A sus 85 años, el maestro Jiro Ono aún se esfuerza por crear la pieza de sushi perfecta. Y esto a pesar de que su restaurante Sukiyabashi Jiro cuenta con tres estrellas Michelin. El documental Jiro dreams of sushi, estrenado en 2011, nos muestra la fascinante personalidad de quien, a pesar de la edad y el reconocimiento mundial (Joël Robuchon afirma que es uno de sus restaurantes favoritos), confiesa que aún no ha alcanzado la perfección.
A lo largo de 80 minutos de elegante y sugestivo metraje, descubrimos la
biografía del maestro, que a los nueve años se marchó de casa y que ni siquiera
asistió al funeral de su padre. Conocemos su filosofía de silencioso esfuerzo y
abnegación, escuchamos las opiniones de sus dos hijos, uno de los cuales tiene
sobre sus hombros la difícil tarea de suceder al maestro, sus cocineros y
aprendices, sus proveedores... Recorremos la lonja del pescado de Tsukiji,
donde asistimos al examen minucioso de los atunes (o, más bien, sus colas), en la búsqueda obsesiva del
ejemplar ideal para el restaurante (un minúsculo local en Giza, para el que hay
que reservar con más de un mes de antelación y calcular a partir de 230 euros
por comensal).
Puede parecer aburrido, pero es un documental hipnótico. No
solo por el primor con que se ve preparar cada uno de los alimentos, sino porque
la fuerte personalidad del maestro y la disciplina de la que se rodea son alucinantes. Para ser cocinero en Sukiyabashi Jiro hay que pasar
por un periodo de aprendizaje de diez años, en el que se empieza estrujando
trapos para, una vez dominada esta tarea a la perfección, ir superando otros obstáculos.
Por el camino quedan aquellos que apenas aguantan un día. La cocina es un baile
de pulcritud y precisión, un homenaje lleno de respeto a los mejores
ingredientes, que va más allá del beneficio meramente económico. Gambas que se hierven al momento de servir,
arroz cocinado a presión mediante métodos artesanales aparentemente sencillos,
pulpos que se masajean durante 50 minutos para ablandarlos. Y todo esto nos lo
muestran sin alharacas ni fuegos de artificio. Desde el silencio o con piezas de música clásica sutilmente combinadas con las imágenes.
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