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martes, 16 de junio de 2015

My Mad Fat Diary: yo lo que quiero es ser normal



Rae es mordaz, atrevida, valiente, dulce, bella… En su cabeza. Por dentro tiene todo un mundo que compartir. Por fuera… Por fuera tiene un cuerpo que causa rechazo, burlas, pena, incomprensión.


Si la adolescencia ya es difícil en sí, para Rachel Earl (magníficamente interpretada por Sharon Rooney) es un auténtica tortura, que le ha llevado a autolesionarse y a tener que pasar cuatro meses internada en una clínica. Ahora, una vez fuera, vuelven los miedos, la inseguridad, el peligro a la recaída… 


He devorado las dos primeras temporadas de My Mad Fat Diary (basado en el libro autobiográfico My Mad Fat Teenage Diary) en apenas una semana. Yo, que normalmente huyo de las series de adolescentes, me he enganchado a las pequeñas desventuras de esta muchacha de dieciséis años, que nos cuenta en primera persona su lucha constante por ser normal. Porque los demás la acepten y, aún más difícil, por aceptarse a sí misma.


Podríamos decir que la historia de Rae es la otra cara de la moneda de Miranda. Mientras que la humorista, ya adulta, ha asumido sus imperfecciones, se ríe de sí misma y nos invita a hacerlo con ella en una comedia pura, Rae tiene aún todo ese camino que recorrer y la serie, que es más un drama con toques cómicos (y cada vez menos cómica a medida que avanza), no escatima esfuerzos en mostrarnos con crudeza (y con un enorme respeto) todos los obstáculos a los que va a tener que enfrentarse. Y los peores, aunque no los únicos, están en su propia cabeza.


Sin ser una serie perfecta, hay muchas cosas que me gustan de My Mad Fat Diary. Para empezar, y como suele ser habitual en las series británicas, ofrece verdad. Su sinceridad a veces llega a ser descarnada. Los jóvenes de esta serie no están edulcorados e incluso se hace gala de cierto feísmo que resulta de agradecer. Aquí no hay dentaduras blanquísimas ni pieles perfectas, no se afea a propósito a los actores ni se les victimiza, basta con acercar la cámara o dejarles hablar. La comedia es agridulce y te hace pasar de la risa a la mueca en cuestión de instantes.


El dolor de Rae resulta creíble, entiendes por qué acaba cayendo y dándose un nuevo atracón de comida. Entiendes por qué intenta alejarse de los que la quieren. Entiendes por qué está enfadada con el mundo. Pero también entiendes la incomprensión de su madre, centrada en su propia vida. Entiendes por qué no se escuchan, por qué se gritan y se lanzan reproches, y a la vez por qué no pueden vivir la una sin la otra. Hasta entiendes por qué Rae ha podido terminar así… 


El resto de personajes, como Kester o los miembros de la pandilla, están más desdibujados, y creo que eso es un error, aunque poco a poco se va desvelando algo de sus vidas. El penúltimo episodio de la segunda temporada me parece clave a este respecto, además de un paso fundamental en el camino de Rae, y uno de los más conseguidos de la serie, pero no quiero revelar nada. Esa sinceridad en el retrato también hace que comprendamos su postura, sus aciertos y sus fallos. Todos son humanos y nada es blanco o negro.


La primera temporada consta de seis episodios y la segunda, de siete. En apenas una hora, con una estética adolescente muy particular, acompañamos a Rae a su terapia, al instituto, a su casa, a los bares... La serie arranca en el verano de 1996 y la música desempeña un papel importante, con una banda sonora magnífica y muy reconocible (aquí la banda sonora de la primera temporada y aquí la de la segunda), especialmente si perteneces a la generación de los protagonistas, como es mi caso. 


En definitiva, estoy deseando que comience la tercera temporada, que regresa esta misma semana, y ponerme al día de las vicisitudes de la gran Rae y sus amigos. No dudo en recomendar la serie: no hace falta haber pasado por los problemas de la protagonista para disfrutar de esta comedia dramática porque, al fin y al cabo, la adolescencia es una montaña rusa de sentimientos y un calvario universal.




lunes, 9 de marzo de 2015

Hindsight: segundas oportunidades




Hoy me apetece hablaros de otra de esas series que debemos de ver yo y otros tres gatos. De hecho, ni siquiera hay menciones de ella en The AV Club. Se trata de la última incursión de la cadena VH1 en el mundo de las series. ¿VH1? Sí, ese canal de vídeos musicales que nació en los ochenta como alternativa a la MTV, y al que normalmente no te acercarías ni con un palo.



El caso es que el canal ha sabido aprovechar el corpus musical y la ola nostálgica que nos invade para ofrecernos una serie maluza, pero perfecta para echar el rato: Hindsight. Y yo, que tengo un imán para la broza seriéfila, tenía que darle una oportunidad. Después de los episodios vistos (la primera temporada termina esta semana), mi veredicto es que sus cuarenta y cinco minutitos son perfectos para desconectar un rato después de comer. Eso sí, prohibido buscarle más de lo que da o darle demasiadas vueltas al asunto. Que para eso ya tenemos otras series con más enjundia.



Para empezar, observemos lo "original" de su premisa: Becca Brady (Laura Ramsey), a sus cuarenta y pocos, está a punto de casarse por segunda vez con el hijo de unos amigos de sus padres, a los que conoce de toda la vida. La víspera de la boda empieza a tener dudas sobre los fracasos y los errores que la han llevado hasta donde se encuentra en la actualidad, ya sea en su primer matrimonio, en su trabajo o la relación con su mejor amiga, Lolly (Sarah Goldberg), con quien no habla desde hace una década. Y, hete aquí que, de repente, regresa a 1995, al día de su primera boda, por lo que tiene una nueva oportunidad de corregir sus errores.


Es verdad que, hasta ahora al menos, no acabamos de entender muy bien cómo o por qué ha viajado al pasado, pero hay un personaje algo misterioso que podría darnos la clave (probablemente al finalizar la temporada, para dejarnos con un buen cliffhanger). Y, permitidme el comentario frívolo, pero estos personajes deben de tener un pacto con el diablo para ser los que mejor envejecen del mundo, porque quitando el maquillaje y la forma de vestir, tienen exactamente la misma cara y el mismo cuerpo en 2015 que en el 1995. Y ya os digo yo que eso sí que es un misterio...


Por cierto, al igual que sucedía con Outlander, no es una serie sobre viajes en el tiempo, aunque sea esto lo que desencadena la historia. Al contrario, la protagonista no sabe si corre el riesgo de volver al presente ni cómo podría hacerlo y hasta ahora, casi toda la trama se ha desarrollado en 1995 (solo algún flashback nos lleva a recuerdos de la protagonista en el futuro). Y, aunque supongo que Becca podría haber aprovechado mejor los conocimientos actuales para hacerse rica, salvar el mundo o algo así, sí que es cierto que, en lo profesional, su experiencia parece que va a resultarle muy útil. En lo personal no va a ser tan sencillo.  


La serie, supuestamente dramática, se basa en dos pilares fundamentales. Por un lado, tenemos el culebrón ligero, con una Becca que quiere hacer esta vez las cosas mejor, pero cuyas acciones modificadas tienen nuevas consecuencias y ramificaciones que no siempre son las que ella desea (el efecto mariposa mil veces mencionado en otras series; la última, hace solo unos días en El Ministerio del Tiempo). Con el conocimiento que le da la experiencia vivida, juega con una supuesta ventaja, pero las decisiones que toma resultan en muchos casos egoístas e incomprensibles para quienes la rodean, empezando por el que ya no es su primer marido, Sean, y el que ya no será el segundo, Andy. Y Becca también sabe que la cosas no iban a funcionar demasiado bien entre su hermano menor Jamie y su amiga Lolly, por lo que intenta que la relación acabe.


El otro pilar de la serie sería el tan de moda elemento nostálgico: Becca vuelve a 1995 y, teniendo en cuenta que, como ya hemos dicho, la VH1 es un canal musical, uno de los elementos fuertes es la banda sonora, con todos los grandes éxitos del pop-rock de la época, de Alanis Morrisette a The Cranberries. Y con una imprescindible lista de spotify incluida. La serie sabe de sobra a quién va dirigida, y son frecuentes los chistes y las referencias, desde AOL hasta el uso de los buscas. O Friends.


La música, claro, pero también la ropa y las propias actitudes de los protagonistas, todo nos lleva de vuelta a nuestra adolescencia. Es como si, de repente, estuviéramos viendo una secuela de Reality Bites (imposible no recordarla al escuchar a Lisa Loeb en uno de los episodios). Y, por qué no, quizá nos hace plantearnos lo mismo que la protagonista, qué habría sucedido si hubiéramos tomado otras decisiones... Y lo bueno es que, viendo cómo se las apaña Becca, quizá lleguemos a la conclusión de que las decisiones que tomamos fueron las mejores y que, pese a que nuestra memoria a veces nos engañe, cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor.




martes, 3 de marzo de 2015

Borgen: todo por ¿la patria?



Hace ya algunos años, ante mi incapacidad de comprender algunas actitudes que se daban a mi alrededor, una amiga muy querida (y un poco cínica) me venía a decir algo así como "hay muy pocas cosas que muevan a los hombres, básicamente tres: sexo, dinero y poder".


Yo, que oscilo peligrosamente entre el cinismo y la candidez, sigo pensando que no, que las personas buscamos otras cosas. Pero series como Borgen parecen empeñarse en dar la razón a mi amiga. Y seguro que ella me diría ago así como "¿ves? si yo siempre digo la verdad"...


Empecemos por lo básico: Borgen (que vendría a traducirse como "el castillo") toma su título del nombre oficioso que se le da al palacio de Christianborg, sede de los tres poderes en la capital danesa. 


Allí es donde se desarrolla casi toda la trama de la serie, que arranca cuando Birgitte Nyborg (con una interpretación adulta y contenida de Sidse Babett Knudsen), líder del partido De Moderate asume el cargo de primera ministra, rompiendo con el bipartidismo en una coalición con la izquierda y los verdes. A lo largo de la primera temporada vemos cómo se desarrollan los juegos de poder entre los representantes de los distintos partidos. Al mismo tiempo, somos testigos del papel que desempeña la prensa, representada por el canal TV1. Tanto los partidos como el canal son ficticios, pero se basan en la realidad del país nórdico.


En ambos frentes, lo profesional afecta a lo personal más de lo que hubiéramos podido imaginar. Y ahí reside gran parte del interés de la serie. Desde una austeridad casi fría, vemos relaciones que se crean y se destruyen. Amistades y carreras profesionales que evolucionan, no necesariamente para bien. Personas que, casi de forma inconsciente, utilizan a los demás. ¿Por un bien superior? ¿Acaso hay algo superior que la propia persona? ¿El qué? ¿El bien común? ¿La verdad? ¿Qué verdad?


La primera ministra evoluciona y eso afecta a su familia y a sus relaciones con los demás. La Birgitte que nos sorprende con su entereza en los primeros episodios no es la misma que vemos proponer un pacto a su marido en la final de temporada. El poder (ya sea político o mediático) ejerce un atractivo casi incomprensible, que se lleva por delante ideales, amistades y, si te descuidas, hasta la salud. Toda naturalidad desaparece, cada palabra y cada movimiento están perfectamente medidos en su efecto y en su alcance para, según el caso, generar la simpatía del votante. O para minimizar los daños.


Otra cosa que sorprende y supongo que esto se debe a nuestra propia realidad española es el respeto que demuestran al servicio público. Eso hace que se enfrentan a algunos problemas con una seriedad que a nosotros, cuando menos, nos sorprende. Como española, resulta increíble que el uso de la tarjeta oficial para un pago puntual pueda costarle el cargo a un político. También parece poco verosímil que alguien se plantee renunciar a un puesto en la empresa privada porque choque con los intereses políticos de su pareja.


También resulta muy interesante ver qué tiene que decir la serie sobre el papel de la mujer. No en vano, dos de sus principales protagonistas son la propia primera ministra y la joven y ambiciosa Katrine Fønsmark (Birgitte Hjort Sørensen), presentadora y entrevistadora el canal TV1. Ambas tienen que abrirse camino en un entorno predominantemente masculino (y así se refleja, sobre todo, en el vestuario de la propia Birgitte). Mientras veía la serie no podía dejar de preguntarme si el conflicto de conciliación familiar que se le plantea a la señora Nyborg habría sido igual y se habría resuelto de la misma forma si fuera su marido quien hubiera llegado a las más altas cotas de poder. Sinceramente, creo que no. Y resulta doloroso que en un país tan avanzado como Dinamarca sigan funcionando así las cosas (¡qué difícil no plagar esto de spoilers!). Sin embargo, también es de agradecer que la serie sea mucho más que la historia de una "mujer política".


Acabada la primera temporada, me alegro de haber dado una oportunidad a la serie. Después de las recomendaciones, las expectativas estaban tan altas que era difícil que se alcanzaran. Pero hay que reconocer que da ganas de leer sobre política y actualidad del país (¿incorporarán algunas de las noticias que se han visto últimamente en los medios internacionales?). Y de hecho, pese a todo el cinismo y la desolación que a menudo permea la serie, casi parece un entorno político "sano" (sano pero dentro de lo creíble, que esto no es The West Wing) y da ganas de volver a interesarse por la cosa pública. Qué lejos nos queda Dinamarca, ¿verdad?




lunes, 23 de febrero de 2015

Girlfriends' Guide to Divorce: la evolución lógica



Hoy toca hablar de otra de esas series que parece que no ve nadie más que yo, pero que creo que podría tener su público. Si a los treinta eras fan de Carry Bradshaw y buscabas al príncipe azul, puede que a los cuarenta estés cansada y lo que necesites es hacerte amiga de Abby y su pandilla de alegres divorciadas.


Empecemos por lo obvio: Gilfriends' Guide to Divorce no va a entrar en el canon de la ficción televisiva. Mala, mala no es, pero tampoco es una gran serie. Y puede que ahí resida su interés. En su intrascendencia, en situarse en esa tierra de nadie ideal para pasar el rato, sin levantar ampollas ni plantear preguntas incómodas. Su drama no resulta especialmente doloroso, aunque hay lágrimas, y su comedia es más de sonrisa que de carcajada. No es un culebrón, pero los temas de pareja son fundamentales. Y tampoco es un análisis concienzudo de la búsqueda de uno mismo o del empoderamiento de la mujer. Pero lo que podía ser una rémora creo que es un acierto.


Girlfriends Guide to Divorce es una adaptación de la serie de libros homónima de Vicky Iovine, modelo, exchica Playboy, abogada y madre de cuatro hijos. En esta producción de la cadena Bravo (en su primera incursión en la ficción propia), Lisa Edelstein (la inolvidable doctora Cuddy de House) es Abby MacCarthy, una escritora de libros prácticos y de autoayuda sobre familia y maternidad. La serie arranca cuando nuestra protagonista, en plena promoción de su último lanzamiento, tiene que enfrentarse a su separación, algo aparentemente incompatible con lo que sus propios libros plantean. Así, la autora tiene que hacer frente a la "mentira pública" en la que vivía y encontrar un nuevo camino, tanto personal como dentro de su profesión. Por suerte, puede contar con sus amigas, que también han pasado o están en medio de situaciones similares: Phoebe, una exmodelo metida a diseñadora de joyas; Lyla, abogada con importantes problemas de convivencia con su exmarido y sus hijos; Jo, amiga de la universidad que está pasando una temporada con su hija en la casa de Abby; y Delia, colega de Lyla en el bufete, abogada agresiva que oculta un pasado del que no se siente orgullosa.


Como ya he dicho, aunque se tocan ligeramente otros temas, de lo que trata principalmente la serie es de cómo Abby tiene que lidiar con su separación de Jake, director de cine que lleva varios años en el dique seco y que, en plena crisis de la mediana edad, va por Los Ángeles con un Porsche y tiene una relación con una actriz bastante más joven que él. En la serie somos testigos de sus tira y afloja (probablemente lo más interesante, y un acierto que el personaje de Jake tenga entidad y protagonismo, y no sea simplemente "el villano"), de la búsqueda de una nueva identidad por parte de Abby, de la educación de sus dos hijos, la posibilidad de un nuevo amor, la necesidad de reactivar su carrera como escritora ahora que la estructura que fundamentaba sus libros se ha derrumbado... El resto de personajes no están especialmente dibujados, pero Abby y Jake me gustan mucho y Lisa Edelstein tiene un caramelito entre manos. La serie ya está renovada para una segunda temporada, así que ahora que la primera temporada está acabando, quizá sea un buen momento para echarle un vistazo.


La serie no busca ser rompedora ni especialmente inteligente. Pero consigue sus objetivos con creces: supongo que quien se encuentre en una situación similar a la de la protagonista, podrá identificarse más y sentir mayor empatía, pero para el resto, resulta ligera y entretenida. Señoras blancas, guapas y de clase alta, en una edad difícil, de las que se van de compras cuando les baja la moral y que siempre se tendrán unas a las otras, aunque solo sea para tomar un gintonic y hablar de cómo les va con sus nuevos novietes. No podíamos esperar menos de la cadena cuya estrella son las Real Houswives de Beverly Hills. Por último, si véis la serie puede que os resulte curioso saber que una de las productoras, junto a la propia Iovine, es Marti Noxon, que también fue guionista y productora de Buffy, la cazavampiros. El guiño que Girlfriends hace a la serie me parece muy gracioso.




lunes, 2 de febrero de 2015

Transparent: conócete a ti mismo



Bueno, pues hoy, a pesar de la falta de tiempo, me apetece dejarme caer por aquí para hablar de otra serie que he devorado en nada. Ya sé que llego tarde a la fiesta, pero así se la recuerdo a quienes (dudo que) la hayan olvidado.


La verdad es que cuando se empezó a hablar de Transparent en los blogs de series, me echó un poco para atrás la temática. ¿Qué iba a ser? ¿Una crítica social? ¿Una defensa de la diferencia? ¿Una nueva vuelta de tuerca a la familia disfuncional americana? Luego empezaron a llegar los reconocimientos, los premios y a mí me seguía dando pereza ponerme con ella...


No fue hasta terminar la estupenda Mozart in the Jungle (de la que tengo que hablar también por aquí, aunque resumiendo mucho diré: ¡no os la perdáis! ¡la realidad siempre supera a la ficción!) que me dije "me gusta el estilo Amazon a la hora de hacer series, habrá que darle una oportunidad a Jeffrey Tambor. Al fin y al cabo, ¡es Jeffrey Tambor!)" Y cuánto me alegro de haberlo hecho.


Como seguramente ya sabe todo el mundo, al menos si se está mínimante interesado por las series, Amazon se ha lanzado a la producción de su propia ficción y los episodios se pueden comprar de forma muy sencilla. Además, algunos pilotos están disponibles de forma gratuita, así que no tenemos excusa. En cuanto al argumento, es el siguiente: Morty Pfeffermann (J. Tambor) es un profesor de universidad jubilado que decide hacer pública su condición de transexual. Esto lógicamente afecta a su relación con quienes le rodean y, especialmente, con sus tres hijos adultos. 


Efectivamente, aunque es rápido de resumir, podría costarnos comprender los efectos que una bomba de esas características puede tener para el propio protagonista y su familia, que para empezar ya muy normal no es que fuera. Pero la serie lo consigue. Con creces. Lo interesante de esta apuesta de Amazon, que a la sazón sirvió de abanderada del gigante de Internet, es que, a pesar de la omnipresencia de Morty/Maura, los conflictos son externos a la propia Maura (que ya nos muestra durante una serie de flashbacks que nos llevan a los noventa cómo empezó su camino de autonocimiento) y esta "salida del armario" no es más que el detonante de algo que quizá ya estaba por llegar para el resto de personajes. 


La serie es valiente, sobre todo porque es capaz de tratar temas muy espinosos, desde la transexualidad o el divorcio hasta la eutanasia, con una delicadeza y un respeto encomiables. Sí, sus personajes son excéntricos y, en algún caso, inadaptados, pero están tratados con un gran cariño y una enorme empatía. El egoísmo de los hijos, con una agenda propia, bastante perdidos en una vida demasiado fácil y con unas actitudes que se ven alteradas/azuzadas por el ejemplo de su padre. El "calvario" de la exmujer, atada a un segundo marido en fase terminal de Alzheimer. Y la propia Maura, sensata y valiente, en un camino de autoaceptación y autodefensa que la lleva a la soledad. La dignidad que Tambor insufla a su personaje, lejos de cualquier histrionismo, es fundamental y no queda más que postrarse ante una interpretación brillantísima. Por último, no puedo dejar de destacar la banda sonora, con unos títulos de crédito maravillosos (¡esas fuentes!), que solo se ven alterados en el octavo episodio, el único que se desarrolla totalmente durante uno de los flashbacks que, en el resto de capítulos, se alternan con el presente. Un piano delicadísimo que se opone a los temas folk/pop con que se cierran los episodios.


La serie nos hace reir y nos hace pensar. Pero sobre todo, sobre todo, nos hace sentir. Y eso es muy bueno. Quién nos iba a decir años atrás que la ¿televisión? sería esto... Si Amazon ya me tenía ganada con los libros, ahora ya no tengo excusa para seguir viendo series. Y si en algún momento pudimos pensar que la serie podía tener poco recorrido, el camino de autodescubrimiento de los personajes y las cuestiones que se plantean de cara a una segunda temporada, con esa incómodisima escena final, resultan de lo más prometedores. Me quedo con muchas ganas de saber más de los Pfeffermann.




jueves, 22 de enero de 2015

Togetherness: pequeñas miserias cotidianas




La verdad es que no había oído hablar demasiado de la nueva serie de HBO antes de ponerme con ella. Cuando hace unos días leí en algún lugar (lo siento, pero no consigo recordar dónde) cómo se comparaba con Girls, pensé que tenía que darle una oportunidad a Togetherness. Después en Twitter negaban tal comparación, pero yo ya me había quedado con la intriga. Y después de la época de deserción que llevo últimamente (he dejado hasta Downton Abbey,  y Parks and Recreation la tengo ahí abandonadita, la pobre, que me da pena retomarla porque se me va a acabar), me venía bien encontrar una comedia nueva...



Así que por fin me puse con ella. Y cuánto me alegro de haberlo hecho. Sí, definitivamente como comedia entra perfectamente en el nicho de HBO. Además, creo que la comparación con Girls, pese a lo que pueda parecer, no va nada desencaminada.



Como comentaba Pere Solá en su blog parafraseando a @basuraandtv, una vez más nos encontramos con los "white people's problems", solo que esta vez, se trata de las pequeñas miserias de los hermanos mayores de Hannah y compañía. Que en muchos casos, son las mismas.


Togetherness arranca cuando Brett y Michelle, una pareja de treintañeros con dos hijos pequeños, tienen que abrir las puertas de su casa a Tina, la hermana de Michelle, y a Alex, el mejor amigo de Brett. Los actores que interpretan a los personajes masculinos son Steve Zissis y Mark Duplass (al que ya conocíamos por ser uno de los "comadrones" de The Mindy Project). Junto con Jay Duplass (hermano de este último), forman uno de esos tándems de creadores que gozan de cierto prestigio en los círculos del cine indie (se consideran creadores del movimiento mumblecore), así que no era de extrañar que acabaran recalando en la HBO, ese canal que se nutre del prestigio que le otorgan ciertas series, más allá de su popularidad y su audiencia. Las protagonistas femeninas son Melanie Lynskey y Amanda Peet (a ver si por fin esta mujer tiene un proyecto con algo de éxito).


La inseguridad profesional, los problemas de pareja (¡el daño que 50 sombras de Grey ha hecho a las expectativas sexuales de las mujeres!) y el miedo a envejecer son algunos de los temas que se han tratado en los dos episodios emitidos hasta el momento. Sus protagonistas descubren que al llegar a la edad adulta, los anhelos y los problemas siguen siendo los mismos, que la vida no lleva un manual de instrucciones, sino que todo es un continuo ensayo y error, y que incluso cuando has seguido el camino "normal" y eres moderadamente feliz con tu trabajo, tu pareja y tus hijos, sigue habiendo una parte de ti que continúa insatisfecha. Sí, definitivamente, es muy clase media. Si no me equivoco, la primera temporada consta de ocho episodios, así que quizá sea pronto para emitir un veredicto definitivo, pero por el momento, me la quedo.


Al igual que sucede con Girls, no es una comedia para reir a carcajadas, sino que busca más bien la identificación en el día a día de unos protagonistas que bien podrían ser nuestros vecinos. Aquí no hay glamour ni grandes pasiones ni puñales envenenados. La serie muestra escenas del día a día, sus intimidades, sin alharacas ni artificios. Plantea más preguntas que respuestas y parte de su atractivo está en vernos reflejados en tramas que, si bien no hemos llegado a experimentar, podrían formar parte de nuestra vida. Son patéticos, pero resultan adorablemente comprensibles. Casi te ríes por no llorar. Y acabas pensando lo mismo que con Girls, "mierda, esa podría ser yo"...







miércoles, 7 de enero de 2015

Galavant: Disney para treintañeros




Cuando un lunes hay más agitación en Twitter por una serie nueva, estrenada en mitad de la temporada, que por The Good Wife, es que algo hay detrás. Así que había que echarle un vistazo a Galavant, el último estreno de la ABC estadounidense.


Se trata de una comedia de media hora, cuya temporada se compone de ocho episodios que, si no me equivoco, se van a emitir de dos en dos. Esto, en principio, no auguraba nada bueno, algo que chocaba con las reacciones de mi TL. Así que la curiosidad pudo conmigo y en lugar de esperar a que se emitieran todos y ver qué dictaminaban los entendidos, he ido directa a por los dos capítulos que están disponibles desde el domingo.


Mi relación con los musicales es de amor-odio. O me apasionan o me resultan insoportables. Y Galavant es muy, muy musical. Por suerte, Alan Menken no es cualquier cosa: solo diré que es el compositor de La Sirenita, La Bella y la Bestia o Aladdin. Y ahí está el principal garante de la serie. Galavant es Disney para quienes crecimos con esos clásicos. Sí, somos más mayores, más cínicos y los noventa quedaron atrás, pero aún somos capaces de emocionarnos con una historia de caballeros, aunque el protagonista esté más cerca de Shrek que del príncipe azul.


La música es fundamental, las canciones están bien escritas, bien interpretadas, bien coreografiadas y, además, a veces incluso cuentan algo. Solo hay que ver la primera escena (¿a alguien no le recordó a esta otra?) para darnos cuenta de que aquí la música no va a ser esa cursilada que subraya machaconamente los sentimientos de los protagonistas. En unos minutos, plantea la trama y el tono de la serie, que no es más que una parodia de los cuentos de hadas.


Por suerte, la parodia está mínimamente contenida y nunca resulta vulgar o pesada. Aunque los chistes se suceden a ritmo vertiginoso y no todos funcionan por igual, la sonrisa es constante y, cuando funcionan, no puedes dejar de reir (la escena de la justa en el segundo episodio es hilarante). Supongo que las comparaciones con Los caballeros de la mesa cuadrada eran inevitables, pero el humor de Galavant es distinto y, reconozcámoslo, más aséptico (el caballero, interpretado por John Stamos, que aparece en el segundo episodio se llama ¡"Jean" Hamm!). 


La trama da un pequeño giro a los cuentos de caballeros y princesas, y es ahí donde surge la mala uva de los guionistas, que nos ofrecen el humor de las pelis de Disney con las que hemos crecido, pero despojándolo de la moralina y la historia con final feliz que ¿necesitábamos? en la infancia. Los personajes están perfectamente definidos como prototipos (me encantan el chef y el "matón" que acompañan al maravilloso rey Richard) y dudo que en tan solo ocho episodios necesiten evolucionar o darnos algo distinto a lo que ya nos han dado. La verdad es que la historia de Elisabetta de Valencia nos atrae más bien poco, pero puede resultar interesante ver cómo dan la vuelta una vez más al cliché.


Resumiendo, si lo que buscamos es humor subversivo, esta no es la serie adecuada. Pero si crecimos con la historia de Buttercup y Westley, y somos más de Shrek que de La bella durmiente, es probable que terminemos aprendiéndonos de memoria las canciones de Galavant. Si la cosa sigue así, no dudo en que esta miniserie será a Disney lo que Doctor Horrible es las historias de superhéroes. Los canales españoles están tardando en organizar un visionado con karaoke...




martes, 6 de enero de 2015

A to Z: el peligro de la comedia romántica




Cada año repetimos la misma cantinela: "parece que esta temporada no hay nada demasiado interesante" y luego resulta que siempre hay cuatro o cinco series que rescatar. Y no me refiero a las oficialmente buenas, que esas siempre va  a terminar alguien por metértelas por los ojos. Sabes que siempre van a estar ahí, así que no hay demasiada prisa por ver cómo termina Breaking Bad o empezar con True Detective. Casi que es más interesante ver qué pasa con las series más "normalitas".


A to Z lo tenía todo para ser un éxito. Recién acabada Cómo conocí a vuestra madre y a pesar de su último episodio, el público parecía encantado con Cristin Miloti. Ben Feldam quizá arrastrara el lastre (¿en forma de pezón?) de su papel en Mad Men, pero creo que hasta los fans más acérrimos de los publicistas neoyorquinos acogimos y nos acostumbramos rápidamente a su nuevo personaje. La narradora, cada vez menos presente, era la gran Katey Sagal, lo que constituía otro punto a favor.


Además, la serie de la NBC tenía todos los ingredientes de la comedia romántica tradicional: dos protagonistas entrañables, dos "mejores amigos" secundarios excéntricos pero simpáticos, dosis de romaticismo a raudales, algo de comedia más loca (esa empresa donde trabaja Andrew, y su jefa, que resultaron ser lo mejor de la serie) y esa supuesta "alma" que hace que te identifiques y te encariñes con los personajes, más allá de las risas o las sorpresas.


Y, sin embargo, a pesar de tenerlo todo, no acabó de cuajar. Yo, como fan del género, le he dado algo más de margen y es probable que, a tres episodios de acabar la temporada, la termine, pero los críticos televisivos de EE. UU. y la propia cadena no han sido tan generosos. La serie lleva cancelada desde noviembre. Digamos que yo me bajé del tren en el episodio de Navidad aunque sigo un poco por pena y, por qué no, también por inercia.


Que la serie sea cursi no es un problema. No se puede esperar otra cosa y creo que su creador así lo quería, buscando un público muy determinado para su serie. Así pues, ¿por qué no estamos todas encandiladas con el desarrollo de la relación entre Andrew y Zelda?


Para empezar, todo ha ido muy deprisa. Yo, que soy la primera en quejarme de las tensiones sexuales no resueltas interminables, me alegré de que los protagonistas no perdieran el tiempo deshojando la margarita, pero toda su relación ha sido acelerada y eso mismo creaba cierta perplejidad, incredulidad y miedo a que el final sea más agridulce que feliz. Puede que me equivoque, pero llevo tiempo pensando que al acabar la temporada serán los dos secundarios quienes acaben juntos, mientras que los protagonistas se darán un descanso.


Los protagonistas me caen bien, pero creo que se han pasado de sosos. Andrew es mono e inspira instintos maternales, pero Zelda es un poquitín pava: abogada seria y responsable, pero con alguna mínima extravagancia... Además, ese equilibrio entre comedia loca y momentos de emoción no acaba de cuajar. Por no hablar de esas empresas en las que se hace de todo menos trabajar. Wallflower podría mantenerse en pie, quizá, pero Zelda se pasa tantas horas al teléfono que aún no sé cómo no la han despedido... Y esa supuesta "alma", esos momentos más serios que deberían anclarnos a la serie han llegado demasiado pronto. La serie mete con calzador en menos de diez episodios todos los tópicos "trágicos" de la comedia romántica: desde la muerte de un familiar (solo hay que pensar en el episodio del funeral) hasta el Destino, así, con mayúsculas.


Y, por último, a menudo resulta tan previsible que aburre. Lo que tendría que hacer gracia hace gracia, pero no compensa aquello que tendría que enamorarnos y que no nos enamora. A estas alturas de siglo ya hemos visto mucha ficción y ni queremos ni esperamos algo propio de los noventa. Además, quizá hayamos escarmentado tras el final de Cómo conocí a vuestra madre y nos tememos que, si todo sigue el curso normal, nos aburramos, mientras que si en un determinado momento aparece el ansiado giro de guion, sabemos que nos decepcionará o nos enfadará. Así de caprichoso es (somos) el público.


En realidad, es una pena. Yo quería que me gustase esta serie: siempre viene bien tener un "lugar feliz" de media horita en el que refugianos, pero ha sido una pequeña decepción. Veremos por dónde van estos últimos episodios de la temporada antes de dar un veredicto final, pero si desde el principio ya lo tenía difícil, ahora que ya no esperamos nada de ella, dudo que nos sorprenda.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

O negócio: qué divertido es ser prostituta




Una vez acabadas mis clases de portugués, leído mi primer libro y vista mi primera película, llevaba tiempo queriendo ver alguna serie brasileña. Lorenzo Mejino es el experto en series exóticas y raritas, así que tras su recomendación y la de Cecilia García, pensé que lo mejor sería empezar con O negócio.


Una vez terminada la primera temporada de trece episodios (la segunda ya está también disponible), ahí va mi valoración resumida: O negócio es una serie sin corazón que hay que ver sin cerebro. 


Eso no significa necesariamente que no sea disfrutable o que no vaya a darle una oportunidad a la segunda temporada. Pero gustar, lo que se dice gustar, yo no diría que me ha gustado. La serie trata sobre tres prostitutas que deciden asociarse para dar una vuelta de tuerca a la profesión más antigua del mundo y aplicar técnicas de marketing para posicionarse como producto de lujo. 


Vaya por delante que su factura técnica es impecable, como es de esperar por parte de la HBO. El argumento es atrevido, llama la atención y los episodios están escritos milimétricamente para que en ningún momento se hagan pesados. Las tramas episódicas y el argumento general se combinan sin problemas. Las primeras centran cada episodio en un concepto de marketing; Karin, cerebro del grupo, tiene una idea que presenta a las otras chicas e intentan ponerla en práctica. Tras algunos contratiempos la idea termina por dar frutos y las chicas suben un peldaño más en su escalada hacia el éxito profesional. El argumento general tiene más que ver con sus vidas personales, cómo su trabajo les afecta a ellas o a quienes les rodean y sus enfrentamientos con la competencia, encarnada en el personaje de Ariel, antiguo proxeneta de Karin, que no soporta ver cómo su exprotegida supera al maestro. Y, como es de esperar, la serie incluye bastantes escenas de sexo (soft) en los episodios.


Para mí la serie tiene varios problemas. El primero es ese esquema del que no se sale en ningún momento y que hace que al cabo de algunos episodios se pierda el interés. No hay peligro real y sabes que las protagonistas saldrán adelante, ilesas, más sabias y más ricas, tras cada episodio. El malvado Ariel es una y otra vez vencido pese a sus artimañas. Las tres chicas, tan distintas y tan amigas, responden a prototipos que, salvando las distancias, llevamos reconociendo por lo menos desde Jane Austen (y aunque la comparación parece peregrina, si os paráis a pensar, no lo es tanto). O, si nos ponemos estupendas, desde Sexo en Nueva York. Karin es la mujer fría, analítica e inteligente. Luna es la "romántica" cuya mayor aspiración es conseguir un marido rico que la retire y Magali es la más joven, la alocada fiestera que tiene todo por aprender. Solo con ver a las protagonistas caminando ya sabemos quién es quién y por dónde van a ir sus andanzas. 


El último problema, que es el que quizá más me haya molestado es la frivolidad de la serie. No me importa ver una serie sobre prostitutas; ni siquiera me importa que se trate en tono de dramedia. Eso ya lo hizo Billie Piper de forma muy satisfactoria en Secret Diary of a Call Girl. Pero me revuelve lo más profundo de mi ser que esas mujeres en ningún momento tengan ni la más mínima duda moral y que, al final, se rindan a los hombres. Quieren ser libres, pero son esclavas de su propia dependencia, económica e incluso emocional, de los supuestos secundarios que las rodean. 



Además, las protagonistas están completamente vacías; más allá del dinero, de la ropa bonita y de los hombres no hay nada. Las vemos pasar por la peluquería o la manicura (¡lo de la manicura semanal es tan brasileño!), pero las pocas veces que las vemos agarrar un libro siempre son de marketing. Por no hablar de la falsedad infinita del mundo que muestran: en serio, ¿en São Paulo solo hay hombres ricos blancos, de más de 1,75, de menos de 60 años y menos de 90 kilos? ¿O es que para ser cliente de estas señoras hay que pasar un casting? No digo que haya que convertir la serie en una cosa profunda sobre la ética, la diversidad o el empoderamiento de la mujer, pero resulta indecente, y no precisamente por las escenas subidas de tono. La serie es totalmente aséptica, no hay suciedad, no hay variedad, no hay riesgo ni dudas.


Así que sí, la serie es disfrutable. Pero solo si antes desconectas tu cerebro y guardas tu corazón en una cajita. Si ese es el mundo real, yo me bajo en la siguiente parada.Y para mundos de fantasía, prefiero algo menos sórdido. O más sórdido. En cualquier caso, con más enjundia.




lunes, 17 de noviembre de 2014

Serie cancelada: bien por mí



Ya hablé hace tiempo por aquí de Witches of East End. Una serie sin demasiadas pretensiones, "para mujeres", con una primera temporada entretenida que parecía que iba a recoger el testigo de Embrujadas. El otro día leí que la habían cancelado. Y la verdad es que me alegré. Pero, ¿cómo se pasa de disfrutar de una serie a acoger con gusto su cancelación? En realidad, es sencillo, y es que la segunda temporada ha heredado lo peor de la primera y ha ido descartando lo interesante. 


Todos sabemos lo complicado que es adaptar libros. Cuando el libro es bueno, el lenguaje cinematográfico o televisivo suele quedarse corto, sobre todo si quien se encarga de la adaptación tiene demasiado miedo a alejarse del original o lo respeta demasiado como para hacerlo. No sucede lo mismo con la literatura de bolsillo. Recuerdo haber leído Los puentes de Madison o Bailando con lobos y haberme arrepentido de acabar con el buen sabor de boca de las películas con unos libros que no estaban a la altura de sus propias adaptaciones.


En su momento ya cometí el error de leer los tres o cuatro primeros libros de True Blood. Y aún no tengo muy claro si me arrepiento de haber leído los dos primeros de Outlander (aunque están bastante bien, muy por encima de las otras dos sagas y, además, hay que comprender que son pioneros en su género; la basura y el hastío vinieron después). Tanto en la historia de los vampiros como en la de la verdadera señora Beauchamp (¿por qué se repiten los nombres?, ¿hay algún motivo que desconozco?, ¿es Beauchamp un nombre "fantástico" en el sentido más literal?), considero que la adaptación para televisión corrige y mejora algunos de los fallos de los libros, como aquel personaje de Bubba, que me provocaba urticaria cada vez que aparecía en las novelas de Charlaine Harris o el tema de la boda de Claire (que en el libro es una horterada como un pino).


Así que con Witches of East End no corrí riesgos. Al fin y al cabo, tampoco era una serie que me gustase tanto (aunque creo que tengo el primer libro por ahí). Al empezar a ver la serie era tan evidente que iba a encajar en su género de Contemporary Adult Fantasy Romance que me dio hasta pereza ponerme con los libros. Estaba bien para pasar el rato, la carnaza estaba racionada y no era especialmente desagradable. Punto para ellos. 


El problema no es que para condensar todo un libro en diez o doce episodios haya que sintetizar bastante. Al fin y al cabo, en la primera temporada la serie lo consiguió. La cuestión es que en la segunda temporada los personajes no solo evolucionan, sino que se convierten en otra cosa. Se supone que la serie iba a ser más oscura, pero nada más lejos de la realidad. Si acaso, más absurda, pero sin gracia. Ni para unas risas ha dado tanta tontería junta. Las actitudes no tienen sentido, las tramas me han dado mucha pereza (unas cuantas siestas me he echado viendo la serie, así me duraba cada episodio hasta tres días) y la magia se ha utilizado como excusa para que la historia se saltase sus propias reglas.Y no creo que sea un problema de la serie; estoy convencida de que en los libros sucede lo mismo, lo que pasa es que cambios que a lo largo de cincuenta páginas pueden resultar más o menos lógicos, se suceden con tal rapidez en la serie que rozan el ridículo.


Creo que a estas alturas de la historia de las series hay que ofrecer al menos un mínimo de coherencia. No pido que la serie sea buena, pero no es posible que pasemos del luto por la pérdida de la pareja a una relación lésbica con un antiguo amor, que te está dando el pésame, y luego a olvidar tanto a uno como a la otra: la nada en cuestión de minutos... Y además de toodo esto, la maldita capacidad de resurrección. ¿Qué interés puede despertar el peligro que corre un protagonista si como espectador sabes que nunca va a morir? ¿Dónde quedan el interés, la intriga, el miedo, la empatía? Se supone que lidian con sentimientos fortísimos, pero apenas les rozan. Y eso no solo es ridículo, es que es molesto.


Así que, en ese sentido, me alegro de que se me hayan adelantado cancelando una serie que había perdido todo el encanto (trash) que podía tener. Lo siento por los fans de los libros, pero a mí me han ahorrado la decisión. De hecho, creo que ya se me ha olvidado el cliffhanger del final de temporada...