miércoles, 18 de junio de 2014

Allá van con el balón en los pies

 

Uno de mis agobios varios al preparar el viaje era cuándo venir a Brasil. Por un lado no quería irme hasta acabar el curso escolar, pero sabía que si no pisaba el acelerador con el papeleo, me iba a tocar esperar a que acabase el Mundial antes de viajar. O, aún peor, venir en plena efervescencia futbolística.


No sé si os lo he comentado, pero detesto el fútbol. Otros deportes me resultan indiferentes: el tenis es elegante, el baloncesto y el rugby pueden resultar divertidos un rato, la gimnasia rítmica me deja pegada al televisor con la boca abierta y la natación sincronizada me parece un arte. Pero el fútbol me repele. Si me permitís rozar la mala educación, me parece un negocio elefantiásico con ídolos de barro. Algunas de sus estrellas me recuerdan a una panda de poligoneros y me apena que sean el referente de nuestros chavales. Además, al menos en España, es un pozo negro de corrupción.


Comprendo que resulte más atractivo que el ajedrez o la ópera, pero, por principio, no quiero tener nada que ver con el fútbol. Es un mundo al que prefiero permanecer ajena. Y pasar diez horas en un avión con los hinchas de La Roja me parecía una tortura que era mejor evitar a cualquier precio.


Pero luego llegas a Brasil y ves que es imposible mantenerte al margen. Para empezar, porque estamos en una ciudad en la que la forma de decir que todo va bien es "show de bola". Y en segundo lugar, porque el país más futbolero del planeta celebra una Copa del mundo. Y al final, aunque solo sea por interés antropológico, o social, o como quieras llamarlo, tienes que salir a la calle a ver qué está pasando. 


Así que yo, la señora a la que su sobrino adolescente le tuvo que explicar quién era Mesi un día que lo vio en su foto de perfil de FB, me uní a las hordas torcederas y me eché a la calle el jueves pasado, que era la inauguración del acontecimiento. 


Río está tomada por los hinchas. Nunca, y cuando digo nunca quiero decir NUNCA, había visto tal despliegue patriótico. Las ventanas y balcones están llenos de banderas. El jueves la gente llevaba camisetas, vestidos, mallas de deporte, pelucas, diademas, banderines en los coches, chanclas... Los perros llevaban lazos si eran hembras o chalecos si eran machos. Hasta un gatito con una gorra vi. En los escaparates de las tiendas de lencería abundan las prendas en amarillo, verde y azul. Y eso que el partido era en São Paulo. Y ayer, aunque quizá en menor medida, la escena se repitió.


Es cierto que hay gente protestando contra el Mundial. Además de las pintadas de "Fifa Go Home" y alguna pancarta, el jueves por la noche fuimos testigos de una manifestación en la Avenida Atlántica. Justo al lado del Fifa Fan Fest, con su pantalla gigante, un grupo caminaba mostrando pancartas de rechazo al "negocio" montado alrededor de la Copa y del derroche de fondos que podrían haber sido empleados en mejorar la vida de la población. Además, desde que he llegado, se están produciendo manifestaciones casi diariamente. Por desgracia, al menos en este caso concreto del jueves, había más policía que manifestantes. Y poco podían hacer ante el fervor y la cantidad de seguidores de la Canarinha.


Como tampoco era plan de exagerar nuestra devoción por el deporte rey, lo que hicimos fue ir a comer a un bar y ya quedarnos a ver la ceremonia de inauguración y, quizá, el comienzo del partido (que empezaba a las cinco de la tarde; una vez más, observad los horarios que se manejan en Brasil). El bar estaba a reventar y, cuando decidimos ir a casa, vimos que toda Copacabana estaba arremolinada alrededor de las pantallas de los bares. Nadie quería ver el partido solo; el fútbol creaba una especie de comunión entre los brasileños que a mí me resultaba difícil de comprender, pero que de alguna forma emociona. 


A medida que han ido pasando estos pocos días, la ciudad se ha ido transformando. Durante el fin de semana fueron llegando argentinos y más argentinos. El barrio se llenó de blanco y celeste. Por las ventanas de los apartamentos alquilados por unos pocos días (a unos precios desorbitados) empezó a escucharse el acento bonaerense. Las aceras de la Avenida Atlántica fueron tomadas por coches, furgonetas, camiones, camionetas, autocares, autocaravanas y carros que jamás habría creído capaces de hacer un trayecto así y sobrevivir... Por cierto que en la CBN se preguntaban, no sin razón, si ese era el tipo de turismo que Río quería recibir.


El domingo, sobre las cuatro de la tarde, un gran grupo de seguidores bosnios (por su camiseta los conoceréis) se reunía en el cruce de Nossa Senhora con la Rua Bolívar para procesionar hasta la parada de metro que los llevaría a Maracanã. Y los blanquicelestes iban llegando gota a gota al mismo destino. Según la radio, si no recuerdo mal, alrededor de la catedral del fútbol se agolparon más de 30.000 seguidores sin entrada, simplemente por el placer de estar cerca de sus ídolos. Y, al parecer, sin mayores incidentes.


Supongo que en las próximas semanas, la ciudad seguirá transformándose, adoptando los colores de las distintas selecciones (aunque ayer aún se veían argentinos, el acento que más se oía en el supermercado era el mexicano), hasta llegar a la apoteosis de la final. Todo el mundo habla de fútbol. Imagino que igual que en otros lugares se habla del tiempo, aquí se comentan las jugadas, los errores arbitrales. El portero de nuestro edificio bromea con el pobre papel que la "Furia" española hizo el otro día. Unos argentinos celebran una fiesta con las ventanas abiertas hasta que un vecino les recrimina... La radio entrevista a unos chilenos, que se quejan de lo caro que está todo.


Es un mundo extraño este del fútbol. No creo que próximamente me vaya a convertir a su religión. Pero es fascinante observar a sus devotos. Y parece que va  ser fundamental conocer al menos algún pilar de su fé si no queremos quedar condenados a la marginalidad. Tal es su poder.

lunes, 16 de junio de 2014

Río: los horarios



Iba a decir que Brasil mola. De hecho podría decirlo cada vez que abra un post hasta que me convenzan de lo contrario. Pero Brasil es muy grande y yo, por el momento, solo puedo hablar de este puntito chiquitito en el mapa. Así que, rectifico: Río mola.


Entre otras cosas, porque parece que aquí hay unos horarios al servicio de lo humano. Los que me conocéis un poco sabéis que estoy totalmente a favor de la racionalización de horarios en España. Creo que comer a las dos de la tarde, cenar a las diez y acostarse más tarde de las doce es una locura. Igual que son una locura esos horarios comerciales y de oficina infames, que obligan a hacer malabares para conciliar la vida familiar y la laboral.


Cuando llegué a Río tenía bastante miedo a cómo organizar mi trabajo. La capital fluminense, que comparte huso horario con Brasilia (y, si os fijáis en la imagen, con una parte importante del continente), tiene cinco horas de diferencia respecto a Madrid. Es decir, si aquí son las diez de la mañana, en Madrid son las tres de la tarde. 


Pensaba que iba a ser una tortura lo de levantarme pronto (para poder seguir dando servicio a mis clientes en España), pero no. Despertar sobre las cinco, encender el ordenador, contestar a los primeros mails y desayunar hace que a las seis menos cuarto esté en la calle con el perro. Y a esas horas, esto ya está en marcha.


Mi primera impresión de Río desmiente cualquier prejuicio que podamos tener sobre el "dolce far niente" de los brasileños: samba 0, trabalhar 1. Aquí amanece a las seis de la mañana y a esa hora ya está la calle con mucha actividad. La entrada al metro bulle mientras la corneta toca diana en la estación de bomberos de Pompeu Loureiro y las lanchonetes, pequeños restaurantes de comida rápida, reciben a los primeros cafeteros del día. Poco después abrirán las primeras tiendas y hacia las nueve ya están en marcha todos los establecimientos de Nossa Senhora de Copacabana y alrededores. El horario comercial se extiende hasta las seis de la tarde, que es cuando anochece, con algunas excepciones de supermercados y droguerías, que cierran sus puertas más tarde. 


Las comidas durante la semana tienen lugar entre las once y hasta la una, más o menos, y son bastante livianas. Una vez más, cobran protagonismo las lanchonetes, con su amplia variedad de bocaditos salados y sus maravillosos zumos de frutas. Se cena bastante pronto y no es raro ver cómo los restaurantes comienzan a llenarse hacia las siete de la tarde. Aunque Copacabana resulta excepcional por su gran afluencia de extranjeros, lo normal es recogerse sobre las ocho o las nueve. 


Los que ya conocéis Río, ¿también os llamó la atención lo pronto que se pone en marcha la gente? ¿O es una percepción solo mía? ¿Cuál es vuestra experiencia? ¿Mantuvísteis el "horario español" u os adaptásteis al ritmo de los lugareños?

jueves, 12 de junio de 2014

No sin mi perro




Cuando las cosas empezaron más o menos a aclararse y empecé a creerme que de verdad iba a venirme a Brasil a pasar una temporada, una de mis grandes angustias fue cómo organizar el viaje para Melocho.


Si alguno habéis viajado en avión con vuestro perro, seguro que me entenderéis. En este caso, al miedo habitual a volar con un perrito en la bodega (después de dos experiencias, por así decirlo, poco agradables) se sumaba el hecho de que se trataba de un viaje de más de diez horas. 


Cuando en 2008 nos fuimos a Orán, recuerdo que recibí información contradictoria y, finalmente, tuve que irme a Barajas y colarme en la aduana de la zona de salidas para hablar con la Guardia Civil y que me sacaran de dudas. Así que para este viaje ya íbamos sobre aviso: mucho cuidado con la información que os den, aunque provenga del Colegio de veterinarios, del consulado o del mismísimo Ministerio de Agricultura. Es mejor cotejar la información una y otra vez y ser una pesada que el no poder entrar en el país después de la paliza de avión.


Para el caso que nos ocupa, la información más completa se encuentra en la web del Consulado de Brasil en Barcelona, donde se enumeran (en una especie de portuñol raruno, por cierto) los requisitos tanto de entrada en el país americano como para el regreso a España (de todos los documentos, hay uno que no corresponde solicitarlo en España, que es el Formulario de requerimiento para la Fiscalización de Animales de Compañía; ese, en Brasil). Además, como pone al final de la web, NO es necesario legalizar los certificados. Para entrar en Brasil, en resumen, y a mayo de 2014, los pasos fueron los siguientes: 

En un plazo máximo de diez días antes del vuelo, el dueño del perro debe ir a su veterinario de confianza y solicitar un Certificado Zoosanitario Internacional. Este es un documento A4 con fondo verde (si buscáis en Google aparecen un montón; pues bien, ninguno de ellos se parecen al de Melocho) en el que constan los datos del animal y se indica que:
  1. el bichín se encuentra en buen estado de salud;
  2. no presenta síntomas de enfermedades infectocontagiosas;
  3. está vacunado frente a las siguientes enfermedades (sus vacunas).

Como nosotros tenemos el pasaporte del perrete con todos los datos al día, solo hubo que hacerle una minirrevisión y rellenar el papelito. Con este certificado en la mano, hay dos opciones, al menos en Madrid: una es pedir cita al Área Funcional de Agricultura, en García de Paredes 65, o bien acercarse al Puesto de Inspección Fronterizo del Aeropuerto de Madrid-Barajas, para lo que no hace falta cita. 


La ventaja de García de Paredes es que está en un lugar al que los humanos podemos acceder con más o menos facilidad, porque tiene una parada de metro y está en medio de la civilización (por cierto, que en el consulado de Brasil me dijeron que el Área Funcional de Agricultura ya no estaba operativa, que solo se podía pedir el Certificado en Barajas, cosa que no era demasiado cierta; ya os digo que cada uno da la información que tiene y no siempre es la más correcta). El inconveniente es que te pueden dar cita con el tiempo bastante justo. En mi caso, mi vete llamó un martes y me citaron para el viernes a la una de la tarde (cierran a las dos). Eso quería decir que si algo iba mal, no tenía margen de maniobra, porque volábamos el domingo (sí, esa semana fue un poco agobiante...) 


Así que decidí buscar el Puesto de Inspección de Barajas, que a la sazón no está en la zona del aeropuerto conocida por el ciudadano de a pie, sino en el Centro de Carga Aérea, que es más o menos como Mordor. Y, además, te pierdes aunque lleves puesto el GPS. Pero una vez allí te encuentras con una especie de "Parks and Recreation", con funcionarios amables con fotos de guepardos bebés en la pared, que te dan palique, te preguntan por tu perrete, te explican dudas y, finalmente, te dan el Certificado Sanitario para Exportación, el santo grial para viajar con el Enano orejón. Gratis, por cierto, que es importante destacarlo cuando para todo lo demás, hay que ir con la tarjeta (y no de visita) por delante. 


El sábado, cuando parecía que mi estado de histeria empezaba a remitir, una amiga me cuenta ¡un día antes de volar! que ella conoce un caso de un perrito que se congeló en la bodega porque el piloto se olvidó de activar la presurización. Esa NO era la manera de tranquilizarme... Por supuesto, eso era algo que me tendrían que explicar en el aeropuerto.


Y por fin llegó el domingo. El taxista que nos llevó hasta Barajas fue tan majo que nos permitió llevar a Melo fuera del transportín; así que una vez llegados, el enanillo se dedicó a hacerle carantoñas mientras yo buscaba los 30 euros (precio fijo aeropuerto) por el bolso. 


Una vez en el mostrador de facturación de Iberia, el ritual de (casi) siempre: al facturar las maletas hay que avisar de que viaja un perrete y, en este caso, no hubo que pesar el conjunto, sino que hay un precio fijo de 300 euros (en otros vuelos, se paga por cada kilo de peso del perro más el transportín). Una vez que lo has pagado (en otro mostrador), vuelves a Facturación y ellos llaman a un técnico para llevarse al enano. Cuando el técnico llega, hay que acompañarlo al punto de entrega, que está más o menos en las mazmorras del aeropuerto (bueno, ya me entendéis, en una zona "no pública"); donde hay que pasar tanto al perro como al transportín por un arco de seguridad (me contaron una vez que no nos podemos imaginar lo que se intenta pasar con perritos "muleros") y luego ya se lo llevan. 


Ahí es donde yo aproveché para preguntar las condiciones en que vuelan los perritos en bodega. Fueron supermajos y me explicaron que actualmente los perros vuelan en una zona de la bodega presurizada, insonorizada y a oscuras, y a dos grados por debajo de la temperatura de cabina. Que, en realidad, salvo durante el despegue y el aterrizaje, el viaje se lo pasan durmiendo. Y yo prefiero pensar que es verdad. Así que, nada, le di a Orejitas su pastilla sedante envuelta en un pedazo de paté (sí, llevaba una tarrina de paté Casa Tarradellas en el bolso), lo metí en el transportín y me despedí de él hasta dentro de doce horas, por lo menos. En el transportín iban el señor Orejas, una tartera con un bloque de hielo para que pudiera beber agua durante el vuelo sin que todo se fuera a la porra en el primer envite y tres empapadores para posibles fugas de agua. La técnico utilizó cinchos sujetacables para fijar la puerta del transportín y que no se abriera accidentalmente. Bien.


En estas cosas se va casi una hora, así que es preferible ir al aeropuerto con tiempo. Por lo demás, pues lo típico: el rollo de los arcos de seguridad, la señora que no se dio cuenta de que al aeropuerto no hay que ir enjoyada, el que tarda tres horas en quitarse las botas, y la que lleva un bote de Casatarradellas en el bolso y no se ha dado cuenta. Lo mejor de todo es que me pidieron perdón por tener que quitármelo. Como si me fuera a hacer un bocata en la zona de embarque... Me encanta cuando la gente es amable. En serio.


El vuelo, en sí, un tostón. Y lo malo de llevar perro es que no puedes hacer check-in online, así que me toco LA PEOR plaza de todo el vuelo: última fila, pasillo, justo en frente de la entrada al lavabo. Bien por mí. Todos los culos del vuelo pasando a la altura de mi cara...


Una vez aterrizados, cola interminable en la aduana (¿os he dicho que salí casi la última del avión porque iba en la **** última fila?) y cuando iba a por mi maleta, ahí estaba el señor Orejas, sano y salvo, recuperado de las drogas, con la trufilla un poco reseca y deseando darme un abrazo. Así que cogí la maleta rapidísimo (al final no va a ser tan malo salir la última, perro y maleta ya me estaban esperando) y nos fuimos a la aduana. A la zona de las personas importantes, las que tienen objetos/perritos que declarar. Tuvimos que esperar casi 20 minutos a que llegara la veterinaria. Pero en cuanto llegó, todo fue perfecto. Aún no sé cómo conseguimos entendernos, pero lo logramos y fue amabilísima (además de llevar unas gafas superchulas, que eso siempre contribuye a que alguien me guste). 


Por cierto, que uno de los datos del Certificado de Exportación estaba mal copiado. Ejem. Menos mal que todos los datos constaban correctamente en el pasaporte... El martes siguiente, en fin, me llamaron del Puesto de Inspección de Barajas para decirme que había un problema con el certificado y que me pasara por allí cuanto antes para solucionarlo. No os digo de lo que me dieron ganas...


Y esta es la historieta de cómo llegamos a Río el señor Orejas y una servidora. Ya os contaré el día que nos toque volver si la gimkana administrativa es mejor o peor...

miércoles, 11 de junio de 2014

Lo de los canales




Intentando poner un poco de orden en el blog, me encuentro con que no acabo de encontrar una forma ideal de etiquetar las entradas. 


Buscando entre mis blogs de referencia, están los que ponen el número menor de etiquetas posibles, como @missmacguffin en su diario, hasta los que ponen un montón de etiquetas, dejando unos posts muy claros y fáciles de identificar, pero un poco complicados cuando se quiere buscar algo en la nube de tags. Yo empecé haciendo esto último, pero he llegado a la conclusión de que no merece la pena tener una lista interminable de etiquetas que incluyen todas las series, las películas y los libros tratados en el blog. Así que, voy a intentar tomar el camino intermedio, algo así como lo que hace @ainhop en su estupendo Capítulos en FF. Básicamente, cuando un dato es puntual, lo he eliminado de las etiquetas. No obstante, sí he dejado los títulos de las series, ya que por su propia naturaleza, se prestan a dar cabida a varias entradas sobre el tema. No tengo nada claro si es la mejor forma, por cierto, así que si alguien con las ideas más claras que yo quiere echar una mano, le estaré muy agradecida.


Mientras iba borrando tags, o más bien decidiendo cuáles se quedaban y cuáles se iban, me ha llamado la atención la cuestión de los canales. En principio había pensado que dejar las etiquetas de los canales que emiten una determinada serie, documental o docurreality podía ser útil a la hora de localizar determinada información. Sin embargo, al final he decidido que también desaparecerían. Y ahí está el quid de la cuestión.


¿Es un canal determinante a la hora de clasificar una serie? Es cierto que canales como la BBC o la HBO se han hecho con los años con una pátina de respetabilidad que trasciende a sus series. Pero, ¿es una serie mejor por ser de HBO que si se emite en ABC Family? La finalmente fallida The Paradise es de la supuestamente impecable BBC, mientras que Mr. Selfridge, su "serie hermana" es de la menos vistosa ITV. Es cierto que determinados canales son en sí mismos una imagen de marca y que las series que emiten contribuyen a crear y afianzar esa reputación, pero no olvidemos que la CBS, hogar de las franquicias CSI también nos está dando una joya como es The Good Wife. Y tampoco olvidemos que la serie de los King es lo que es precisamente por emitirse en un canal estadounidense en abierto.


Por todo esto finalmente he decidido eliminar las etiquetas de canales del blog. A pesar de la importancia que tiene el que un canal y no otro emita una serie concreta, tanto para la imagen del canal como para el carácter que puede llegar a desarrollar la propia serie, creo que clasificar las series de antemano en función del canal que las emite puede dar lugar a prejuicios. En consecuencia, adiós a las etiquetas. 

lunes, 9 de junio de 2014

País nuevo, vida nueva



Después de consultar por twitter, mi fuente de información y aprendizaje bloguero, tengo algo que anunciaros: he decidido abrir una nueva sección en el bloguito. 


Me temo que se va a alejar bastante de los temas habituales del blog, ya que no se trata de información ni opiniones sobre libros, series, pelis y demás, así que espero que sepáis perdonarme. En principio no tenía muy claro si crear un nuevo blog para ello, pero dado que este es un blog personal sin una temática definida, creo que puede caber en él también.


Todo esto viene a cuento de que llevo casi dos semanas en Río. No se trataría pues de una sección de viajes, ya que no me considero una turista lo suficientemente experimentada o atrevida como para ofrecer información interesante a ese respecto. Antes bien, se trata de contar mis experiencias al instalarme en una cultura que no parece tan distinta en lo superficial, pero que evidentemente tiene sus códigos. 


Hace unos años, cuando estaba viviendo en Argelia, mi amiga P. de Pelocha living abroad (fuente imprescindible si queréis conocer la vida en Holanda) ya me preguntó por qué no escribía sobre la vida al sur del Mediterráneo, pero en no me vi con fuerzas para tal atrevimiento. Pero ahora que estoy recién llegada a Brasil, quizá sea un buen momento para contar las mil batallitas que inevitablemente suceden cuando una tiene que empezar una vez más de cero. Y quizá hasta aparezca alguien para ofrecer consejos o recomendaciones...


Por último, quizá mis experiencias puedan resultar interesantes o de utilidad a alguna de las personas que se dejen caer por aquí. Solo por eso, merecería la pena escribir en el blog. Ya me contaréis qué os parece...

jueves, 5 de junio de 2014

Por segunda vez





No soy de las que se recrean en el regreso. Cuando he vuelto a lugares donde ya viví, la nostalgia tira más por el dolor que por la alegría y solo el reencuentro con las personas queridas compensa. Hay pocas películas que esté dispuesta a volver a ver y me queda tanto por leer y tan poco tiempo libre que no suelo plantearme volver a un libro ya terminado. Por motivos evidentes si no me gustó. Y en caso contrario, para evitar ensuciar el buen recuerdo.


Con las series pasa algo similar. Creo que la única que se salvó de la tendencia fue Friends y sus mil reposiciones en FDF, pero no se trataba de un regreso consciente, sino más bien de una cuestión de vagueza: era la hora de comer y era más fácil divertirse un rato con los chicos del Central Perk que buscar algo más sustancial y exigente.


Es cierto que me planteo volver a ver alguna serie. O para ser más exactos, quiero volver a ver Mad Men una vez haya terminado. Pero poco más. Aunque quizá cambie de opinión cuando llegue el barbecho veraniego y necesite algo con más chicha que Hart of Dixie o similares.


Todo esto viene a cuento de que estoy volviendo a ver la última temporada de The Good Wife. No se debe a mi propia voluntad, sino a que mi marido aún no la había visto. Anoche nos pusimos con el episodio 12. Y este revisionado me está sirviendo para replantearme mis propios principios; algo que, por otro lado, hago con bastante frecuencia. Es un ejercicio sano.


Volver a ver la temporada sabiendo qué va a suceder le está dando a todo lo que sucede una nueva profundidad y un nuevo significado. Ya sabéis que soy bastante adicta a los spoilers y que no me duelen prendas a la hora de ponerme a buscar qué ha pasado en un episodio que aún no he visto. Unas veces me encuentro los spoilers sin querer, pero otras veces me voy directamente a The AV Club o al blog de Sepinwall para ver qué es lo que está armando tanto revuelo. 


Pero esto es distinto. Una vez vistos todos los episodios, volver a la casilla de salida te permite ir quitando las capas superfluas y ver el esqueleto de la temporada. Descubres que hasta los episodios más "de relleno" tienen peso en el gran esquema y aportan un punto de vista, un detalle o una faceta que también es necesaria para comprender en toda su dimensión los grandes hitos que llegarán más adelante. "Hitting The Fan" y "Dramatics, Your Honor" son lo que son porque el resto de episodios fueron sentando las bases.


También se desvelan con más claridad los propios errores, ese personaje que no terminaba de funcionar y se fue difuminando, ese chiste que en su momento no te hizo gracia y que ahora te rechina aún más... Pero las ventajas pesan más que los inconvenientes, y aunque creo que no es una táctica que merezca la pena en la mayoría de las series, The Good Wife es un producto tan cuidado que este revisionado está mereciendo mucho la pena. Y no solo por la expectación de ver la cara de mi marido cuando se encuentre con lo que todos sabemos que se va a encontrar.