Cuando Weiss y Benioff decidieron darle el título de Juego de tronos a la versión televisiva de Canción de hielo y fuego me pregunté si era una buena idea. También le di unas cuantas vueltas a cuáles serían los motivos. Pero empiezo a pensar que este título quizá esté mejor escogido que el de la propia saga literaria.
Ya desde el principio, o así lo veo yo, la serie nos invita a un juego. Con unos títulos de crédito que nos muestran un tablero y unas figuras que van ensamblándose y creciendo como un mecano mientras la cámara sobrevuela el mapa, parece evidente que no solo nos lleva a un mundo de fantasía, sino que la serie se antoja una especie de juego de rol. Al mismo tiempo, es un juego en el que las normas que creemos prestablecidas debido a toda nuestra experiencia y bagaje con el género se van rompiendo. Pronto comprendemos que es un juego, pero no tiene nada que ver con lo infantil o lo puramente lúdico. Aquí la diversión es adulta, el universo que se nos presenta es acaso más cruel que la propia realidad y el punto de vista es cínico y despiadado.
El problema es que llega un momento en que todo vale. Y cuando todo vale, cada nuevo acontecimiento pierde peso. De ahí, creo yo, la importancia del giro de guion en esta serie (y de la indignación cuando se escapa algún spoiler). Y de ahí, también, que los dos últimos libros (aún no he terminado Festín de cuervos), en ausencia de grandes revulsivos en la trama, resulten más aburridos.
Parece que el lector/espectador necesitase una nueva Boda roja en cada episodio. De hecho, hasta que apareció la última polémica, un poco sacada de la manga, parecía que esta semana no había habido Juego de tronos, porque no había ruido en las redes sociales. Lo que, por otro lado, me hace preguntarme si dicha polémica no habrá sido instigada por la propia parte interesada. Digamos que la serie está acostumbrada a ser un acontecimiento en sí misma, a generar ríos de tinta con cada episodio, sentando nuevas bases y convirtiéndose en una nueva referencia del género. Así que los creadores tienen que hacer lo posible para no perder esa baza de ruido mediático.
Gracias a Juego de tronos ahora sabemos que los protagonistas pueden morir. También sabemos qué es la "sexposición". El peligro es que, a la espera de escenas arrebatadoras, nos perdamos unos diálogos magníficos o la metáfora que todo el universo de Martin nos ofrece. No solo eso, ya que Martin ha malacostumbrado a su lectores, que como niños malcriados se lamentan de la tardanza en recibir el próximo bocadito en forma de tocho de mil páginas o de la mala salud del autor, que a este paso les dejará sin conocer el final de la saga. Ese mismo Martin, capaz de ofrecer las relaciones más enfermizas y los actos más depravados, corre el riesgo de que el lector termine por aceptar como normal lo que en cualquier otra ficción aborrecería o, como mínimo, encontraría chocante.
El problema de ofrecer sistemáticamente escenas violentas, moralmente degradantes o directamente repulsivas para el espectador (démonos cuenta que apenas queda una relación "normal" y que quienes demuestran el más mínimo sentimiento honorable terminan, en el mejor de los casos, siendo despreciados o, en la mayoría de ocasiones, mordiendo el polvo) es que estas dejan de sorprender y, a la postre, pueden incluso dejar de interesar. Y la infame escena de este último episodio es buena prueba de ello. Juego de tronos es tan bestia en su desarrollo, que cuando alguien alza la voz subrayando lo macabro de algún planteamiento, nuestra reacción es pensar que dicha opinión es exagerada y que el mundo de Martin es así. Lo que me lleva a preguntarme cuál sería el límite.
Solo tenéis que comparar (y aquí me permito entrar en el pantanoso terreno de los spoilers, así que cuidado) el peso y el efecto que una muerte o una violación pueden tener en series como Treme y la importancia que tienen en Juego de tronos. Es cierto que la muerte de Ned Stark nos impactó; pero porque fue la primera y fue la que rompió con nuestras ideas prestablecidas sobre qué estábamos leyendo/viendo. A partir de ahí, todo valía. Y, para mí, ahora mismo, el problema es que tanta crueldad y tanto vicio pueden terminar por resultarme totalmente indiferentes. No es que tenga miedo por mi estructura moral, porque ya hemos dicho que esto no es más que un juego, pero sí es cierto que resulta cansino y, en ocasiones, se echa de menos un personaje con el que poder sentirte algo más identificado. Supongo que por eso Daenerys es la favorita de casi todos... Y es que al final, casi siempre, nuestra propia humanidad nos lleva a ponernos del lado del héroe.