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lunes, 24 de noviembre de 2014

La vida secreta de los libros


He de confesaros una cosa: a veces tengo miedo. Tengo miedo, entre otras cosas, de terminar sabiendo más sobre la vida cotidiana en la época isabelina que bajo el reinado de Felipe II. O más sobre la biografía de Purcell que sobre la política actual de mi país. Y la culpa de todo la tiene la BBC. Claro que de vez en cuando les soy infiel y me voy a otros canales, pero hay que reconocer que los británicos son únicos a la hora de enganchar, con pasión y cierta desvergüenza, en sus contenidos culturales. Algo tienen sus documentales que atrapan y que, por desgracia, otras producciones no consiguen tan fácilmente.


Estos días estoy disfrutando de lo lindo con The Secret Life of Books, una serie de seis documentales de BBC4, el canal "alternativo" del ente británico. Y no puedo dejar de recomendarlo por aquí, incluso sin haberlos completado (llevo cuatro de seis). En ellos, distintas personalidades de la cultura británica descubren aspectos no demasiado conocidos de sus grandes de la literatura, de Shakespeare a Mary Shelley, de una forma amena y muy didáctica.


En el primer documental, por ejemplo, Tony Jordan, guionista televisivo y responsable, entre otros, de la archiconocida telenovela EastEnders, indaga en los motivos que llevaron a Charles Dickens a modificar en el último momento el final de Grandes esperanzas. En otro de ellos, el actor Simon Russell Beale se adentra en la polémica cuestión de la autoría en las obras teatrales del Bardo de Avon. Les acompañamos a examinar las fuentes y nos maravillamos ante las joyas que esconden la National Library o el entusiasmo con que los estudiosos de distintas universidades nos regalan sus conocimientos.


Solo por la calidad de las obras comentadas, estos documentales ya serían una delicia, pero es que esa "vida secreta" que nos descubren arroja luz sobre temas que quizá aún no conozcamos o que no nos hayamos parado a analizar, como sucede con la relectura adulta y contemporánea que la periodista Bidisha hace de Jane Eyre.


Para completar la experiencia, los documentales se enmarcan dentro de un proyecto de "universidad abierta" de la BBC, que incluye una aplicación gratuita para móviles y tabletas, así como unas breves introducciones en formato electrónico (epub y pdf) a los autores y las obras que se examinan durante los episodios.


No tengo mucho más que decir, solo animar a todo el que se deje caer por aquí a dar una oportunidad a estos fantásticos documentales; en el mejor de los casos, quizá nos lleven a volver a leer a los clásicos o a descubrir aquellos con los que aún no nos hemos atrevido. En el propio iplayer de la web de la BBC aún está disponible el último episodio, pero en Youtube podemos encontrarlos sin problemas. Aquí os dejo el primero, espero que os guste tanto como a mí.






miércoles, 26 de febrero de 2014

En el limbo de la normalidad



Entre las grandes series, las "oficialmente" buenas, las imprescincibles, las que te permiten acceder a ese calificativo escurridizo, confuso y peligroso de seriéfilo, y las series definitivamente malas, las que constituyen un reconocido placer culpable, las inconfesables y las conscientemente ignoradas, existe un limbo de series que sin llegar a ser mediocres resultan invisibles. 


No me refiero a esas series estupendas pero de las que nadie habla, no. Se trata más bien de esas series en tierra de nadie, que con un poco de suerte despertaron la curiosidad en el momento de su estreno para caer luego en el olvido o sufrir una crítica feroz al no cumplir unas expectativas desmedidas. O bien de series que ni siquiera llegaron a llamar la atención lo suficiente como para hacerse un hueco en la lista semanal.


Creo que ya he hablado por aquí al menos una vez de Hell On Wheels, que terminó su tercera temporada el año pasado y que, pese a todos los pronósticos, está renovada para una cuarta, que supongo llegará en verano. Esta serie entraría en el grupo de serie prometedora que sufrió el desprecio de los entendidos por no cumplir las expectativas de una ficción de, nada más y nada menos, la AMC. 

Evidentemente no es Mad Men, pero es que esta y Breaking Bad son excepcionales y destacan no solo en su canal sino en el panorama televisivo mundial. Hell On Wheels es otra cosa, es un producto de calidad que ha sufrido una terrible derrota en la comparación y que, por ello, no cuenta con el beneplácito de los que más saben (aunque tiene un nada despreciable 8,3 de 10 en IMDB).


A pesar de errores evidentes, sobre todo en los primeros episodios, creo que es un producto bastante digno y el cambio de responsables ha hecho que la serie camine de forma cómoda hacia una cuarta temporada en la que, una vez más, se ha sacudido la base de la historia y todas fichas se han redistribuido en el tablero. Además, una de las virtudes que hay que reconocerle es la capacidad de no comprometerse con los personajes y eliminar de forma orgánica a quien sea necesario, sean o no protagonistas. Eso indica valentía y pone al espectador en una situación de inseguridad poco frecuente y muy de agradecer.


Es cierto que tira de muchos clichés, comenzando por ese protagonista antihéroe que hemos visto mil veces. Pero es que no debemos olvidar que es una nueva revisión del western, con su épica y sus códigos imprescindibles. Por otro lado, tiene un lenguaje formal muy claro, con una fotografía excelente (los parajes naturales lo merecen) y unos movimientos de cámara atrevidos y muy característicos. Y una música fantástica, no solo por la banda sonora de Gustavo Santaolalla, sino por la gran cantidad de temas de blues, góspel y folk con que suelen terminar los episodios. Finalmente, además de uno de esos villanos que fascinan y horrorizan a partes iguales, muchos de los personajes tienen una brújula moral bastante estropeada y se salen de esa dicotomía bueno-malo tan típica del western tradicional. El guion a veces fluctúa bastante, pero a pesar de algunos finales de temporada bastante revolucionarios y que ponen a cero el cuentakilómetros una y otra vez, la evolución a mí me resulta bastante creíble en el universo de la serie. Además, los casos episódicos no rechinan y están bastante equilibrados con el hilo argumental general.


Si sois de los que la dejaron en la primera temporada, os invitaría a que le diérais una nueva oportunidad ahora que estamos en sequía seriéfila. Es cierto que nunca se situará en el olimpo de las grandes series de televisión, pero ha encontrado un hueco en el limbo de la normalidad y está de lo más cómoda en él. Y a mí, que no siempre quiero la profundidad de Treme ni la banalidad de Revenge, me sirve.





lunes, 10 de febrero de 2014

Domingo de documentales




Entre el frío, la lluvia, el paseo pasado por agua con el perro y la modorra dominguera, no había mejor manera de acabar la semana que con un par de documentales ligeritos. Así que ayer me puse a rebuscar en mi carpeta de docus y esto es lo que salió. 


- Queen Victoria's Last Love. La verdad es que no tenía ni idea de cuál iba a ser el tema en concreto (aunque todo lo relacionado con la era victoriana es prometedor en sí mismo) y resulta que el título es completamente literal. En su vejez, la gran emperatriz británica se siente sola tras la muerte de su esposo y de su fiel John Brown hasta que encuentra en el joven Abdul Karim, un sirviente recién llegado de la India, la amistad y el apoyo que anhela. El problema es que el meteórico ascenso de este advenedizo, indio, musulmán y de origen humilde, rompe numerosos tabús en la pacata sociedad de la época y no sienta nada bien en palacio. 


El documental es puro cotilleo histórico. Resulta delicioso ver cómo la reina decide ponerse en manos del sirviente y termina comiendo curry de pollo y aprendiendo hindustaní. A la vejez viruelas. Esta mujer cada vez me admira más.


- The Secrets of Selfridges. Supongo que este docu habría que haberlo visto antes de ponerse con la serie homónima... Aunque la espoilea sin miramientos, claro. Pero volvemos al eterno debate: si se trata de un personaje real y lo que se cuenta es su biografía, ¿podemos hablar de espoilers propiamente dichos? ¿Qué es un espoiler y qué no? 


En el documental participa, entre otros, Lindy Woodhead, la autora de Shopping, Seduction & Mr. Selfridge, que ya mencioné en el blog hace unos días al hablar de Mr. Selfridge, la serie. Es curioso ver la historia del magnate desde el otro punto de vista y descubrir cuáles de los acontecimientos que se narran en la serie se basan en hechos reales y cuáles se alejan de lo que verdaderamente sucedió. Además, el documental se encarga de destacar aquellos métodos y estrategias que fueron pioneros en la venta minorista y la revolución social que un establecimiento como Selfridges provocó en el Londres de la primera mitad del siglo XX.


Pero no os preocupéis, que el docu también tiene su dosis de cotilleo histórico, lo que pasa es que prefiero que lo descubráis por vosotros mismos. Así que no tengo mucho más que añadir. Solo que me lo paso pipa con estos documentales que nos revelan la historia desde lo anecdótico... Y, por supuesto, cualquier recomendación es bienvenida. ¡Qué mina!

lunes, 3 de febrero de 2014

Al encuentro de Mr. Banks: salvar a la señora Travers



Es curioso cómo nos traicionan las expectativas. Después de un fin de semana de lo más completo, con una larga sesión de grabación, gintonics y madrigales con mi coral, una traducción terminada e incluso un buen paseo bajo el sol por Madrid Río, pensaba ocupar la tarde del domingo con un poco de cine y la elegida fue Al encuentro de Mr. Banks con bastantes pocas esperanzas...


Qué queréis que os diga, a Tom Hanks le tengo un poco de manía, pero voy a tener que replanteármelo porque aquí está estupendo (por cierto, haciendo memoria creo que es la primera vez que escucho su verdadera voz en una película; ¿tendrá que ver?). Paul Giamatti es adorable y Emma Thompson es una dama de la interpretación, como siempre. A partir de aquí os aviso de que hay espoilers, aunque no sé muy bien en qué podría afectar al disfrute de la peli (si habéis visto el tráiler, ya sabéis todo lo que hay que saber, así que podéis seguir leyendo, jeje).


Es cierto que es un film para fans, y aunque no concibo a nadie que aún no conozca Mary Poppins, no basta con haber visto el clásico, hay que amarlo para que esta peli te llegue. Porque, queridos míos, te llega. Desde que suenan los primeros acordes y Colin Farrell comienza a recitar en off, ya estás perdido. Yo esperaba que fuera una cursilada y, como es de esperar, no es precisamente una película oscura. Es un ejercicio de nostalgia para el niño que llevamos dentro y una carta de amor al clásico del 64 con una postdata de agradecimiento a quien tanto luchó por hacerla posible. Pero creo que la película cuenta su historia y cumple su promesa sin caer demasiado en lo melodramático. Es verdad que algunas escenas del flashback terminan por resultar un poco reiterativas, pero son necesarias para subrayar las motivaciones de la protagonista y hacer que la comprendamos mejor.


No es una biografía ni es un documental, es una historia de redención en la que funciona un curioso y efectivo juego de espejos: Pamela Travers crea a Mary Poppins para salvar la memoria de su niñez, aunque en realidad Mary Poppins sea su tía, la mujer que fue capaz de poner orden en la familia Goff cuando todo se iba a pique. Al mismo tiempo, la escritora se ha convertido en Mr. Banks, ese personaje frío y malumorado, que ha perdido la sonrisa y que ha olvidado su niñez, aunque ella vea en él a su padre, al que también quiere salvar. Y esa sonrisa y esa niñez perdidas las recupera gracias a Walt Disney y todo el mundo fantástico que lo rodea, convirtiéndose así el magnate en otra "Mary Poppins" que es capaz de redimir tanto a Travers Goff como a su hija, salvándola a ella de la prisión de dolor en que se encuentra y a él de los errores que cometió en vida.


Es una película que trata también sobre el proceso de creación y adaptación. Y aunque no es desde luego su tema principal, resulta delicioso ver a los tres guionistas, que interactúan y se mueven alrededor de la escritora quizá como esos pingüinos animados que finalmente consiguieron integrar en la película. 

Por otro lado, es la propia película la que repite una y otra vez que la realidad necesita "un poco de azúcar" y no duda en endulzar una relación entre la autora y Disney que dudo que tuviera nada de cordial en la realidad. La imagen que se da del empresario es bastante magnánima y no estoy segura de que refleje lo sucedido con fidelidad, pero supongo que es lo esperable cuando es la propia compañía quien ha realizado el film. Si no recuerdo mal, aun después de estrenada, la escritora demostró su disconformidad con la adaptación, aunque en el film también se encargan de destacar que fue precisamente esta adaptación tan poco respetuosa (según ella) la que la salvó de sus estrecheces económicas.


En fin, da igual; supongo que habrá documentales que expliquen de forma fidedigna y desapasionada cómo se gestó el gran clásico. La película tiene muy claro qué quiere ser: una dramedia familiar para nostálgicos que nos devuelve a todos la sonrisa. Solo hay que recordar esa escena que funciona como punto de inflexión, donde vemos cómo los pies de la señora Travers comienzan a moverse al compás de "Let's Go Fly A Kite". Se nos escapa una lágrima, volvemos a ser niños y los rasgos de Emma Thompson empiezan a parecerse cada vez más a los de Julie Andrews...




miércoles, 6 de noviembre de 2013

Historias en la historia



Hoy, después de ver un episodio de Mad Men, me puse a pensar en el fenómeno de las ficciones históricas. Por supuesto que no es nada nuevo y, teniendo en cuenta la moda de la novela histórica que culminó hace unos años, era lógico que las series de televisión se apuntasen al carro (¿es una moda que no se está experimentando en el cine? Ahora mismo no recuerdo que haya un boom de cine histórico, pero que alguien me corrija si me equivoco).


Pero, ¿por qué ese afán por recrear el pasado? ¿Qué se busca? ¿Una evasión a épocas más felices? ¿Una metáfora del presente? ¿Una representación fiel de otros usos y costumbres? ¿Contar la misma historia de siempre pero en otro contexto?


Supongo que hay tantas formas de acercarse a las series históricas o de época como series que se atreven con ello. El otro día alguien hablaba de Reign que, sin haberla visto, me da la impresión que va a ser un culebrón CW en una feria medieval.


Salvando pocas excepciones, la novela histórica me parece un artificio poco creíble, aunque muy entretenido, en el que se otorgan a personajes de otras épocas actitudes y reacciones propias de nuestros días, artificiales y anacrónicas en el contexto que se pretende representar. Algo, por otro lado, muy posmoderno. Entiendo lo que Faber quería hacer con Pétalo carmesí, flor blanca, pero no deja de ser un ejercicio de estilo. Si queremos saber cómo era el Londres victoriano, ¿no sería más fácil recurrir a Dickens? Cada época tiene sus códigos y sus restricciones, pero siempre será más honrado acudir a las fuentes coetáneas, aunque nos resulten ajenas, que al filtro que supone una recreación, por muy fiel que quiera ser, si es que acaso la fidelidad entra en los planes del autor.


Visto así, ¿para conocer los años sesenta tendría más sentido ver Mad Men o una película de Doris Day? ¿Cuéntame o El verdugo? Pues probablemente lo segundo y por eso no dejó de sorprenderme el revival sesentero que provocó la serie de AMC. A veces se nos olvida que lo que el señor Weiner pretende es un análisis del hombre actual con la distancia que le otorga la pátina de análisis histórico. Toda la serie es una metáfora de lo que somos ahora, por mucho que al espectador le guste perderse en los muebles de Saarinen y el humo de los cigarros (que, para seguir regodeándonos en la metáfora, son de mentira, por cierto). O que otros la critiquen por no mostrar otras realidades de la época).


Una ficción histórica no solo no es un documental, es que directamente es una estilización, una elección consciente desde nuestra óptica actual de aquellos elementos históricos que queremos destacar, rescatar o criticar (¿Curro Jiménez nos habla de las guerras napoleónicas o del ansia de libertad en la España de los setenta?) Y eso, en el mejor de los casos. En el peor, supongo que no iría más allá del escapismo de una fotografía colorista y sonrisas profident. Solo hay que pensar en lo que prometía algo como Llamen a la comadrona y en la cursilada en que terminó convirtiéndose. Y ahora que esa moda de las ficciones históricas está asentada en España, ¿dónde nos situamos? Sin entrar a analizar engendros como Águila Roja, ¿dónde colocamos aquellas series que sí tienen aspiraciones, como Isabel o El tiempo entre costuras? Porque ni siquiera son adaptaciones de obras antiguas, como se hizo en otros casos.


No sé, no acabo de tener una opinión clara al respecto. Es evidente que una recreación histórica nos es más cercana y más accesible que acudir a un "original", igual que es más fácil ver una peli que leer el libro que adapta. Y yo soy la primera que disfruto con los miriñaques o un buen cardado, vengan de donde vengan. Pero seamos conscientes de que, partiendo de que todo es ficción, una recreación tiene que ser, por su propia naturaleza, aún más artificial. No pensemos que la gente era así o que vamos a aprender historia; por suerte, para eso, siempre nos quedarán los clásicos.

jueves, 3 de octubre de 2013

Historias de la Vieja Castilla



Salvando la excepcional Crematorio, puede que lleve unos ocho o nueve años alejada de las series españolas. Si antes ya me atraían poco, desde que la tecnología y la afición me llevaron a las series en línea, no suelo acercarme al televisor salvo para algún rato muerto (y ocupado por docurrealities basura, por supuesto). Pero eso de organizar mi tiempo en función de las series en antena creo que no lo hago desde los primeros tiempos de Cuéntame.


En cualquier caso, no me duelen prendas por rectificar cuando me equivoco, y la verdad es que me alegro muchísimo de haber encontrado una serie española que, al menos por el momento, me convence.


La serie Isabel, después de algunos avatares que hacían creer que jamás vería la luz, se estrenó el año pasado y en estos momentos se está emitiendo su segunda temporada (los lunes a las 22:30 en La 1, aunque también está disponible en su totalidad en la web de Televisión Española). Y esta es la serie que me ha hecho reconciliarme con la ficción nacional. Qué queréis que os diga, no es que sea perfecta, pero enganchar, engancha.


Será por localizaciones... Aquí, Cáceres.
Podríamos empezar por lo negativo y destacar esos decorados de cartón-piedra (que, por cierto, van mejorando a lo largo de la temporada) o lo chusco de algunos efectos especiales, el hieratismo de ciertas actuaciones o la falta de verosimilitud de alguna trama, pero si somos capaces de pasar por alto ese tipo de detalles en ficciones extranjeras (en las que probablemente se inspira Isabel, como Los Tudor, Los Borgia o la fallida Los pilares de la tierra), ¿por qué no hacerlo con las nuestras? También es cierto que, como abulense, quizá no sea la persona más objetiva para juzgar una historia que me lleva por lugares tan familiares y queridos... Pero es que esta historia, en realidad, está muy bien contada.


Recién terminada la primera primera temporada (ya sabéis que a mí me gusta ir a mi ritmo), me fascina ver cómo han podido sacar tanto jugo y crear unos guiones coherentes a partir de una historia tan farragosa como la de Castilla en el siglo XV. Quizá lo único que sí le echaría en cara a la serie es que a veces le falta acción y le sobra exposición, pero entiendo que hay que explicar lo que sucede. Además, siempre es más fácil (y económico) rodar escenas de interior que coregrafiar luchas y, al fin y al cabo, el fuerte de la serie, al menos en esta primera temporada, son las intrigas palaciegas... Pero cada vez que sale el campo castellano o una torre recia, se me alegra el corazoncito...


¡Que no haya serie sin villano!
Por otro lado, me han sorprendido muy gratamente algunas actuaciones. Creo que Bárbara Lennie, que interpreta a la reina Juana de Avis, está fantástica, al igual que Pablo Derqui, que encarna al rey Enrique IV. Y la protagonista de la serie, Michelle Jenner, ha sabido hacer evolucionar a su personaje de una forma muy natural a lo largo de la temporada, pasando de ser una niña inocente y mojigata a convertirse en una verdadera reina, a lo Daenerys... De todas formas, sigo pensando que los actores españoles más jóvenes deberían mejorar su dicción y su manera de declamar, aunque parece que ese es un mal común en la actualidad...


Resumiendo, me parece una serie muy recomendable y cumple esa doble función de formación y entretenimiento que antaño se le asignaba a la televisión. Evidentemente, no es una clase de historia, pero si nos sirve para saber algo más sobre los Reyes Católicos que sus nombres o el año en que se descubrió América, bienvenido sea. Y si me quita los complejos a la hora de enfrentarme a la ficción nacional, pues mejor que mejor. Me han comentado que El tiempo entre costuras también promete. Ya estoy deseando hincarle el diente.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Receta para cocinar un romance histórico




Los que me conocéis un poco, sabéis que soy una lectora impenitente y bastante ecléctica. Además, me gusta alternar la literatura más "seria" con cositas ligeras (esto de empatizar a veces no es bueno, hay libros que me dejan totalmente exhausta). Ese algo ligero suele ser una novela romántica. Y no, no me refiero a las novelas eróticas que ahora están tan de moda. He leído un par y he terminado bastante cansada y un poco harta del boom, sobre todo teniendo en cuenta que su fama es inversamente proporcional a su calidad. Esto es otra cosa. Y, como en muchos otros géneros, a pesar de que hay bastante broza, de vez en cuando se encuentran cosas divertidas e interesantes.


Dentro del género romántico, hay subgéneros para todos los gustos: tenemos la novela romántica contemporánea, la chic lit que tan de moda se puso en su momento gracias a El diario de Bridget Jones, la novela de corte cristiano o el llamado romance histórico, por poner algunos ejemplos.


Hace unos días terminé Simply Magic, el tercer libro del cuarteto "Simply" de Mary Balogh. La señora Balogh me parece de las autoras más recomendables para quien quiera iniciarse en el género. Se trata de libros baratos (en amazon se pueden encontrar a partir de 3 euros), cortos (unas 200-250 páginas) y poco exigentes (ideales para leerlos en inglés, así aprenderemos términos tan prácticos como "rogue", "rake" o "breeches"). Sus libros se agrupan dentro de los denominados "romances de la Regencia", un subgénero cuyas historias se desarrollan en la Inglaterra de principios del siglo XIX y pretenden emular el estilo y las costumbres de, oh sorpresa, Jane Austen. Otras autoras de este subgénero serían Amanda Quick, Eloisa James o Julia Quinn. Creo que hay alguna autora española que se ha adentrado en el género, pero no estoy segura ¿sabéis algo al respecto?


Por si algún día queréis escribir una novela "Regency", después de arduas tareas de documentación leyendo todo tipo de literatura de usar y tirar, aquí os doy la receta:

- Una portada con torsos o florecitas y tonos pastel: para que las lectoras menos avispadas seamos capaces de ver qué libro nos vamos a comprar, no sea que terminemos con algo de Ken Follet.

- Una joven virgen: da igual si es rubia o morena, pero ha de ser bella y recatada, aunque con carácter (da igual que la caracterización resulte anacrónica, recordemos que es literatura "barata"). Es probable que haya vivido recluída o sobreprotegida o que tenga un pasado desagradable, que olvidará rápidamente en brazos del siguiente ingrediente. Ah, si queremos aumentar el nivel de dramatismo con un poco de choque de clases, nada mejor que hacer que la muchacha sea pobre, aunque de buen linaje. Nada de heroínas de baja cuna.

- Un vizconde, duque, marqués o similar: ha de ser joven y atractivo, aunque en contadas ocasiones podría tener algún tipo de defecto físico (si es consecuencia de su participación en las guerras napoleónicas en la Península, mejor), lo que justificaría su carácter taciturno o poco sociable. La otra opción sería un protagonista igualmente joven y atractivo, pero mujeriego y algo fanfarrón. En tal caso, tenemos dos opciones: la heroína podría verse seducida o bien repelida por él, aunque finalmente lo redimirá. La falta de experiencia sexual de la protagonista se verá compensada por la experiencia de él.

- Un baile: es fundamental que haya juego de miradas y un baile es el lugar ideal. Si queremos ser estrictos en la receta, los protagonistas tendrán que bailar juntos al menos un vals. Podemos utilizar el baile como escenario para la seducción de la protagonista o para su comparación con el resto del ton, el pijerío de la época.

- Bath: no es imprescindible, pero añade un toque de verosimilitud y un bello homenaje a la señora Austen, patrona a su pesar del género.

- Una o dos escenas de sexo: teniendo en cuenta el auge de la novela erótica, más nos vale incluir un poquito de picardía, pero con elegancia, nada de descripciones demasiado subidas de tono, que no somos E. L. James.

- Grandes familias: ya que nos ponemos a desarrollar un universo ficticio, hay que sacarle el máximo partido. Así que si procuramos que el/la protagonista tenga cuatro o cinco hermanos, más un capataz y tres amigas, pues en lugar de un libro, escribimos una trilogía, un cuarteto o una saga.

- Una fiesta de varios días en casa del protagonista o su familia: puede ser un palacio o un castillo, en cualquier caso procuraremos que tenga una gran finca con bosquecillo en el que perderse un día de picnic y un lago del que salir con la camisa mojada (en honor a Colin Firth, por supuesto).


Esta lista no pretende ser exhaustiva y no olvidemos que, además de todos estos elementos, hay un último e imprescindible ingrediente: el talento. Por mucho que resulte sorprendente y hasta cómica la repetición de lugares comunes en este tipo de novela, ponerse delante del papel en blanco tiene que ser duro. Y es muy meritorio que estas señoras dediquen su tiempo a encontrar la originalidad dentro de unos patrones tan estrictos.

Y ahora bien, ¿qué ingredientes creéis que faltan? ¿Qué añadiríais vosotros? ¿Creéis que el género tiene futuro o que ha de evolucionar? ¿O precisamente su éxito se debe a lo invariable del canon? ¿Qué pensaría Jane Austen si leyera estas novelas?

lunes, 26 de agosto de 2013

Bienvenidos al infierno

Hay series que todo el mundo conoce y que todo el mundo comenta. Son esas series oficialmente buenas, o que no lo son, pero que a saber por qué azar extraño, se ponen de moda. Cada vez que sale una noticia relacionada con una de estas series, ya sea el fichaje de un actor, la marcha de su creador, etc., las redes sociales arden con cientos de fans, encantados o indigados con el anuncio. De hecho, en ocasiones, la línea temporal de Twitter puede ser bastante cansina con este tipo de reacciones.

Luego tenemos esas series que tuvieron un efímero momento de fama y que, después, se han perdido en el anonimato y han seguido adelante, pero escondidas en la parrilla televisiva. Si fuera por el ruido que generan, diríamos que nadie las ve. Y, sin embargo, algunas pueden llegar a tener una vida bastante larga. En ocasiones, sus posibilidades de renovación o cancelación son una lotería, pero, a la postre, terminan haciéndose con unas cuantas temporadas, por increíble que pareciera.

Hell on Wheels pertenece a este último grupo. Es difícil hablar una serie que acaba de estrenar su tercera temporada sin caer en los infames espoilers, sobre todo teniendo en cuenta que el último episodio de su segunda temporada servía de algún modo de final definitivo de la serie (cuyo futuro entonces era bastante incierto) y que el episodio doble que se emitió hace un par de semanas servía de presentación de la nueva situación, reorganizando las fichas en el tablero.

Recuerdo que cuando comenzó, allá por 2011, creó bastante expectación, puesto que algunos la consideraban la heredera natural de una joya como Deadwood. Supongo que el problema de las expectativas es que son muy difíciles de mantener y rápidamente llegaron las críticas, algunas tan absurdamente injustificadas como que los nativos indios hablaran en inglés.

El argumento es relativamente sencillo: a mediados del siglo XIX, el exsoldado confederado Cullen Bohannon llega a Hell on Wheels, un poblado itinerante que se mueve con la construcción del primer ferrocarril que cruce Estados Unidos, mientras busca a los asesinos de su familia. El asentamiento es un hervidero de culturas e intereses enfrentados bajo el mando del empresario Thomas Durant, decidido a hacerse rico en la "conquista" del oeste.

Yo misma me sorprendo al defender una serie de un género que detesto: salvo contadas excepciones, los western suelen parecerme obsoletos y aburridos. Además, esta serie está lejos de la perfección. En ocasiones hay unas elipsis difícilmente justificables con el guión, que hace malabares para llegar a donde quiere. Sin embargo, yo que suelo tener bastante poca paciencia, he seguido con ella y se me ocurren dos motivos: por un lado, en la serie pasan cosas, la trama avanza con ritmo y resulta creíble (de hecho, es una de las series más crueles que he visto en mucho tiempo; aquí, amigos míos, la gente muere). Por otro, la fotografía es estupenda y la serie resulta un regalo para la vista. Los paisajes son magníficos y el cgi está bastante bien integrado (recordemos que los presupuestos son limitados).

Me da un poco de pena que AMC no haya tenido más suerte con esta serie. Sin ser Mad Men, creo que tiene un buen nivel de calidad y me habría gustado que la viera más gente. Ahora que acaba de empezar la nueva temporada, me parece un buen momento para descubrirla y, si la dejásteis aparcada, para darle una nueva oportunidad. Además, más de la mitad de los personajes están como una cabra. Y eso siempre es un plus.