jueves, 12 de junio de 2014

No sin mi perro




Cuando las cosas empezaron más o menos a aclararse y empecé a creerme que de verdad iba a venirme a Brasil a pasar una temporada, una de mis grandes angustias fue cómo organizar el viaje para Melocho.


Si alguno habéis viajado en avión con vuestro perro, seguro que me entenderéis. En este caso, al miedo habitual a volar con un perrito en la bodega (después de dos experiencias, por así decirlo, poco agradables) se sumaba el hecho de que se trataba de un viaje de más de diez horas. 


Cuando en 2008 nos fuimos a Orán, recuerdo que recibí información contradictoria y, finalmente, tuve que irme a Barajas y colarme en la aduana de la zona de salidas para hablar con la Guardia Civil y que me sacaran de dudas. Así que para este viaje ya íbamos sobre aviso: mucho cuidado con la información que os den, aunque provenga del Colegio de veterinarios, del consulado o del mismísimo Ministerio de Agricultura. Es mejor cotejar la información una y otra vez y ser una pesada que el no poder entrar en el país después de la paliza de avión.


Para el caso que nos ocupa, la información más completa se encuentra en la web del Consulado de Brasil en Barcelona, donde se enumeran (en una especie de portuñol raruno, por cierto) los requisitos tanto de entrada en el país americano como para el regreso a España (de todos los documentos, hay uno que no corresponde solicitarlo en España, que es el Formulario de requerimiento para la Fiscalización de Animales de Compañía; ese, en Brasil). Además, como pone al final de la web, NO es necesario legalizar los certificados. Para entrar en Brasil, en resumen, y a mayo de 2014, los pasos fueron los siguientes: 

En un plazo máximo de diez días antes del vuelo, el dueño del perro debe ir a su veterinario de confianza y solicitar un Certificado Zoosanitario Internacional. Este es un documento A4 con fondo verde (si buscáis en Google aparecen un montón; pues bien, ninguno de ellos se parecen al de Melocho) en el que constan los datos del animal y se indica que:
  1. el bichín se encuentra en buen estado de salud;
  2. no presenta síntomas de enfermedades infectocontagiosas;
  3. está vacunado frente a las siguientes enfermedades (sus vacunas).

Como nosotros tenemos el pasaporte del perrete con todos los datos al día, solo hubo que hacerle una minirrevisión y rellenar el papelito. Con este certificado en la mano, hay dos opciones, al menos en Madrid: una es pedir cita al Área Funcional de Agricultura, en García de Paredes 65, o bien acercarse al Puesto de Inspección Fronterizo del Aeropuerto de Madrid-Barajas, para lo que no hace falta cita. 


La ventaja de García de Paredes es que está en un lugar al que los humanos podemos acceder con más o menos facilidad, porque tiene una parada de metro y está en medio de la civilización (por cierto, que en el consulado de Brasil me dijeron que el Área Funcional de Agricultura ya no estaba operativa, que solo se podía pedir el Certificado en Barajas, cosa que no era demasiado cierta; ya os digo que cada uno da la información que tiene y no siempre es la más correcta). El inconveniente es que te pueden dar cita con el tiempo bastante justo. En mi caso, mi vete llamó un martes y me citaron para el viernes a la una de la tarde (cierran a las dos). Eso quería decir que si algo iba mal, no tenía margen de maniobra, porque volábamos el domingo (sí, esa semana fue un poco agobiante...) 


Así que decidí buscar el Puesto de Inspección de Barajas, que a la sazón no está en la zona del aeropuerto conocida por el ciudadano de a pie, sino en el Centro de Carga Aérea, que es más o menos como Mordor. Y, además, te pierdes aunque lleves puesto el GPS. Pero una vez allí te encuentras con una especie de "Parks and Recreation", con funcionarios amables con fotos de guepardos bebés en la pared, que te dan palique, te preguntan por tu perrete, te explican dudas y, finalmente, te dan el Certificado Sanitario para Exportación, el santo grial para viajar con el Enano orejón. Gratis, por cierto, que es importante destacarlo cuando para todo lo demás, hay que ir con la tarjeta (y no de visita) por delante. 


El sábado, cuando parecía que mi estado de histeria empezaba a remitir, una amiga me cuenta ¡un día antes de volar! que ella conoce un caso de un perrito que se congeló en la bodega porque el piloto se olvidó de activar la presurización. Esa NO era la manera de tranquilizarme... Por supuesto, eso era algo que me tendrían que explicar en el aeropuerto.


Y por fin llegó el domingo. El taxista que nos llevó hasta Barajas fue tan majo que nos permitió llevar a Melo fuera del transportín; así que una vez llegados, el enanillo se dedicó a hacerle carantoñas mientras yo buscaba los 30 euros (precio fijo aeropuerto) por el bolso. 


Una vez en el mostrador de facturación de Iberia, el ritual de (casi) siempre: al facturar las maletas hay que avisar de que viaja un perrete y, en este caso, no hubo que pesar el conjunto, sino que hay un precio fijo de 300 euros (en otros vuelos, se paga por cada kilo de peso del perro más el transportín). Una vez que lo has pagado (en otro mostrador), vuelves a Facturación y ellos llaman a un técnico para llevarse al enano. Cuando el técnico llega, hay que acompañarlo al punto de entrega, que está más o menos en las mazmorras del aeropuerto (bueno, ya me entendéis, en una zona "no pública"); donde hay que pasar tanto al perro como al transportín por un arco de seguridad (me contaron una vez que no nos podemos imaginar lo que se intenta pasar con perritos "muleros") y luego ya se lo llevan. 


Ahí es donde yo aproveché para preguntar las condiciones en que vuelan los perritos en bodega. Fueron supermajos y me explicaron que actualmente los perros vuelan en una zona de la bodega presurizada, insonorizada y a oscuras, y a dos grados por debajo de la temperatura de cabina. Que, en realidad, salvo durante el despegue y el aterrizaje, el viaje se lo pasan durmiendo. Y yo prefiero pensar que es verdad. Así que, nada, le di a Orejitas su pastilla sedante envuelta en un pedazo de paté (sí, llevaba una tarrina de paté Casa Tarradellas en el bolso), lo metí en el transportín y me despedí de él hasta dentro de doce horas, por lo menos. En el transportín iban el señor Orejas, una tartera con un bloque de hielo para que pudiera beber agua durante el vuelo sin que todo se fuera a la porra en el primer envite y tres empapadores para posibles fugas de agua. La técnico utilizó cinchos sujetacables para fijar la puerta del transportín y que no se abriera accidentalmente. Bien.


En estas cosas se va casi una hora, así que es preferible ir al aeropuerto con tiempo. Por lo demás, pues lo típico: el rollo de los arcos de seguridad, la señora que no se dio cuenta de que al aeropuerto no hay que ir enjoyada, el que tarda tres horas en quitarse las botas, y la que lleva un bote de Casatarradellas en el bolso y no se ha dado cuenta. Lo mejor de todo es que me pidieron perdón por tener que quitármelo. Como si me fuera a hacer un bocata en la zona de embarque... Me encanta cuando la gente es amable. En serio.


El vuelo, en sí, un tostón. Y lo malo de llevar perro es que no puedes hacer check-in online, así que me toco LA PEOR plaza de todo el vuelo: última fila, pasillo, justo en frente de la entrada al lavabo. Bien por mí. Todos los culos del vuelo pasando a la altura de mi cara...


Una vez aterrizados, cola interminable en la aduana (¿os he dicho que salí casi la última del avión porque iba en la **** última fila?) y cuando iba a por mi maleta, ahí estaba el señor Orejas, sano y salvo, recuperado de las drogas, con la trufilla un poco reseca y deseando darme un abrazo. Así que cogí la maleta rapidísimo (al final no va a ser tan malo salir la última, perro y maleta ya me estaban esperando) y nos fuimos a la aduana. A la zona de las personas importantes, las que tienen objetos/perritos que declarar. Tuvimos que esperar casi 20 minutos a que llegara la veterinaria. Pero en cuanto llegó, todo fue perfecto. Aún no sé cómo conseguimos entendernos, pero lo logramos y fue amabilísima (además de llevar unas gafas superchulas, que eso siempre contribuye a que alguien me guste). 


Por cierto, que uno de los datos del Certificado de Exportación estaba mal copiado. Ejem. Menos mal que todos los datos constaban correctamente en el pasaporte... El martes siguiente, en fin, me llamaron del Puesto de Inspección de Barajas para decirme que había un problema con el certificado y que me pasara por allí cuanto antes para solucionarlo. No os digo de lo que me dieron ganas...


Y esta es la historieta de cómo llegamos a Río el señor Orejas y una servidora. Ya os contaré el día que nos toque volver si la gimkana administrativa es mejor o peor...

9 comentarios:

  1. Yo tambien tengo gafas...te caigo bien??? Y otra Orejotas :p

    Me voy a repasar los posts viejos, porque sospechaba que habías cruzado el charco pero no lo tenía claro del todo :p

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    1. Tú me caes bien hasta sin gafas, que lo sepas. Y eso que aún no conozco a tu orejotas (aunque el día que la conozca va a ser como si fuera mi amiga perruna de toda la vida...)

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  2. Yo temo el día en que tenga que volar con mis gatos, porque soy una paranoica y más si se trata de mis adorados animalitos.
    Me alegro de que todo saliera bien, ahora a disfrutar de Brasil :)

    Btw, me ha hecho una gracia el detalle de la lata de paté xDD

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    1. Pero los gaticos pesan poco, ¿no? Si pesan menos de seis kilos pueden ir contigo en cabina. El problema es que Orejas pesa más del doble del peso límite, así que está condenado a la bodega...

      Y lo de la lata de paté es imprescindible. Si va envuelto en comida, el tío se traga hasta un obús.

      ¡Gracias por comentar!

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  3. Lo que has descrito sería el infierno para Fujur empezando por cualquier desplazamiento que implique salir del portal de mi casa. Eres una valiente!

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    1. Valiente no, que estuve con un nudo en el estómago durante días hasta que todo terminó bien... Si le llega a pasar algo a Melocho no sé qué me hubiera pasado a mí...

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    2. Y, que se me olvidaba, ¡gracias por comentar!

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  4. Acabo de leer tu post y es muy emotivo. Suelo colaborar con una perrera que lleva perretes a Alemania para su adopción. He ido muchas veces al aeropuerto de Barcelona a llevar los perritos ya que existen padrinos de vuelo, gente generosa que se ofrece a viajar con ellos y también confirmo la amabilidad del personal cuando vas con animales.
    Gracias por contarnos tu experiencia.

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    1. Hola, Laura. Siempre que tengo que volar con Melo paso bastante angustia. Y eso que, a pesar de que yo no puedo evitar acordarme de las historias trágicas y llevar un nudo en el estómago durante todo el trayecto, siendo objetivos y teniendo en cuenta el gran número de animales que vuelan cada día, todo funciona muy bien. Como tú dices, es muy de agradecer que el personal del aeropuerto sea tan humano y amable con nuestros bichines, ya que, al fin y al cabo, los/nos ponemos en sus manos.

      Muchas gracias por pasarte por el blog y por comentar. Un saludo cariñoso para ti y para tus perretes.

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