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lunes, 23 de diciembre de 2013

Esas novias locas, locas, locas



¿Estás cansada de los programas de vestidos de novia, tartas de siete pisos con su ganaché, su frosting y sus muñequitos de fondant, de los ojos de corderito, del merengue y las cursiladas asociadas al matrimonio? Entonces el programa que he descubierto es para ti.


El domingo, en pleno hartazgo por los sempiternos programas de repostería de Divinity terminé aterrizando en una bizarrada que me dejó pegada al sofá un buen rato. Podríamos decir que es la antítesis del Me pido este vestido y se llama Bridezillas o, como se ha titulado muy acertadamente en España, donde lo emite el canal Nova los sábados y domingos a las doce del mediodía, Novias al borde de un ataque de nervios


Efectivamente, aquí las novias no tiernas jovencitas deseosas de contraer nupcias, felices en su nube de algodón y buscando el vestido que termine de convertilas en princesas por un día. Aquí las protagonistas son desagradables, pasivo-agresivas y están totalmente desquiciadas. 


El programa explota esa fea costumbre tan humana de reirse del prójimo. Aquí no te alegras por los logros de las chicas, ni deseas que las cosas les salgan bien. Aquí te mondas porque son incapaces de actuar con madurez, porque son unas divas de pacotilla, porque son incapaces de mirar más allá de su ombligo y porque traen por la calle de la amargura a todo el que se cruza por su camino. Los pobres novios tienen poco o nada que decir y, en ocasiones, son la principal víctima de estas locas.


El programa es tan malvado en su planteamiento (y un poquitín machista también, la verdad), que quiero pensar que todo está tan absolutamente guionizado que nada de lo que vi tiene ni un ápice de realidad, porque esas chicas son un ejemplo terrible y una vergüenza para la especie. No me imagino que nadie esté así de mal de la cabeza (sin que sus allegados hayan tomado cartas en el asunto y hayan pedido ayuda profesional) y menos aún que las chicas esté dispuestas a mostrarlo ante el mundo entero. Y sin embargo, terminé tragándome un episodio entero de gritos, llantos, pataletas, violencia pre-conyugal y todas las fases imaginables de la inestabilidad emocional. Tremendo.


Así que, ya sabéis, si os cansáis de los cupcakes de Alma, del pelo azul de Amy y de las novias felices, es el momento de las Bridezillas. Pero luego no digáis que no os lo advertí.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

Yo, antes, era normal



Tengo una duda, ¿vosotros sois de los que encendéis la televisión a una hora determinada, sabiendo lo que queréis ver o ponéis la tele el rato que tenéis libre y hacéis zapping hasta caer en un canal que emita algo medianamente entretenido?


Si pertenecéis a este último grupo y os parecéis medianamente a mí, es probable que terminéis aterrizando en alguno de los docurrealities de Divinity, Xplora, o Energy. Y quiero aprovechar para gritar a los cuatro vientos que estos canales son el mal, un agujero de procrastinación y vicio televisivo que bien podría acabar con mi productividad profesional y mandarme al paro en cuestión de semanas.


Esta tarde después de comer me he sentado tranquilamente en el sofá a tomar mi té con un pedacito de chocolate y he puesto Divinity, que en esos momentos estaba emitiendo La casa de tus sueños. Y después empezaba Tu casa a juicio. Y menos mal que mi perro necesitaba salir a dar su paseo de la tarde, porque si no me podría haber pasado las horas muertas viendo realities de casas.


Teniendo en cuenta que la decoración me parece un tostón (buscar cortinas para un piso nuevo me parece una tortura), no logro adivinar cómo unos programas de estas características me enganchan tanto. Si su premisa es simple, son sumamente repetitivos y además todo es más falso que un duro de madera, ¿qué tienen para que pierda la noción del tiempo de esta manera tan insana?


Por no hablar de los programas de animalejos tipo Billy el exterminador o los Cazadores del pantano. Después de ver por enésima vez a Billi acabando con un avispero o soltando un mapache en el bosque, una servidora debería decir basta. Pero no, algo (y quiero pensar que no son sus protagonistas) me deja pegada al sofá. Y aún no sé qué es, así que, por favor, decidme que no estoy sola. Porque yo, antes, era normal.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Yo tenía una granja... victoriana (06/03/2012)

[Estas entradas pretenden recuperar algunos de los posts que publiqué en www.ytuquemiras.net, donde aún se pueden consultar los originales; lamentablemente, la mayoría de fotografías y vídeos se han perdido, así que es muy probable que el contenido multimedia de esta página no coincida con el de las entradas de dicha web. La entrada de hoy se publicó inicialmente el 6 de marzo de 2012.]


No es un secreto para nadie que a los británicos les vuelven locos las recreaciones históricas. La precisión y el buen gusto con que adaptan las novelas de sus autores clásicos son buena prueba de ello. Por otro lado, creo que el siglo XIX y todo lo que significó la Revolución Industrial les enorgullece y les provoca un irresistible atractivo. Si a esto le sumamos su pasión (y la mía) por los documentales sobre temas inverosímiles, no me sorprendió descubrir la existencia de un docurreality como este, en el que la historiadora Ruth Goodman y los arqueólogos Peter Ginn y Alex Langlands no solo se ponen trajes de época, sino que deciden pasar un año completo en una granja victoriana, según los usos y costumbres de mediados del siglo XIX.




En el primer episodio (todos están disponibles en Youtube, sin subtítulos, aunque se entiende bastante bien), los tres protagonistas se trasladan a Acton Scott, una antigua granja abandonada en Shropshire, que limpian y restauran a conciencia. Una vez instalados en ella, a lo largo de seis capí­tulos nos muestran la vida cotidiana de la época, desde el uso de maquinaria agrícola o la construcción de establos y gallineros, hasta la elaboración de platos y bebidas típicos, el lavado de la colada o la higiene personal. Todo ello según las indicaciones, entre otros, de The Book of the Farm, un manual para granjeros noveles publicado en 1842 y que incluye las últimas innovaciones tecnológicas de la época. Además, dado su desconocimiento de muchos aspectos de la vida cotidiana, reciben la ayuda de expertos allí­ donde tienen dificultades, expertos que suelen tirar de memoria y aplicar usos y costumbres de su niñez. Yo creo que estaban tan ilusionados con el proyecto como los protagonistas. Y siempre, impecablemente ataviados con trajes de época.

La dependencia de la climatología, el miedo a que una plaga, la enfermedad de un animal o cualquier otro contratiempo eche a perder el proyecto y, en ocasiones, la evidente incomodidad de los tres protagonistas al tener que enfrentarse a los acontecimientos con herramientas que no dominan, hacen que los distintos episodios resulten divertidos y muy didácticos. Ahora que todo lo que lleva la etiqueta biológico está de moda, resulta sorprendente ver cómo, frotando con una mezcla de vinagre y polvo de ladrillo, los cacharros de cobre quedan relucientes, o que se puede conseguir un perfecto bálsamo para los labios ¡con color! con cera de abeja y otros productos totalmente naturales y fáciles de conseguir incluso hoy. Los aparejos de labranza, mecánicamente tan sencillos desde nuestra óptica pero tan complejos y tan innovadores para la época, nos sorprenden. La ternura que nos despiertan los animales, tan propia de nuestro siglo, contrasta con la utilidad práctica que se les exige: estos se sacrifican o venden según las necesidades. Y al mismo tiempo, hay una comunión con la naturaleza, una armonía en la vida de la granja que, en cierto modo, nos provoca la nostalgia de lo irrecuperable.

Tras el éxito del documental, emitido por primera vez en enero 2009, han aparecido distintas secuelas, como The Victorian Farm Christmas, The Victorian Pharmacy y Edwardian Farm, esta última hace tan solo unos meses. Y es que, a pesar de las incomodidades, ¿quién no querría regresar? Yo no lo dudarí­a ni un momento. ¡Que me vayan preparando zagalejos y miriñaques!



P. D. Podcastera: Esta entrada se debe, en parte, a que el domingo participé en la última entrega del estupendo podcast Yo disparé a J.R., que emiten Marina Such y Pere Solá.  En él charlamos sobre las adaptaciones de clásicos literarios que suele hacer la BBC. En este tipo de adaptaciones, muchas veces el contexto histórico y los cambios que la Industrialización implicaron para la sociedad victoriana se obvian, priorizando las tramas románticas. Estoy segura de que, para los seguidores de este tipo de adaptaciones, este docu será interesante, curioso y muy divertido.