arreglármelo. Además, últimamente la batería también andaba ya cebada. Consecuencia: tras preguntar por Twitter parecía evidente que tenía que hacerme con un Kindle. Y allá fui. Y aquí están mis impresiones, totalmente subjetivas.


Empiezo por lo más evidente: el Sony es más bonito y mucho más ligero que el Kindle Paperwhite, incluso teniendo en cuenta que mi PRS-T1 es un modelo bastante antiguo. Los botones son muy cómodos y, además de lectura, permite escuchar archivos de audio mediante un conector para auriculares.


Sin embargo, hay un elemento fundamental que hace que el Kindle Paperwhite gane muchos puntos frente a Sony y es la retroiluminación de la pantalla. Para utilizar con comodidad el Sony hace falta una funda protectora que lleva una lamparita (el último modelo ya incorpora funda, pero la lámpara hay que comprarla aparte). Y esa maldita lamparita consume pilas AAA como si fueran chocolatinas. Al cabo de un día de lectura la lámpara ya no iluminaba lo suficiente como para leer con facilidad en la cama. La luz regulable del Kindle Paperwhite, por su parte, permite ajustar el brillo del aparato a la iluminación ambiental. Por desgracia, a pesar de su utilidad, hay que reconocer que la vista se cansa mucho más con este tipo de pantalla retroiluminada que con la del lector electrónico de Sony.

[Edito para corregir un dato: me comenta la gran @bich75 que la pantalla del Kindle no es retroiluminada, sino que la luz está integrada. Es decir, la iluminación está por delante de las letras, y no en el fondo de la pantalla. Por eso se cansa menos la vista que con una tableta. Si es que tengo unos lectores que no me los merezco.]


Otra diferencia fundamental entre el Kindle Paperwhite y el Sony Reader la encontramos en el software. Mientras Sony utiliza el estándar epub para sus libros, Kindle utiliza el formato propietario azw, con protección anticopia, o bien el formato mobi. Esto en principio no supone problema alguno si utilizamos una biblioteca virtual para tener ordenados nuestros libros, como Calibre, ya que permite convertir archivos y quitar el DRM sin mayor complicación. En cuanto al software, el cacharrito de Sony tenía la insana costumbre de colgarse de vez en cuando, por lo que había que usar el botoncito de reset, que restablecía el aparato al último momento previo en que se utilizó, por lo que se perdía todo lo adelantado en la lectura del libro que estaba leyendo en ese momento. Después de un mes de uso, el Kindle no ha dado ningún problema (¡estaría bueno!) aunque a veces Calibre tarda en reconocerlo una vez conectado al ordenador. 


Para los que leemos en varios idiomas, hay que reconocer que en este sentido Kindle también es más útil. Sony incorpora un número bastante limitado de diccionarios en sus aparatos, y estos no se pueden modificar. Por su parte, el Kindle Paperwhite ofrece muchos más diccionarios y permite instalar solo aquellos que nos interesan. En cuanto a la consulta de términos, ambos aparatos permiten hacerlo cómodamente, si bien el lector Kindle crea una lista para, después, repasarlos y, dado el caso, aprenderlos.

 
Por último, Amazon ofrece toda una experiencia social con su aparato. No se trata ya de leer libros, sino que durante la configuración del lector se nos invita a vincular el perfil de Facebook y Twitter, para poder compartir citas de aquellos libros que estamos leyendo con total comodidad (aunque a mí me da un error y aún no me ha dejado hacerlo). Además, al finalizar un libro, se nos invita a valorarlo en Amazon. Por último, como es de esperar, adquirir libros a través de esta plataforma es sencillísimo y, de forma predeterminada, en la pantalla de inicio aparecen recomendaciones de compra.


En resumen, si lo que queremos es un lector sin más, que no nos dé problemas, con el que vamos a tirar sobre todo de libros gratuitos y de distintas páginas web, creo que Sony sigue siendo mejor opción. Por el contrario, si somos más de comprar o de compartir en las redes sociales, sería mejor apostar por Kindle, aunque sea un poco tocho y feo. Luego siempre podemos arreglarlo con una fundita rosa.


lunes, 12 de enero de 2015

Carioquidades: lanches y salgadinhos





Habrá que reconocer que la principal herencia culinaria que los portugueses dejaron en Brasil, y que se hace más que evidente en Río de Janeiro, es el omnipresente feijão. Encontramos todo tipo de alubias en guisos y ensaladas, desde la feijoada hasta el cocido. Pero, no nos engañemos, que sea la comida típica no significa que sea la más habitual (¡imaginaos con este calor!) y, aunque es cierto que al carioca le encanta echarle arroz y judías a cualquier plato, para mí, el plato estrella en Río es el pastel, o sea, la empanadilla de toda la vida.


En un país en el que no te ofrecen pan en los restaurantes resulta extraño que luego se pirren por los bollitos, cruasanes y empanadillas salados. Pero es así. En cada esquina de Copacabana te encuentras un establecimiento especializado en refrescos y comida rápida. Y no me refiero a un Starbucks ni a un MacDonalds. Aquí, por suerte, todavía impera el pequeño comercio y las marcas autóctonas. Una cosa más de la que podríamos aprender de ellos...


Por lo que se ve, el carioca no suele comer en casa. A toda hora, pero sobre todo durante el desayuno y a mediodía, las lanchonetes se llenan de gente que pide sus empanadillas, croquetas, pedazos de pizza, etc., todo ello perfectamente alineado en vitrinas acristaladas. Claro, siempre hay alguien que pide un sandwich, un bauru o una hamburguesa, pero eso lleva más tiempo de preparación y parece más que evidente que aquí lo que prima es la rapidez. Mi impresión es que aunque al brasileño le gusta comer fuera, aún no se ha llegado a esa sofisticación (y esnobismo, por qué no decirlo) que hay en la gastronomía del sur de Europa (y no, aquí tampoco ha llegado aún la avalancha de cupcakes, cronuts y demás zarandajas).


Una de las especialidades es la coxinha, una especie de croqueta rellena de pollo deshilachado y al que se le suele echar alguna salsa, desde ketchup hasta ajo. Pero también tenemos el quibe, que ha realizado un largo viaje desde Oriente Medio para colarse entre las comidinhas típicas, y que viene siendo una croqueta de sémola rellena de carne. Este también se come con salsa picante. Otra herencia oriental sería la esfiha, panecillo relleno de carne o queso. Volviendo a lo más típicamente brasileño tendríamos el bolinho de aipim (harina de mandioca), el folhado, la empadinha, el risolé... Y, por fin, entraríamos al amplio mundo de los pasteis.



En el Bar do Adão, a dos pasos de la playa de Copacabana, son la especialidad, junto a las caipirinhas. Conseguir mesa un sábado noche es tarea imposible, y eso que son bastante parcos con el aire acondicionado y uno puede acabar como si hubiera pasado la tarde en la sauna. Pero es que tanto las caipirinhas (sobre todo la de maracuyá y el braisilerinho, que lleva hierbabuena y lima, mmmmmh) como las empanadillas merecen la pena. Aunque su carta es extensísima, las más tipicas son las de carne, pollo y gambas, con una masa deliciosa. Además, las sirven recién fritas, para chuparse los dedos...


Pero lo mejor de estas empanadillas, con su masa crujiente y su relleno de lo más variado,  es que se venden como rosquillas hasta en la lanchonete más mugrienta y podemos degustarlas, con mayor o menor fortuna, en cualquier esquina de la ciudad. Por ejemplo, en el mercado callejero a donde vamos a comprar pescado los domingos, las sirven para desayunar con zumo de caña de azúcar, una bomba de energía que te tiene dando saltos toda la jornada.


Sin embargo, lo habitual en los establecimientos de comida rápida es acompañarlas de un zumo natural. Y ahí es donde cualquier amante de las frutas va a estar en el paraiso. Solo hay que decir que algunos zumos son tan espesos que las pajitas para beberlos son especialmente anchas (véase la foto del zumo de mango que aparece abajo). Y la gran variedad y calidad de las frutas autóctonas, muchas de ellas aún desconocidas en Europa, hacen que queramos probar una y otra vez. Mmmmh, qué hambre, ¿verdad?



viernes, 9 de enero de 2015

Casual Friday: Tim Maia





El cantante con el que os propongo inaugurar el fin de semana ha estado estos días en el candelero por una polémica que afecta al Rede Globo, segundo canal más grande de la televisión mundial. Parece ser que emitió una miniserie con datos manipulados y eso ha levantado cierta polvareda entre los brasileños más críticos con este medio de comunicación y con la fuerte influencia que el conglomerado tiene en el país. Además, parece ser que las desavenencias entre la Globo y el cantante vienen de lejos...


Pero dejémonos de polémicas y centrémonos en lo musical. El cantante en cuestión es Tim Maia, carioca que introdujo el soul en el país. Activo entre los años setenta y noventa del siglo pasado se trataría, según la revista Rolling Stone, del mayor cantante brasileño de todos los tiempos


Fue una de esas personalidades excesivas: obeso, alcohólico y adicto a la marihuana, llegó a decir "hice dieta rigurosa, corté el alcohol, las grasa y el azúcar. En dos semanas, perdí 14 días". Independientemente de sus problemas particulares, su color de voz característico y la originalidad de la fusión en su música hacen que resulte muy interesante y que no haya envejecido nada mal. 


El tema que traigo para compartir hoy es "Imunização Racional (Que Beleza)", perteneciente al álbum Tim Maia Racional, Vol. 1, de 1975. Durante esa época, el cantante y compositor practicó la religión Cultura Racional, lo que se puede apreciar en las letras. Como podemos leer aquí, la fase de abstinencia religiosa le duró poco... Pero siempre nos quedará el testimonio funk de esa época de iluminación.

¡Feliz fin de semana!







Que beleza é sentir a natureza
Ter certeza pr’onde vai
E de onde vem
Que beleza é vir da pureza
E sem medo distinguir
O mal e o bem…
Qué belleza sentir la naturaleza
tener certeza de por dónde vamos
y de dónde venimos
Qué belleza es venir de la pureza
y sin miedo distinguir
el mal del bien…





miércoles, 7 de enero de 2015

Galavant: Disney para treintañeros




Cuando un lunes hay más agitación en Twitter por una serie nueva, estrenada en mitad de la temporada, que por The Good Wife, es que algo hay detrás. Así que había que echarle un vistazo a Galavant, el último estreno de la ABC estadounidense.


Se trata de una comedia de media hora, cuya temporada se compone de ocho episodios que, si no me equivoco, se van a emitir de dos en dos. Esto, en principio, no auguraba nada bueno, algo que chocaba con las reacciones de mi TL. Así que la curiosidad pudo conmigo y en lugar de esperar a que se emitieran todos y ver qué dictaminaban los entendidos, he ido directa a por los dos capítulos que están disponibles desde el domingo.


Mi relación con los musicales es de amor-odio. O me apasionan o me resultan insoportables. Y Galavant es muy, muy musical. Por suerte, Alan Menken no es cualquier cosa: solo diré que es el compositor de La Sirenita, La Bella y la Bestia o Aladdin. Y ahí está el principal garante de la serie. Galavant es Disney para quienes crecimos con esos clásicos. Sí, somos más mayores, más cínicos y los noventa quedaron atrás, pero aún somos capaces de emocionarnos con una historia de caballeros, aunque el protagonista esté más cerca de Shrek que del príncipe azul.


La música es fundamental, las canciones están bien escritas, bien interpretadas, bien coreografiadas y, además, a veces incluso cuentan algo. Solo hay que ver la primera escena (¿a alguien no le recordó a esta otra?) para darnos cuenta de que aquí la música no va a ser esa cursilada que subraya machaconamente los sentimientos de los protagonistas. En unos minutos, plantea la trama y el tono de la serie, que no es más que una parodia de los cuentos de hadas.


Por suerte, la parodia está mínimamente contenida y nunca resulta vulgar o pesada. Aunque los chistes se suceden a ritmo vertiginoso y no todos funcionan por igual, la sonrisa es constante y, cuando funcionan, no puedes dejar de reir (la escena de la justa en el segundo episodio es hilarante). Supongo que las comparaciones con Los caballeros de la mesa cuadrada eran inevitables, pero el humor de Galavant es distinto y, reconozcámoslo, más aséptico (el caballero, interpretado por John Stamos, que aparece en el segundo episodio se llama ¡"Jean" Hamm!). 


La trama da un pequeño giro a los cuentos de caballeros y princesas, y es ahí donde surge la mala uva de los guionistas, que nos ofrecen el humor de las pelis de Disney con las que hemos crecido, pero despojándolo de la moralina y la historia con final feliz que ¿necesitábamos? en la infancia. Los personajes están perfectamente definidos como prototipos (me encantan el chef y el "matón" que acompañan al maravilloso rey Richard) y dudo que en tan solo ocho episodios necesiten evolucionar o darnos algo distinto a lo que ya nos han dado. La verdad es que la historia de Elisabetta de Valencia nos atrae más bien poco, pero puede resultar interesante ver cómo dan la vuelta una vez más al cliché.


Resumiendo, si lo que buscamos es humor subversivo, esta no es la serie adecuada. Pero si crecimos con la historia de Buttercup y Westley, y somos más de Shrek que de La bella durmiente, es probable que terminemos aprendiéndonos de memoria las canciones de Galavant. Si la cosa sigue así, no dudo en que esta miniserie será a Disney lo que Doctor Horrible es las historias de superhéroes. Los canales españoles están tardando en organizar un visionado con karaoke...




martes, 6 de enero de 2015

A to Z: el peligro de la comedia romántica




Cada año repetimos la misma cantinela: "parece que esta temporada no hay nada demasiado interesante" y luego resulta que siempre hay cuatro o cinco series que rescatar. Y no me refiero a las oficialmente buenas, que esas siempre va  a terminar alguien por metértelas por los ojos. Sabes que siempre van a estar ahí, así que no hay demasiada prisa por ver cómo termina Breaking Bad o empezar con True Detective. Casi que es más interesante ver qué pasa con las series más "normalitas".


A to Z lo tenía todo para ser un éxito. Recién acabada Cómo conocí a vuestra madre y a pesar de su último episodio, el público parecía encantado con Cristin Miloti. Ben Feldam quizá arrastrara el lastre (¿en forma de pezón?) de su papel en Mad Men, pero creo que hasta los fans más acérrimos de los publicistas neoyorquinos acogimos y nos acostumbramos rápidamente a su nuevo personaje. La narradora, cada vez menos presente, era la gran Katey Sagal, lo que constituía otro punto a favor.


Además, la serie de la NBC tenía todos los ingredientes de la comedia romántica tradicional: dos protagonistas entrañables, dos "mejores amigos" secundarios excéntricos pero simpáticos, dosis de romaticismo a raudales, algo de comedia más loca (esa empresa donde trabaja Andrew, y su jefa, que resultaron ser lo mejor de la serie) y esa supuesta "alma" que hace que te identifiques y te encariñes con los personajes, más allá de las risas o las sorpresas.


Y, sin embargo, a pesar de tenerlo todo, no acabó de cuajar. Yo, como fan del género, le he dado algo más de margen y es probable que, a tres episodios de acabar la temporada, la termine, pero los críticos televisivos de EE. UU. y la propia cadena no han sido tan generosos. La serie lleva cancelada desde noviembre. Digamos que yo me bajé del tren en el episodio de Navidad aunque sigo un poco por pena y, por qué no, también por inercia.


Que la serie sea cursi no es un problema. No se puede esperar otra cosa y creo que su creador así lo quería, buscando un público muy determinado para su serie. Así pues, ¿por qué no estamos todas encandiladas con el desarrollo de la relación entre Andrew y Zelda?


Para empezar, todo ha ido muy deprisa. Yo, que soy la primera en quejarme de las tensiones sexuales no resueltas interminables, me alegré de que los protagonistas no perdieran el tiempo deshojando la margarita, pero toda su relación ha sido acelerada y eso mismo creaba cierta perplejidad, incredulidad y miedo a que el final sea más agridulce que feliz. Puede que me equivoque, pero llevo tiempo pensando que al acabar la temporada serán los dos secundarios quienes acaben juntos, mientras que los protagonistas se darán un descanso.


Los protagonistas me caen bien, pero creo que se han pasado de sosos. Andrew es mono e inspira instintos maternales, pero Zelda es un poquitín pava: abogada seria y responsable, pero con alguna mínima extravagancia... Además, ese equilibrio entre comedia loca y momentos de emoción no acaba de cuajar. Por no hablar de esas empresas en las que se hace de todo menos trabajar. Wallflower podría mantenerse en pie, quizá, pero Zelda se pasa tantas horas al teléfono que aún no sé cómo no la han despedido... Y esa supuesta "alma", esos momentos más serios que deberían anclarnos a la serie han llegado demasiado pronto. La serie mete con calzador en menos de diez episodios todos los tópicos "trágicos" de la comedia romántica: desde la muerte de un familiar (solo hay que pensar en el episodio del funeral) hasta el Destino, así, con mayúsculas.


Y, por último, a menudo resulta tan previsible que aburre. Lo que tendría que hacer gracia hace gracia, pero no compensa aquello que tendría que enamorarnos y que no nos enamora. A estas alturas de siglo ya hemos visto mucha ficción y ni queremos ni esperamos algo propio de los noventa. Además, quizá hayamos escarmentado tras el final de Cómo conocí a vuestra madre y nos tememos que, si todo sigue el curso normal, nos aburramos, mientras que si en un determinado momento aparece el ansiado giro de guion, sabemos que nos decepcionará o nos enfadará. Así de caprichoso es (somos) el público.


En realidad, es una pena. Yo quería que me gustase esta serie: siempre viene bien tener un "lugar feliz" de media horita en el que refugianos, pero ha sido una pequeña decepción. Veremos por dónde van estos últimos episodios de la temporada antes de dar un veredicto final, pero si desde el principio ya lo tenía difícil, ahora que ya no esperamos nada de ella, dudo que nos sorprenda.