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lunes, 9 de marzo de 2015

Hindsight: segundas oportunidades




Hoy me apetece hablaros de otra de esas series que debemos de ver yo y otros tres gatos. De hecho, ni siquiera hay menciones de ella en The AV Club. Se trata de la última incursión de la cadena VH1 en el mundo de las series. ¿VH1? Sí, ese canal de vídeos musicales que nació en los ochenta como alternativa a la MTV, y al que normalmente no te acercarías ni con un palo.



El caso es que el canal ha sabido aprovechar el corpus musical y la ola nostálgica que nos invade para ofrecernos una serie maluza, pero perfecta para echar el rato: Hindsight. Y yo, que tengo un imán para la broza seriéfila, tenía que darle una oportunidad. Después de los episodios vistos (la primera temporada termina esta semana), mi veredicto es que sus cuarenta y cinco minutitos son perfectos para desconectar un rato después de comer. Eso sí, prohibido buscarle más de lo que da o darle demasiadas vueltas al asunto. Que para eso ya tenemos otras series con más enjundia.



Para empezar, observemos lo "original" de su premisa: Becca Brady (Laura Ramsey), a sus cuarenta y pocos, está a punto de casarse por segunda vez con el hijo de unos amigos de sus padres, a los que conoce de toda la vida. La víspera de la boda empieza a tener dudas sobre los fracasos y los errores que la han llevado hasta donde se encuentra en la actualidad, ya sea en su primer matrimonio, en su trabajo o la relación con su mejor amiga, Lolly (Sarah Goldberg), con quien no habla desde hace una década. Y, hete aquí que, de repente, regresa a 1995, al día de su primera boda, por lo que tiene una nueva oportunidad de corregir sus errores.


Es verdad que, hasta ahora al menos, no acabamos de entender muy bien cómo o por qué ha viajado al pasado, pero hay un personaje algo misterioso que podría darnos la clave (probablemente al finalizar la temporada, para dejarnos con un buen cliffhanger). Y, permitidme el comentario frívolo, pero estos personajes deben de tener un pacto con el diablo para ser los que mejor envejecen del mundo, porque quitando el maquillaje y la forma de vestir, tienen exactamente la misma cara y el mismo cuerpo en 2015 que en el 1995. Y ya os digo yo que eso sí que es un misterio...


Por cierto, al igual que sucedía con Outlander, no es una serie sobre viajes en el tiempo, aunque sea esto lo que desencadena la historia. Al contrario, la protagonista no sabe si corre el riesgo de volver al presente ni cómo podría hacerlo y hasta ahora, casi toda la trama se ha desarrollado en 1995 (solo algún flashback nos lleva a recuerdos de la protagonista en el futuro). Y, aunque supongo que Becca podría haber aprovechado mejor los conocimientos actuales para hacerse rica, salvar el mundo o algo así, sí que es cierto que, en lo profesional, su experiencia parece que va a resultarle muy útil. En lo personal no va a ser tan sencillo.  


La serie, supuestamente dramática, se basa en dos pilares fundamentales. Por un lado, tenemos el culebrón ligero, con una Becca que quiere hacer esta vez las cosas mejor, pero cuyas acciones modificadas tienen nuevas consecuencias y ramificaciones que no siempre son las que ella desea (el efecto mariposa mil veces mencionado en otras series; la última, hace solo unos días en El Ministerio del Tiempo). Con el conocimiento que le da la experiencia vivida, juega con una supuesta ventaja, pero las decisiones que toma resultan en muchos casos egoístas e incomprensibles para quienes la rodean, empezando por el que ya no es su primer marido, Sean, y el que ya no será el segundo, Andy. Y Becca también sabe que la cosas no iban a funcionar demasiado bien entre su hermano menor Jamie y su amiga Lolly, por lo que intenta que la relación acabe.


El otro pilar de la serie sería el tan de moda elemento nostálgico: Becca vuelve a 1995 y, teniendo en cuenta que, como ya hemos dicho, la VH1 es un canal musical, uno de los elementos fuertes es la banda sonora, con todos los grandes éxitos del pop-rock de la época, de Alanis Morrisette a The Cranberries. Y con una imprescindible lista de spotify incluida. La serie sabe de sobra a quién va dirigida, y son frecuentes los chistes y las referencias, desde AOL hasta el uso de los buscas. O Friends.


La música, claro, pero también la ropa y las propias actitudes de los protagonistas, todo nos lleva de vuelta a nuestra adolescencia. Es como si, de repente, estuviéramos viendo una secuela de Reality Bites (imposible no recordarla al escuchar a Lisa Loeb en uno de los episodios). Y, por qué no, quizá nos hace plantearnos lo mismo que la protagonista, qué habría sucedido si hubiéramos tomado otras decisiones... Y lo bueno es que, viendo cómo se las apaña Becca, quizá lleguemos a la conclusión de que las decisiones que tomamos fueron las mejores y que, pese a que nuestra memoria a veces nos engañe, cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor.




lunes, 23 de febrero de 2015

Girlfriends' Guide to Divorce: la evolución lógica



Hoy toca hablar de otra de esas series que parece que no ve nadie más que yo, pero que creo que podría tener su público. Si a los treinta eras fan de Carry Bradshaw y buscabas al príncipe azul, puede que a los cuarenta estés cansada y lo que necesites es hacerte amiga de Abby y su pandilla de alegres divorciadas.


Empecemos por lo obvio: Gilfriends' Guide to Divorce no va a entrar en el canon de la ficción televisiva. Mala, mala no es, pero tampoco es una gran serie. Y puede que ahí resida su interés. En su intrascendencia, en situarse en esa tierra de nadie ideal para pasar el rato, sin levantar ampollas ni plantear preguntas incómodas. Su drama no resulta especialmente doloroso, aunque hay lágrimas, y su comedia es más de sonrisa que de carcajada. No es un culebrón, pero los temas de pareja son fundamentales. Y tampoco es un análisis concienzudo de la búsqueda de uno mismo o del empoderamiento de la mujer. Pero lo que podía ser una rémora creo que es un acierto.


Girlfriends Guide to Divorce es una adaptación de la serie de libros homónima de Vicky Iovine, modelo, exchica Playboy, abogada y madre de cuatro hijos. En esta producción de la cadena Bravo (en su primera incursión en la ficción propia), Lisa Edelstein (la inolvidable doctora Cuddy de House) es Abby MacCarthy, una escritora de libros prácticos y de autoayuda sobre familia y maternidad. La serie arranca cuando nuestra protagonista, en plena promoción de su último lanzamiento, tiene que enfrentarse a su separación, algo aparentemente incompatible con lo que sus propios libros plantean. Así, la autora tiene que hacer frente a la "mentira pública" en la que vivía y encontrar un nuevo camino, tanto personal como dentro de su profesión. Por suerte, puede contar con sus amigas, que también han pasado o están en medio de situaciones similares: Phoebe, una exmodelo metida a diseñadora de joyas; Lyla, abogada con importantes problemas de convivencia con su exmarido y sus hijos; Jo, amiga de la universidad que está pasando una temporada con su hija en la casa de Abby; y Delia, colega de Lyla en el bufete, abogada agresiva que oculta un pasado del que no se siente orgullosa.


Como ya he dicho, aunque se tocan ligeramente otros temas, de lo que trata principalmente la serie es de cómo Abby tiene que lidiar con su separación de Jake, director de cine que lleva varios años en el dique seco y que, en plena crisis de la mediana edad, va por Los Ángeles con un Porsche y tiene una relación con una actriz bastante más joven que él. En la serie somos testigos de sus tira y afloja (probablemente lo más interesante, y un acierto que el personaje de Jake tenga entidad y protagonismo, y no sea simplemente "el villano"), de la búsqueda de una nueva identidad por parte de Abby, de la educación de sus dos hijos, la posibilidad de un nuevo amor, la necesidad de reactivar su carrera como escritora ahora que la estructura que fundamentaba sus libros se ha derrumbado... El resto de personajes no están especialmente dibujados, pero Abby y Jake me gustan mucho y Lisa Edelstein tiene un caramelito entre manos. La serie ya está renovada para una segunda temporada, así que ahora que la primera temporada está acabando, quizá sea un buen momento para echarle un vistazo.


La serie no busca ser rompedora ni especialmente inteligente. Pero consigue sus objetivos con creces: supongo que quien se encuentre en una situación similar a la de la protagonista, podrá identificarse más y sentir mayor empatía, pero para el resto, resulta ligera y entretenida. Señoras blancas, guapas y de clase alta, en una edad difícil, de las que se van de compras cuando les baja la moral y que siempre se tendrán unas a las otras, aunque solo sea para tomar un gintonic y hablar de cómo les va con sus nuevos novietes. No podíamos esperar menos de la cadena cuya estrella son las Real Houswives de Beverly Hills. Por último, si véis la serie puede que os resulte curioso saber que una de las productoras, junto a la propia Iovine, es Marti Noxon, que también fue guionista y productora de Buffy, la cazavampiros. El guiño que Girlfriends hace a la serie me parece muy gracioso.




lunes, 2 de febrero de 2015

Transparent: conócete a ti mismo



Bueno, pues hoy, a pesar de la falta de tiempo, me apetece dejarme caer por aquí para hablar de otra serie que he devorado en nada. Ya sé que llego tarde a la fiesta, pero así se la recuerdo a quienes (dudo que) la hayan olvidado.


La verdad es que cuando se empezó a hablar de Transparent en los blogs de series, me echó un poco para atrás la temática. ¿Qué iba a ser? ¿Una crítica social? ¿Una defensa de la diferencia? ¿Una nueva vuelta de tuerca a la familia disfuncional americana? Luego empezaron a llegar los reconocimientos, los premios y a mí me seguía dando pereza ponerme con ella...


No fue hasta terminar la estupenda Mozart in the Jungle (de la que tengo que hablar también por aquí, aunque resumiendo mucho diré: ¡no os la perdáis! ¡la realidad siempre supera a la ficción!) que me dije "me gusta el estilo Amazon a la hora de hacer series, habrá que darle una oportunidad a Jeffrey Tambor. Al fin y al cabo, ¡es Jeffrey Tambor!)" Y cuánto me alegro de haberlo hecho.


Como seguramente ya sabe todo el mundo, al menos si se está mínimante interesado por las series, Amazon se ha lanzado a la producción de su propia ficción y los episodios se pueden comprar de forma muy sencilla. Además, algunos pilotos están disponibles de forma gratuita, así que no tenemos excusa. En cuanto al argumento, es el siguiente: Morty Pfeffermann (J. Tambor) es un profesor de universidad jubilado que decide hacer pública su condición de transexual. Esto lógicamente afecta a su relación con quienes le rodean y, especialmente, con sus tres hijos adultos. 


Efectivamente, aunque es rápido de resumir, podría costarnos comprender los efectos que una bomba de esas características puede tener para el propio protagonista y su familia, que para empezar ya muy normal no es que fuera. Pero la serie lo consigue. Con creces. Lo interesante de esta apuesta de Amazon, que a la sazón sirvió de abanderada del gigante de Internet, es que, a pesar de la omnipresencia de Morty/Maura, los conflictos son externos a la propia Maura (que ya nos muestra durante una serie de flashbacks que nos llevan a los noventa cómo empezó su camino de autonocimiento) y esta "salida del armario" no es más que el detonante de algo que quizá ya estaba por llegar para el resto de personajes. 


La serie es valiente, sobre todo porque es capaz de tratar temas muy espinosos, desde la transexualidad o el divorcio hasta la eutanasia, con una delicadeza y un respeto encomiables. Sí, sus personajes son excéntricos y, en algún caso, inadaptados, pero están tratados con un gran cariño y una enorme empatía. El egoísmo de los hijos, con una agenda propia, bastante perdidos en una vida demasiado fácil y con unas actitudes que se ven alteradas/azuzadas por el ejemplo de su padre. El "calvario" de la exmujer, atada a un segundo marido en fase terminal de Alzheimer. Y la propia Maura, sensata y valiente, en un camino de autoaceptación y autodefensa que la lleva a la soledad. La dignidad que Tambor insufla a su personaje, lejos de cualquier histrionismo, es fundamental y no queda más que postrarse ante una interpretación brillantísima. Por último, no puedo dejar de destacar la banda sonora, con unos títulos de crédito maravillosos (¡esas fuentes!), que solo se ven alterados en el octavo episodio, el único que se desarrolla totalmente durante uno de los flashbacks que, en el resto de capítulos, se alternan con el presente. Un piano delicadísimo que se opone a los temas folk/pop con que se cierran los episodios.


La serie nos hace reir y nos hace pensar. Pero sobre todo, sobre todo, nos hace sentir. Y eso es muy bueno. Quién nos iba a decir años atrás que la ¿televisión? sería esto... Si Amazon ya me tenía ganada con los libros, ahora ya no tengo excusa para seguir viendo series. Y si en algún momento pudimos pensar que la serie podía tener poco recorrido, el camino de autodescubrimiento de los personajes y las cuestiones que se plantean de cara a una segunda temporada, con esa incómodisima escena final, resultan de lo más prometedores. Me quedo con muchas ganas de saber más de los Pfeffermann.




jueves, 22 de enero de 2015

Togetherness: pequeñas miserias cotidianas




La verdad es que no había oído hablar demasiado de la nueva serie de HBO antes de ponerme con ella. Cuando hace unos días leí en algún lugar (lo siento, pero no consigo recordar dónde) cómo se comparaba con Girls, pensé que tenía que darle una oportunidad a Togetherness. Después en Twitter negaban tal comparación, pero yo ya me había quedado con la intriga. Y después de la época de deserción que llevo últimamente (he dejado hasta Downton Abbey,  y Parks and Recreation la tengo ahí abandonadita, la pobre, que me da pena retomarla porque se me va a acabar), me venía bien encontrar una comedia nueva...



Así que por fin me puse con ella. Y cuánto me alegro de haberlo hecho. Sí, definitivamente como comedia entra perfectamente en el nicho de HBO. Además, creo que la comparación con Girls, pese a lo que pueda parecer, no va nada desencaminada.



Como comentaba Pere Solá en su blog parafraseando a @basuraandtv, una vez más nos encontramos con los "white people's problems", solo que esta vez, se trata de las pequeñas miserias de los hermanos mayores de Hannah y compañía. Que en muchos casos, son las mismas.


Togetherness arranca cuando Brett y Michelle, una pareja de treintañeros con dos hijos pequeños, tienen que abrir las puertas de su casa a Tina, la hermana de Michelle, y a Alex, el mejor amigo de Brett. Los actores que interpretan a los personajes masculinos son Steve Zissis y Mark Duplass (al que ya conocíamos por ser uno de los "comadrones" de The Mindy Project). Junto con Jay Duplass (hermano de este último), forman uno de esos tándems de creadores que gozan de cierto prestigio en los círculos del cine indie (se consideran creadores del movimiento mumblecore), así que no era de extrañar que acabaran recalando en la HBO, ese canal que se nutre del prestigio que le otorgan ciertas series, más allá de su popularidad y su audiencia. Las protagonistas femeninas son Melanie Lynskey y Amanda Peet (a ver si por fin esta mujer tiene un proyecto con algo de éxito).


La inseguridad profesional, los problemas de pareja (¡el daño que 50 sombras de Grey ha hecho a las expectativas sexuales de las mujeres!) y el miedo a envejecer son algunos de los temas que se han tratado en los dos episodios emitidos hasta el momento. Sus protagonistas descubren que al llegar a la edad adulta, los anhelos y los problemas siguen siendo los mismos, que la vida no lleva un manual de instrucciones, sino que todo es un continuo ensayo y error, y que incluso cuando has seguido el camino "normal" y eres moderadamente feliz con tu trabajo, tu pareja y tus hijos, sigue habiendo una parte de ti que continúa insatisfecha. Sí, definitivamente, es muy clase media. Si no me equivoco, la primera temporada consta de ocho episodios, así que quizá sea pronto para emitir un veredicto definitivo, pero por el momento, me la quedo.


Al igual que sucede con Girls, no es una comedia para reir a carcajadas, sino que busca más bien la identificación en el día a día de unos protagonistas que bien podrían ser nuestros vecinos. Aquí no hay glamour ni grandes pasiones ni puñales envenenados. La serie muestra escenas del día a día, sus intimidades, sin alharacas ni artificios. Plantea más preguntas que respuestas y parte de su atractivo está en vernos reflejados en tramas que, si bien no hemos llegado a experimentar, podrían formar parte de nuestra vida. Son patéticos, pero resultan adorablemente comprensibles. Casi te ríes por no llorar. Y acabas pensando lo mismo que con Girls, "mierda, esa podría ser yo"...







miércoles, 7 de enero de 2015

Galavant: Disney para treintañeros




Cuando un lunes hay más agitación en Twitter por una serie nueva, estrenada en mitad de la temporada, que por The Good Wife, es que algo hay detrás. Así que había que echarle un vistazo a Galavant, el último estreno de la ABC estadounidense.


Se trata de una comedia de media hora, cuya temporada se compone de ocho episodios que, si no me equivoco, se van a emitir de dos en dos. Esto, en principio, no auguraba nada bueno, algo que chocaba con las reacciones de mi TL. Así que la curiosidad pudo conmigo y en lugar de esperar a que se emitieran todos y ver qué dictaminaban los entendidos, he ido directa a por los dos capítulos que están disponibles desde el domingo.


Mi relación con los musicales es de amor-odio. O me apasionan o me resultan insoportables. Y Galavant es muy, muy musical. Por suerte, Alan Menken no es cualquier cosa: solo diré que es el compositor de La Sirenita, La Bella y la Bestia o Aladdin. Y ahí está el principal garante de la serie. Galavant es Disney para quienes crecimos con esos clásicos. Sí, somos más mayores, más cínicos y los noventa quedaron atrás, pero aún somos capaces de emocionarnos con una historia de caballeros, aunque el protagonista esté más cerca de Shrek que del príncipe azul.


La música es fundamental, las canciones están bien escritas, bien interpretadas, bien coreografiadas y, además, a veces incluso cuentan algo. Solo hay que ver la primera escena (¿a alguien no le recordó a esta otra?) para darnos cuenta de que aquí la música no va a ser esa cursilada que subraya machaconamente los sentimientos de los protagonistas. En unos minutos, plantea la trama y el tono de la serie, que no es más que una parodia de los cuentos de hadas.


Por suerte, la parodia está mínimamente contenida y nunca resulta vulgar o pesada. Aunque los chistes se suceden a ritmo vertiginoso y no todos funcionan por igual, la sonrisa es constante y, cuando funcionan, no puedes dejar de reir (la escena de la justa en el segundo episodio es hilarante). Supongo que las comparaciones con Los caballeros de la mesa cuadrada eran inevitables, pero el humor de Galavant es distinto y, reconozcámoslo, más aséptico (el caballero, interpretado por John Stamos, que aparece en el segundo episodio se llama ¡"Jean" Hamm!). 


La trama da un pequeño giro a los cuentos de caballeros y princesas, y es ahí donde surge la mala uva de los guionistas, que nos ofrecen el humor de las pelis de Disney con las que hemos crecido, pero despojándolo de la moralina y la historia con final feliz que ¿necesitábamos? en la infancia. Los personajes están perfectamente definidos como prototipos (me encantan el chef y el "matón" que acompañan al maravilloso rey Richard) y dudo que en tan solo ocho episodios necesiten evolucionar o darnos algo distinto a lo que ya nos han dado. La verdad es que la historia de Elisabetta de Valencia nos atrae más bien poco, pero puede resultar interesante ver cómo dan la vuelta una vez más al cliché.


Resumiendo, si lo que buscamos es humor subversivo, esta no es la serie adecuada. Pero si crecimos con la historia de Buttercup y Westley, y somos más de Shrek que de La bella durmiente, es probable que terminemos aprendiéndonos de memoria las canciones de Galavant. Si la cosa sigue así, no dudo en que esta miniserie será a Disney lo que Doctor Horrible es las historias de superhéroes. Los canales españoles están tardando en organizar un visionado con karaoke...




martes, 6 de enero de 2015

A to Z: el peligro de la comedia romántica




Cada año repetimos la misma cantinela: "parece que esta temporada no hay nada demasiado interesante" y luego resulta que siempre hay cuatro o cinco series que rescatar. Y no me refiero a las oficialmente buenas, que esas siempre va  a terminar alguien por metértelas por los ojos. Sabes que siempre van a estar ahí, así que no hay demasiada prisa por ver cómo termina Breaking Bad o empezar con True Detective. Casi que es más interesante ver qué pasa con las series más "normalitas".


A to Z lo tenía todo para ser un éxito. Recién acabada Cómo conocí a vuestra madre y a pesar de su último episodio, el público parecía encantado con Cristin Miloti. Ben Feldam quizá arrastrara el lastre (¿en forma de pezón?) de su papel en Mad Men, pero creo que hasta los fans más acérrimos de los publicistas neoyorquinos acogimos y nos acostumbramos rápidamente a su nuevo personaje. La narradora, cada vez menos presente, era la gran Katey Sagal, lo que constituía otro punto a favor.


Además, la serie de la NBC tenía todos los ingredientes de la comedia romántica tradicional: dos protagonistas entrañables, dos "mejores amigos" secundarios excéntricos pero simpáticos, dosis de romaticismo a raudales, algo de comedia más loca (esa empresa donde trabaja Andrew, y su jefa, que resultaron ser lo mejor de la serie) y esa supuesta "alma" que hace que te identifiques y te encariñes con los personajes, más allá de las risas o las sorpresas.


Y, sin embargo, a pesar de tenerlo todo, no acabó de cuajar. Yo, como fan del género, le he dado algo más de margen y es probable que, a tres episodios de acabar la temporada, la termine, pero los críticos televisivos de EE. UU. y la propia cadena no han sido tan generosos. La serie lleva cancelada desde noviembre. Digamos que yo me bajé del tren en el episodio de Navidad aunque sigo un poco por pena y, por qué no, también por inercia.


Que la serie sea cursi no es un problema. No se puede esperar otra cosa y creo que su creador así lo quería, buscando un público muy determinado para su serie. Así pues, ¿por qué no estamos todas encandiladas con el desarrollo de la relación entre Andrew y Zelda?


Para empezar, todo ha ido muy deprisa. Yo, que soy la primera en quejarme de las tensiones sexuales no resueltas interminables, me alegré de que los protagonistas no perdieran el tiempo deshojando la margarita, pero toda su relación ha sido acelerada y eso mismo creaba cierta perplejidad, incredulidad y miedo a que el final sea más agridulce que feliz. Puede que me equivoque, pero llevo tiempo pensando que al acabar la temporada serán los dos secundarios quienes acaben juntos, mientras que los protagonistas se darán un descanso.


Los protagonistas me caen bien, pero creo que se han pasado de sosos. Andrew es mono e inspira instintos maternales, pero Zelda es un poquitín pava: abogada seria y responsable, pero con alguna mínima extravagancia... Además, ese equilibrio entre comedia loca y momentos de emoción no acaba de cuajar. Por no hablar de esas empresas en las que se hace de todo menos trabajar. Wallflower podría mantenerse en pie, quizá, pero Zelda se pasa tantas horas al teléfono que aún no sé cómo no la han despedido... Y esa supuesta "alma", esos momentos más serios que deberían anclarnos a la serie han llegado demasiado pronto. La serie mete con calzador en menos de diez episodios todos los tópicos "trágicos" de la comedia romántica: desde la muerte de un familiar (solo hay que pensar en el episodio del funeral) hasta el Destino, así, con mayúsculas.


Y, por último, a menudo resulta tan previsible que aburre. Lo que tendría que hacer gracia hace gracia, pero no compensa aquello que tendría que enamorarnos y que no nos enamora. A estas alturas de siglo ya hemos visto mucha ficción y ni queremos ni esperamos algo propio de los noventa. Además, quizá hayamos escarmentado tras el final de Cómo conocí a vuestra madre y nos tememos que, si todo sigue el curso normal, nos aburramos, mientras que si en un determinado momento aparece el ansiado giro de guion, sabemos que nos decepcionará o nos enfadará. Así de caprichoso es (somos) el público.


En realidad, es una pena. Yo quería que me gustase esta serie: siempre viene bien tener un "lugar feliz" de media horita en el que refugianos, pero ha sido una pequeña decepción. Veremos por dónde van estos últimos episodios de la temporada antes de dar un veredicto final, pero si desde el principio ya lo tenía difícil, ahora que ya no esperamos nada de ella, dudo que nos sorprenda.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Serie cancelada: bien por mí



Ya hablé hace tiempo por aquí de Witches of East End. Una serie sin demasiadas pretensiones, "para mujeres", con una primera temporada entretenida que parecía que iba a recoger el testigo de Embrujadas. El otro día leí que la habían cancelado. Y la verdad es que me alegré. Pero, ¿cómo se pasa de disfrutar de una serie a acoger con gusto su cancelación? En realidad, es sencillo, y es que la segunda temporada ha heredado lo peor de la primera y ha ido descartando lo interesante. 


Todos sabemos lo complicado que es adaptar libros. Cuando el libro es bueno, el lenguaje cinematográfico o televisivo suele quedarse corto, sobre todo si quien se encarga de la adaptación tiene demasiado miedo a alejarse del original o lo respeta demasiado como para hacerlo. No sucede lo mismo con la literatura de bolsillo. Recuerdo haber leído Los puentes de Madison o Bailando con lobos y haberme arrepentido de acabar con el buen sabor de boca de las películas con unos libros que no estaban a la altura de sus propias adaptaciones.


En su momento ya cometí el error de leer los tres o cuatro primeros libros de True Blood. Y aún no tengo muy claro si me arrepiento de haber leído los dos primeros de Outlander (aunque están bastante bien, muy por encima de las otras dos sagas y, además, hay que comprender que son pioneros en su género; la basura y el hastío vinieron después). Tanto en la historia de los vampiros como en la de la verdadera señora Beauchamp (¿por qué se repiten los nombres?, ¿hay algún motivo que desconozco?, ¿es Beauchamp un nombre "fantástico" en el sentido más literal?), considero que la adaptación para televisión corrige y mejora algunos de los fallos de los libros, como aquel personaje de Bubba, que me provocaba urticaria cada vez que aparecía en las novelas de Charlaine Harris o el tema de la boda de Claire (que en el libro es una horterada como un pino).


Así que con Witches of East End no corrí riesgos. Al fin y al cabo, tampoco era una serie que me gustase tanto (aunque creo que tengo el primer libro por ahí). Al empezar a ver la serie era tan evidente que iba a encajar en su género de Contemporary Adult Fantasy Romance que me dio hasta pereza ponerme con los libros. Estaba bien para pasar el rato, la carnaza estaba racionada y no era especialmente desagradable. Punto para ellos. 


El problema no es que para condensar todo un libro en diez o doce episodios haya que sintetizar bastante. Al fin y al cabo, en la primera temporada la serie lo consiguió. La cuestión es que en la segunda temporada los personajes no solo evolucionan, sino que se convierten en otra cosa. Se supone que la serie iba a ser más oscura, pero nada más lejos de la realidad. Si acaso, más absurda, pero sin gracia. Ni para unas risas ha dado tanta tontería junta. Las actitudes no tienen sentido, las tramas me han dado mucha pereza (unas cuantas siestas me he echado viendo la serie, así me duraba cada episodio hasta tres días) y la magia se ha utilizado como excusa para que la historia se saltase sus propias reglas.Y no creo que sea un problema de la serie; estoy convencida de que en los libros sucede lo mismo, lo que pasa es que cambios que a lo largo de cincuenta páginas pueden resultar más o menos lógicos, se suceden con tal rapidez en la serie que rozan el ridículo.


Creo que a estas alturas de la historia de las series hay que ofrecer al menos un mínimo de coherencia. No pido que la serie sea buena, pero no es posible que pasemos del luto por la pérdida de la pareja a una relación lésbica con un antiguo amor, que te está dando el pésame, y luego a olvidar tanto a uno como a la otra: la nada en cuestión de minutos... Y además de toodo esto, la maldita capacidad de resurrección. ¿Qué interés puede despertar el peligro que corre un protagonista si como espectador sabes que nunca va a morir? ¿Dónde quedan el interés, la intriga, el miedo, la empatía? Se supone que lidian con sentimientos fortísimos, pero apenas les rozan. Y eso no solo es ridículo, es que es molesto.


Así que, en ese sentido, me alegro de que se me hayan adelantado cancelando una serie que había perdido todo el encanto (trash) que podía tener. Lo siento por los fans de los libros, pero a mí me han ahorrado la decisión. De hecho, creo que ya se me ha olvidado el cliffhanger del final de temporada...

jueves, 5 de junio de 2014

Por segunda vez





No soy de las que se recrean en el regreso. Cuando he vuelto a lugares donde ya viví, la nostalgia tira más por el dolor que por la alegría y solo el reencuentro con las personas queridas compensa. Hay pocas películas que esté dispuesta a volver a ver y me queda tanto por leer y tan poco tiempo libre que no suelo plantearme volver a un libro ya terminado. Por motivos evidentes si no me gustó. Y en caso contrario, para evitar ensuciar el buen recuerdo.


Con las series pasa algo similar. Creo que la única que se salvó de la tendencia fue Friends y sus mil reposiciones en FDF, pero no se trataba de un regreso consciente, sino más bien de una cuestión de vagueza: era la hora de comer y era más fácil divertirse un rato con los chicos del Central Perk que buscar algo más sustancial y exigente.


Es cierto que me planteo volver a ver alguna serie. O para ser más exactos, quiero volver a ver Mad Men una vez haya terminado. Pero poco más. Aunque quizá cambie de opinión cuando llegue el barbecho veraniego y necesite algo con más chicha que Hart of Dixie o similares.


Todo esto viene a cuento de que estoy volviendo a ver la última temporada de The Good Wife. No se debe a mi propia voluntad, sino a que mi marido aún no la había visto. Anoche nos pusimos con el episodio 12. Y este revisionado me está sirviendo para replantearme mis propios principios; algo que, por otro lado, hago con bastante frecuencia. Es un ejercicio sano.


Volver a ver la temporada sabiendo qué va a suceder le está dando a todo lo que sucede una nueva profundidad y un nuevo significado. Ya sabéis que soy bastante adicta a los spoilers y que no me duelen prendas a la hora de ponerme a buscar qué ha pasado en un episodio que aún no he visto. Unas veces me encuentro los spoilers sin querer, pero otras veces me voy directamente a The AV Club o al blog de Sepinwall para ver qué es lo que está armando tanto revuelo. 


Pero esto es distinto. Una vez vistos todos los episodios, volver a la casilla de salida te permite ir quitando las capas superfluas y ver el esqueleto de la temporada. Descubres que hasta los episodios más "de relleno" tienen peso en el gran esquema y aportan un punto de vista, un detalle o una faceta que también es necesaria para comprender en toda su dimensión los grandes hitos que llegarán más adelante. "Hitting The Fan" y "Dramatics, Your Honor" son lo que son porque el resto de episodios fueron sentando las bases.


También se desvelan con más claridad los propios errores, ese personaje que no terminaba de funcionar y se fue difuminando, ese chiste que en su momento no te hizo gracia y que ahora te rechina aún más... Pero las ventajas pesan más que los inconvenientes, y aunque creo que no es una táctica que merezca la pena en la mayoría de las series, The Good Wife es un producto tan cuidado que este revisionado está mereciendo mucho la pena. Y no solo por la expectación de ver la cara de mi marido cuando se encuentre con lo que todos sabemos que se va a encontrar.

lunes, 19 de mayo de 2014

Todos los hombres




Don Draper es el protagonista absoluto de Mad Men. Hasta ahí nada nuevo, tampoco vamos a descubrir la pólvora a estas alturas. Es evidente, él aparece en todas las fotos y en casi todas las escenas de la serie. Durante años ha sido un referente en cuanto al Hombre, así, con mayúsculas, ese sujeto protagónico cuyo carisma llegaba incluso a impedirnos ver tanta inmundicia como escondía su bella fachada.



Llevo tiempo y tiempo queriendo escribir sobre Mad Men, una de mis series favoritas. Es evidente que ha llegado a ese momento de curva descendente, si no en calidad, sí en repercusión mediática (aunque sigue siendo una de mis ficciones favoritas, es cierto ya no aparece cada semana en revistas que no tienen nada que ver con lo que la serie quiere ser, pero que sin duda han contribuido a su popularidad, dado que sus audiencias nunca han sido espectaculares). No obstante, este destilado de la realidad, este análisis filosófico de lo que es el hombre, de lo que somos todas las personas, siempre me ha superado y me he sentido incapaz de abarcar desde mi pobre entendimiento lo que supone y lo que me hace sentir. Así que me limitaré a hacer un pequeño apunte tras ver el quinto de esta primera tanda de siete episodios de la séptima temporada (aún no he visto el que se emitió anoche, pero lo solucionaré en breve).


Mad Men es más que una serie. Lo que cuenta sería imposible de describir en un solo post, igual que sería imposible de abarcar en una película. Lo bueno que tienen las series es que su ritmo, sus pausas, sus ciclos y su continuidad permiten una empatía y una involucración que no existe con ningún otro medio. Ni una película ni un libro te obligan a esperar y digerir lo que has visto durante, al menos, una semana. Por supuesto que podemos reservarnos y hacer maratón (de hecho, esta serie se presta perfectamente a este tipo de visionado), pero hay que reconocer que su propia esencia nos lleva a verla, como mínimo, semana a semana, respetando la propia parsimonia que define su desarrollo.


Como ya he dicho, Don Draper es el protagonista absoluto. Incluso sin recurrir a quienes más saben de esto (y que, por cierto, contribuyen enormemente al disfrute de la serie), como Alan Sepinwall o Tom y Lorenzo, es evidente que el señor Draper, “don Don”, es el alma de la serie, el espejo en el que se mira el resto de personajes. 


Por similitud o por oposición, Don, ese Dorian Gray de los sesenta, es quien nos muestra el mundo tal y como hoy en día imaginamos que era, con hippies muy alejados de la idealización y el romanticismo de Hair, y con ordenadores que irremediablemente nos hacen pensar en el 2001 que imaginó Kubrik. Pete Campbell es un conato imperfecto de Don. Lou, una especie de archinémesis gris, como previamente lo fuera Ted, antes de iniciar ese camino de redención opuesto al del protagonista. Peggy es la nueva Don y Megan, la nueva Betty, pero también su antítesis, llena de modernidad, glamour y atrevimiento. Roger es el Don al que Don aspira.Y Joan, la mujer que Don habría necesitado a su lado para no acabar cayendo en esta espiral que ha terminado por provocar nuestra pena hacia un personaje eminentemente repulsivo más allá de su fachada perfecta (¿no os recuerda, además de al bello personaje de O. Wilde, al Boogie Man de Pesadilla antes de navidad, un saco lleno de gusanos?).

Don, personaje magnético por antonomasia, atrae o repele (y dentro de la repulsión, permitidme abarcar también la compasión, por ese halo de superioridad que implica para quien la ejerce) y solo tenemos que observar la reacción de sus distintas secretarias, desde Peggy hasta Dawn pasando por la propia Megan, para darnos cuenta de ello.


Nos cuentan desde el principio de la serie que Don Draper es una mentira, pero en su falsedad es también la esencia de todos los hombres en una ficción que sublima una época para mostrarnos todas las épocas y nos destila la esencia de unos seres humanos para mostrarnos la deseperación, la sensación de pérdida y la alienación de todos los seres humanos. Siendo Don el referente absoluto, tendremos pues a quienes quieren parecerse a él y a los que huyen de su imagen. Tal es su carisma y tal es su importancia. De ahí que Mad Men siga siendo, indiscutiblemente, una de las grandes series de todos los tiempos. Lástima que algunos solo la vayan a recordar porque supuso el resurgimiento del estilo lady.

martes, 29 de abril de 2014

Una de piratas





Cuando parecía que el género de piratas, salvando la excepción de la franquicia de Piratas del Caribe, había pasado a mejor vida, llegó Starz y apostó por él.  





Anoche, invitados por @birraseries y el canal TNT, asistimos a un pase previo de la serie Black Sails, que la cadena de pago estrenará el lunes que viene a las 22:30. Su primera temporada, de tan solo ocho episodios, terminó hace algo más de un mes en Estados Unidos. 


Como ya os decía, la serie recupera el espíritu aventurero de las películas de piratas, al ofrecernos una precuela de uno de sus máximos exponentes, el popular clásico La isla del tesoro, de Robert Luis Stevenson. En el piloto se nos presentan algunos de los personajes que más tarde encontraremos en la novela, destacando sobre todo el capitán Flint, en un papel interpretado por Toby Stephens (hijo, por cierto, de la gran Maggie Smith; según me contó @missmacguffin, que es un pozo infinito de anécdotas y conocimientos televisivos). También conocemos a John Silver (interpretado por el australiano Luke Arnold), aunque su personaje aún no ha tenido tiempo de demostrar todo su potencial. 


La serie, rodada en Sudáfrica (aunque con algunos de los efectos visuales del piloto, nadie diría que han salido del estudio) nos muestra el mundo que rodea a estos fuera de la ley en las Antillas de principios del siglo XVIII, que es al mismo tiempo acicate y amenaza para el mundo del comercio entre la metrópoli y las colonias europeas.


El piloto se hizo un poco largo en algunos momentos, debido sobre todo a cierto afán de los guionistas por darnos toda la información posible en un solo episodio, cuando en mi opinión esto era innecesario. Supongo que lo harán para, a partir del segundo, entrar directamente en harina y ofrecernos mucha más aventura y acción. No obstante, tanta exposición se vio aderezada (y aligerada) por lo que ya son ingredientes habituales en las series de Starz: sangre, torsos y una pizca de sexo lésbico. De todas formas, parece que la serie ya está renovada por una segunda temporada de diez episodios (su rodaje comenzará en noviembre), lo que indica el éxito de la fórmula. 


Podría parecer que el episodio no me gustó y no es cierto. Me pareció una serie bastante digna, por momentos divertida, y bastante amena, que es precisamente lo que deberíamos esperar de una ficción sobre piratas. La serie es bastante consciente de qué es y cuál es su objetivo, y encaja perfectamente con la estrategia de TNT de traer a su canal series de acción y entretenimiento puro, siguiendo el camino marcado que ya iniciaron con Vikings. Habrá que darle un par de episodios más para ver por dónde va y como se desarrollan los acontecimientos. Lo que sí es cierto, como ya me comentó un conocido hace algunos días, es que da unas ganas inmensar de revistar el clásico de Stevenson, aunque sea spoiler.


[Me edito y me corrijo a mí misma: estoy empanada; me cuenta @lidiamfraga, que sabe bastante de esta cuestión, que, además de la española "Piratas", solo en Gran Bretaña hemos tenido "Blackbeard: Terror at sea", "Treasure Island" y "Moonfleet". Si queríamos té, aquí tenemos tres tazas...]



lunes, 28 de abril de 2014

El sex-appeal de lo convencional: Fading Gigolo





Creo que era Michel Houellebeq en Plataforma quien hablaba que hay dos tipos de placer: el del descubrimiento y el del reconocimiento. Así, en ocasiones disfrutaríamos de conocer cosas nuevas, de la sorpresa y de lo inesperado, mientras que en otros casos nos complacería disfrutar de lo familiar, de aquello que ya conocemos y apreciamos, revisitándolo a sabiendas de lo que nos vamos a encontrar y gozando del reencuentro.


Algo así me ha pasado con la última película que, gracias a Días de cine, pude ver el jueves pasado: Aprendiz de gigoló. Que el guion y la dirección fueran de John Turturro era un punto a favor, pero creo que todos los que estábamos en el cine queríamos disfrutar de Woody Allen. Sabíamos a lo que íbamos y, desde luego, lo encontramos.




El argumento no tiene demasiada complicación: al librero Murray Schwartz (Allen), que está en plena liquidación de su negocio, se le ocurre que la solución para sus problemas económicos y los de su amigo Fioravante (Turturro) es que este último se convierta en gigoló, aprovechando su contacto con una mujer de clase acomodada (Stone).

Si nos pusiéramos quisquillosos, diríamos que Turturro imita aquí a Woddy Allen, y quizá sea cierto. Pero el director/guionista/protagonista consigue rescatar la esencia de la comedia del maestro para, sin llegar a las cotas de genialidad que alcanzaron algunas de sus películas, ofrecernos una película ligera, sin grandes ambiciones, pero muy divertida. El mejor Allen, pero con la firma de otro grande.


Aprendiz de gigoló hace gala de un humor adulto, pero no en el sentido que el propio título podría sugerir. Antes bien, resulta elegante y bastante inocuo. Como comedia que es, evita sin problemas cualquier conflicto que su concepto mismo pudiera plantear y se centra más en la amistad y el contacto humano como remedio para la soledad. 


Los protagonistas están estupendos. Woody Allen, en un papel totalmente a su medida, siempre es bienvenido y el Fioravante de Turturro resulta creíble y entrañable. Vanessa Paradis es una actriz que suele irritarme y aquí consigue conmover, especialmente en una escena concreta (si veis la película, ya me diréis qué os ha parecido). Liv Schreiber y Sofía Vergara no tienen mucho que hacer y en cuanto a Sharon Stone, ¡qué bien le sientan los años a esta mujer! Está arrebatadora. Los elementos cómicos son constantes y la risa y la ternura se mezclan en una receta que hemos visto mil veces pero que siempre funciona (hay una escena con unos jueces judíos ortodoxos que es desternillante). Turturro consigue que nos riamos con y de la intolerancia religiosa, y que nos identifiquemos totalmente con la pequeña vida de estos neoyorquinos. 


Por último, me gustaría destacar dos elementos muy cercanos tanto a Allen como al director italoamericano: por un lado tenemos la presencia constante de Brooklyn, cuyas localizaciones son indispensables y muy acertadas. Por el otro, una banda sonora exquisita y muy multicultural, algo que subraya muy bien el espíritu de la propia película, con temas de jazz, evidentemente, pero también con chanson française o temas en italiano e incluso una preciosa versión en árabe del estándar de jazz I'm a Fool to Want You. Ah, y un último apunte, aunque casi me da vergüenza comentarlo: es muy recomendable en versión original. Los acentos, la mezcla de idiomas por parte de algunos personajes y el color de las voces quizá no sean imprescindibles para entender la película, pero creo que son fundamentales para disfrutarla.


En definitiva, una comedia que no se sale en absoluto de lo esperado, pero que cumple con creces con su objetivo: es muy amena y deja muy buen sabor de boca. Las carcajadas, el aplauso al terminar la proyección y los comentarios que se oían a la salida del cine fueron prueba de ello. Así, da gusto repetir. Muy recomendable.




miércoles, 23 de abril de 2014

Cansancio de depravación





Cuando Weiss y Benioff decidieron darle el título de Juego de tronos a la versión televisiva de Canción de hielo y fuego me pregunté si era una buena idea. También le di unas cuantas vueltas a cuáles serían los motivos. Pero empiezo a pensar que este título quizá esté mejor escogido que el de la propia saga literaria. 


Ya desde el principio, o así lo veo yo, la serie nos invita a un juego. Con unos títulos de crédito que nos muestran un tablero y unas figuras que van ensamblándose y creciendo como un mecano mientras la cámara sobrevuela el mapa, parece evidente que no solo nos lleva a un mundo de fantasía, sino que la serie se antoja una especie de juego de rol. Al mismo tiempo, es un juego en el que las normas que creemos prestablecidas debido a toda nuestra experiencia y bagaje con el género se van rompiendo. Pronto comprendemos que es un juego, pero no tiene nada que ver con lo infantil o lo puramente lúdico. Aquí la diversión es adulta, el universo que se nos presenta es acaso más cruel que la propia realidad y el punto de vista es cínico y despiadado.


El problema es que llega un momento en que todo vale. Y cuando todo vale, cada nuevo acontecimiento pierde peso. De ahí, creo yo, la importancia del giro de guion en esta serie (y de la indignación cuando se escapa algún spoiler). Y de ahí, también, que los dos últimos libros (aún no he terminado Festín de cuervos), en ausencia de grandes revulsivos en la trama, resulten más aburridos. 


Parece que el lector/espectador necesitase una nueva Boda roja en cada episodio. De hecho, hasta que apareció la última polémica, un poco sacada de la manga, parecía que esta semana no había habido Juego de tronos, porque no había ruido en las redes sociales. Lo que, por otro lado, me hace preguntarme si dicha polémica no habrá sido instigada por la propia parte interesada. Digamos que la serie está acostumbrada a ser un acontecimiento en sí misma, a generar ríos de tinta con cada episodio, sentando nuevas bases y convirtiéndose en una nueva referencia del género. Así que los creadores tienen que hacer lo posible para no perder esa baza de ruido mediático.


Gracias a Juego de tronos ahora sabemos que los protagonistas pueden morir. También sabemos qué es la "sexposición". El peligro es que, a la espera de escenas arrebatadoras, nos perdamos unos diálogos magníficos o la metáfora que todo el universo de Martin nos ofrece. No solo eso, ya que Martin ha malacostumbrado a su lectores, que como niños malcriados se lamentan de la tardanza en recibir el próximo bocadito en forma de tocho de mil páginas o de la mala salud del autor, que a este paso les dejará sin conocer el final de la saga. Ese mismo Martin, capaz de ofrecer las relaciones más enfermizas y los actos más depravados, corre el riesgo de que el lector termine por aceptar como normal lo que en cualquier otra ficción aborrecería o, como mínimo, encontraría chocante.


El problema de ofrecer sistemáticamente escenas violentas, moralmente degradantes o directamente repulsivas para el espectador (démonos cuenta que apenas queda una relación "normal" y que quienes demuestran el más mínimo sentimiento honorable terminan, en el mejor de los casos, siendo despreciados o, en la mayoría de ocasiones, mordiendo el polvo) es que estas dejan de sorprender y, a la postre, pueden incluso dejar de interesar. Y la infame escena de este último episodio es buena prueba de ello. Juego de tronos es tan bestia en su desarrollo, que cuando alguien alza la voz subrayando lo macabro de algún planteamiento, nuestra reacción es pensar que dicha opinión es exagerada y que el mundo de Martin es así. Lo que me lleva a preguntarme cuál sería el límite.


Solo tenéis que comparar (y aquí me permito entrar en el pantanoso terreno de los spoilers, así que cuidado) el peso y el efecto que una muerte o una violación pueden tener en series como Treme y la importancia que tienen en Juego de tronos. Es cierto que la muerte de Ned Stark nos impactó; pero porque fue la primera y fue la que rompió con nuestras ideas prestablecidas sobre qué estábamos leyendo/viendo. A partir de ahí, todo valía. Y, para mí, ahora mismo, el problema es que tanta crueldad y tanto vicio pueden terminar por resultarme totalmente indiferentes. No es que tenga miedo por mi estructura moral, porque ya hemos dicho que esto no es más que un juego, pero sí es cierto que resulta cansino y, en ocasiones, se echa de menos un personaje con el que poder sentirte algo más identificado. Supongo que por eso Daenerys es la favorita de casi todos... Y es que al final, casi siempre, nuestra propia humanidad nos lleva a ponernos del lado del héroe.

martes, 4 de marzo de 2014

Mierda, esa soy yo...



Uno de los problemas que críticos y blogueros argumentaban contra Girls era la incapacidad de generar empatía con los personajes. No es ya que las protagonistas de la serie sean antiheroínas o tengan caracteres difíciles o arrastren un pasado oscuro. Nada de eso, el problema de las chicas es que directamente son antipáticas.


Efectivamente, creo que Lena Dunham ha creado de forma muy consciente unos personajes que acumulan lo peor de cada uno de nosotros y, aunque Girls puede resultar muy generacional y localista en lo anecdótico, su alcance es bastante más general. Y eso duele.


Porque el problema de Girls, si es que lo hubiera, es que cada vez que sientes una mínima identificación con alguna de las protagonistas es para recibir una bofetada de realidad. No es tanto un "pobrecilla" como un "mierrrrrrrda, esa soy yo". Es doloroso verse reflejada en actitudes poco honorables o directamente egoistas y el quinto episodio de la tercera temporada es buena prueba de ello.


El ejemplo más evidente es el de Hannah, pero sus amigas disfuncionales no le van a la zaga. Vemos cómo la incipiente escritora es incapaz de ponerse en el lugar de los demas ¡en un velatorio! y de mantener cierta discreción. Cada vez que habla mete más la pata y una vez en casa, después de montar un espectáculo, se lamenta y se retira a lamerse las heridas, porque el mundo no la entiende.  Pero es que ella es incapaz de implicarse con los demás más allá de lo superficial y todo lo ve desde la perspectiva de su propio beneficio.


Marnie no entiende cómo a una chica tan guapa y tan inteligente como ella no le van mejor las cosas. Se siente sola y, aunque quiere mejorar, siempre terminan por poderle la vanidad y la sensación de superioridad. Cuando, a petición de ella, Ray le dice más o menos todo esto, tampoco lo utiliza precisamente para su mejora personal...


Jessa reconoce en el fondo que su vida es una porquería y su insatisfacción permanente la lleva a tomar decisiones radicales una y otra vez: cualquier día de estos decide quedarse embarazada y termina de rematarlo. Claro que tener como interlocutora y confidente a Shoshana no es lo mejor que te puede pasar para mantener tu salud mental. Y en cuanto a esta última, es alucinante cómo escudándose en su supuesta candidez es capaz de lanzar dardos envenenados a sus amigas, acusándolas descaradamente de no haber hecho nada digno de respeto con sus vidas desde que terminaron sus estudios.


Este es precisamente el gran valor de Girls. Busca deliberadamente el feísmo, pero sin caer en lo sórdido. Siempre en la delgada línea entre la comedia y el esperpento, se columpia sin miedo en lo más incómodo de la miseria humana, en los pequeños pecados de las niñas (casi) bien. Todo muy del primer mundo. Si en un momento determinado te sientes identificada con una de ellas, será para rápidamente responderte "no, yo no soy así". Y sí, sí lo eres. Bienvenida.